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La Reforma Judicial llegó para quedarse.
Discutir que el partido en el poder, encarnado en una sola voz —la del Mesías
tropical— y quien la heredó en la actual mandataria, “haiga como haiga sido”,
logró lo imposible en poco más o menos un año, es decir, hacerse del Poder
Judicial —el único que aún no controlaba—, es un hecho.
La situación que ahora confrontamos es la
incertidumbre: ¿Qué va a suceder en el tiempo venidero? ¿Qué caminos va a
emprender el partido en el poder?
La meta social de abatir la pobreza, de cerrar
la brecha entre una enorme cantidad de mexicanos ubicados en la pobreza y una
parte de ellos en la pobreza extrema, sigue estando presente. Y ese toral
asunto no se sabe cómo, ni con qué medidas, se va a confrontar.
El poder político, en el presente, lo tiene
Morena, y casi sin oposición en ese terreno. El poder económico —ese es otro
problema— sigue en manos de una oligarquía que controla los grandes capitales,
la industria, la banca (en manos de extranjeros), etc.
Es, hasta cierto punto, previsible que el
poder económico —que utilizaba al Poder Judicial como un mecanismo para
“defender” sus intereses— opte por abstenerse de invertir, retirar fondos de
inversión, etc., ante la “posible inseguridad jurídica” que representan las
decisiones de un Poder Judicial que, con acierto o sin él, tomó en cuenta no la
ley, sino la “justicia”; entendida ésta como la que beneficie a los sectores
que el poder político considere merecedores de ello.
Para comprender, a mi juicio, con más claridad
lo que trato de explicar, me valdré de un supuesto hipotético. Para ello me va
a auxiliar el periodista Jorge Zepeda Patterson, quien escribió en su columna
periodística lo siguiente:
“¿Qué hará un juez frente a la invasión ilegal
de terrenos de una empresa por parte de comuneros con el pretexto de estar sin
uso?”
En la vida real, este hecho ya se ha
presentado y tiene múltiples aristas: desde el caso de que los “comuneros”, por
sí, decidan —ante la necesidad de contar con un lugar para vivir— invadir,
hasta la situación en que esos “comuneros” son utilizados por líderes que no
tengan otro interés que el de enriquecerse en su solo provecho.
El actual poder político podrá, y de hecho
supongo que lo hará, proponer reformas a la Constitución para que, en caso de
existir inmuebles “sin uso”, puedan ser expropiados. Esto podría provocar una
alarma generalizada y acercarnos a una situación similar a la que enfrentan
Cuba y Venezuela, por ejemplo. O bien, si se actúa con mayor prudencia, se
podría proceder a una reforma fiscal que permita que quien tenga bienes
invertidos en negocios y empresas, o simplemente como inversión especulativa,
pague más impuestos. Que la base de contribuyentes abarque a la mayor parte de
personas con actividad económica, y que cada uno soporte carga fiscal de
acuerdo a sus ingresos. Esta y otras medidas, por impopulares, se han ido
postergando.
Estamos en una encrucijada: con un gobierno
cuyo poder político no tiene contrapeso y puede hacer lo que quiera, pero que
está obligado a decidir tomando en cuenta el factor económico. Una economía
apoyada en la generación de empleos por la iniciativa privada y, a la vez, en
el beneficio actual de la mayoría, con una mejor distribución de la riqueza, a
fin de que exista trabajo bien remunerado. Y esto solo se logra con la creación
de empleos y, a su vez, con quien invierta y prospere. Corea, Japón, y en cierta
medida hasta China (con un sistema socialista-comunista-capitalista) son
ejemplo de ello, desde esta nueva óptica.
Otro periodista, Federico Novelo y Urdanivia,
concluye su artículo dominical (8 de junio de 2025) con una frase que considero
apropiada para estas líneas:
“… las reformas tienen un porqué. Y es hora de
honrar el propósito de reducir radicalmente pobreza y desigualdad en México.
La incertidumbre debe provocar previsiones y una poderosa acción gubernamental
… hay que poner en marcha las propuestas en el Plan México…”
El Plan México, según visualizo, toma en
cuenta a la libre empresa, a la que genera empleos. Ejemplos de esos planes los
tenemos desde gobiernos del PRI y del PAN, inclusive con el gobierno actual.
Pero poco éxito han tenido, porque cada quien ve para sus exclusivos intereses
y fines. Si eso no cambia, la realidad lo va a hacer. Pero es incierto qué va a
suceder.
Ojalá el gobierno supere la soberbia de tener
en sus manos el poder político, y por su parte, la empresa tenga la prudencia
de entender que acumular riquezas no es compatible con un país donde prevalezca
la enorme desigualdad económica que ahora existe.
Posdata
En teoría política, para alguna corriente,
existe la idea de que para construir un “mejor mundo” primero conviene destruir
el anterior, no reformarlo; pues transformar lo existente es un riesgo
constante de consagrar el principio político del “gatopardismo”: cambiar para
no cambiar. Si prevalece esta idea, nos esperan días oscuros e inciertos.
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