Instituto Intergaláctico de Juristas
Acabo de recibir una increíble sorpresa, de esas que pocas veces concede la vida, y me veo obligado a compartirla con mis cuatro lectores, por si acaso alguno de ellos es abogado.
Resulta que, inopinadamente, mientras disfrutaba de mi siesta acostumbrada en brazos de Morfeo, el teléfono cobró vida y exigió ser atendido. Una voz delicadamente femenina me hizo saber que había sido distinguido por el Instituto Intergaláctico de Juristas como candidato para participar en la tómbola, con boleto de calidad, para obtener plaza de ministro de la Suprema Corte, magistrado de circuito, juez de distrito, o algún puesto de la judicatura de algún estado de la república, o, de perdida, como juez menor de paz.
Todavía bajo los efectos de un lento desarrollo mental, debido a la edad, y a que no me reponía de la intempestiva llamada, pregunté:
—Perdone, señorita, ¿quién dirige ese instituto? Pronto me respondió:
—El licenciado Miguel Bartlett.
—¿Miguel Bartlett? Yo creía que era electricista, no abogado, por aquello de que dirigió (¿?) la CFE, además de dudosa calidad profesional, pues recuerdo que una vez, al menos, se le cayó el sistema.
La voz femenina calló un momento, pero de inmediato prosiguió:
—¡Usted ha resultado candidato!
Contesté, aún en estado comatoso:
—¿Y qué requisitos necesito cubrir para ganar una plaza?
—Fácil —respondió la fémina—. Para ser ministro basta ser abogado, presentar cinco cartas de recomendación y haber obtenido cuando menos un promedio de seis en su carrera. Si aspira a magistrado, los requisitos mencionados y contar con alguna maestría o posgrado. Y para juez de distrito, lo anterior y tener un doctorado.
—Qué raro, señorita. Para ministro se pide menos preparación que para magistrado o juez de distrito.
—Ni tanto —explicó ella—. Lo que sucede es que el instituto ha investigado que, mientras menos estudios se tengan, son más obedientes.
No salía de mi asombro cuando me preguntó:
—¿Cómo anda usted en su nivel de obediencia?
—Ah —contesté como un rayo—, supongo que muy bien. Duré casi 60 años casado con mi esposa, hasta que se me adelantó, y siempre la llevé bien, pues la fórmula que apliqué fue: “Sí, mi vida, lo que tú quieras.”
—Qué bien —afirmó mi entrevistadora—. ¿Y cómo anda de recomendaciones?
—En ese renglón no sé... Conozco de vista, por la televisión, al Mesías de Macuspana, pero su rancho para pedirle una carta está hasta… muy lejos, y además no quiere recibir a nadie.
—Bueno —explicó la señorita—, si no tiene carta de recomendación, basta con que sea moreno.
Medité y dije:
—Eso sí va a estar difícil, pues moreno, lo que se dice moreno, creo que no doy la medida porque el doctor me tiene prohibido tomar sol por aquello del golpe de calor.
—¡No, lo que se exige es que pertenezca al partido de Morena!
—Ah, ese es el requisito... Bueno, no soy miembro, pero le escribí a Fernández Noroña para que me apadrinara en la solicitud de admisión al partido. Pero ya lo conoce... creo que se molestó y pensó que me burlaba, lo que desde luego está muy lejos de ser cierto, pero él me mandó al rancho del Mesías, y como ya le expliqué, queda muy lejos.
—¡Oiga, señorita! ¿para juez menor de paz qué necesito? Creo que tengo suficiente capacidad para desempeñar ese cargo.
—¡No, definitivamente no! Usted se sobrestima. Se necesita un coeficiente de inteligencia de menos cero, y usted apenas da cero. Pero no pierda la esperanza; a ver si en la próxima tómbola califica. Gracias por participar. —Y colgó.
Posdata: si alguno de mis cuatro lectores es abogado, ya sabe lo que no sabía. Les dese
o la mejor de las suertes.
Comentarios
Publicar un comentario