La realidad y su conocimiento
Suponemos que la realidad existe y no es una mera ficción. Sin embargo, parece ser —no afirmo ni niego— que la realidad tiene matices, es decir, que se puede contemplar desde diversos puntos de vista.
Trataré de ilustrar que la realidad es un sinfín de subjetividades. Frente a un hecho, como el asesinato de 43 estudiantes de una normal en Ayotzinapa, lo que en realidad tenemos es un cúmulo de hechos sucesivos, de los cuales se percibe o se siente de diversas formas cómo ocurrieron, desde todos los puntos imaginables. ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Cómo sucedió? ¿Quién o quiénes ordenaron el asesinato? ¿Intervino el ejército? ¿Por qué sigue vigente el lema “vivos se los llevaron, vivos los queremos”? ¿La “verdad histórica” es cierta o falsa? Esa verdad es en parte realidad y en parte no, pero ¿en qué medida y en relación con qué situaciones? La política, sea en un sentido o en otro, influye o determina esa verdad.
Cabe considerar que aceptar o no las respuestas a las preguntas planteadas (y a otras más) dependerá de que, consciente o inconscientemente, cada uno de nosotros puede estar influido por su propia historia, por su visión social y política, o por otras causas.
Recuerdo que, en el estudio del Derecho Procesal Penal, se trata precisamente de averiguar la verdad o la realidad de un hecho delictivo. A lo largo de la historia, la humanidad ha recorrido un largo camino en este sentido. Según la Biblia, el primer homicidio lo cometió Caín al matar a su hermano Abel. ¿Cómo pensar que Dios interroga a Caín sobre la verdad del hecho si partimos de la idea de que Dios todo lo sabe? Y, si Caín niega el suceso, ya podemos deducir que obtener la confesión de un hecho tan reprobable es tan improbable como ganar en la casa de apuestas.
Dado que es casi irrefutable que el autor de un crimen no confesará, surge en la historia la importancia de mostrar la culpabilidad del probable responsable, siendo la confesión de los hechos fundamental. Para obtenerla, se llegó a considerar válido cualquier medio, incluso la tortura. Hasta principios del siglo XX, se consideraba que la "reina de las pruebas" era la confesión. De ahí que, incluso hoy, algunos policías detienen primero para investigar después, a pesar de que se supone que debería ser al revés.
Tras otorgarle a la confesión un valor absoluto, la testimonial pasó a ser la principal prueba para demostrar cómo y en qué circunstancias se cometió el crimen. Sin embargo, la criminalística ha demostrado que el testigo no es absolutamente confiable. A menudo se equivoca, no por dolo o mala fe, sino por error. El testigo no es infalible. Esto ha dado lugar a disposiciones absurdas en la ley procesal, como la idea de que “la verdad es quien tenga más testigos”. ¿Acaso cinco testigos valen más que cuatro o tres?
Me vienen a la memoria dos casos. Uno de ficción, en la película japonesa Rashomon, de hace más de 50 años. En ella, se presentan cuatro o cinco versiones de un homicidio, todas por testigos presenciales, pero para el espectador parecen cuatro o cinco homicidios distintos. El otro caso es real y ocurrió en Torreón, Coahuila, en la década de los ochenta, conocido como “El caso de La Sevillana”.
La Sevillana era una cantina que, en una madrugada aciaga, alrededor de las 2:00 a.m., desalojó a sus últimos parroquianos. Poco después, alguien tocó la puerta, y uno de los cantineros la abrió. Sin previo aviso, un joven armado le disparó y lo mató. Junto con otro joven, entraron a la cantina y, sin oposición, robaron los ingresos del día, apenas unos cientos de pesos.
El testigo, el otro cantinero, declaró que los jóvenes llevaban parte del rostro cubierto. Dos o tres semanas después, la policía detuvo a dos jóvenes llamados Gerardo como probables responsables (el caso de los Gerardos). El testigo, pese a importantes contradicciones, los identificó, y ambos fueron condenados. Apelaron, y el Tribunal Superior de Saltillo confirmó la sentencia. En última instancia, sus abogados interpusieron un amparo directo y el caso llegó a la Suprema Corte. Después de tres o cuatro años de prisión, y sin que la Corte dictara resolución, la policía descubrió y detuvo a otros dos jóvenes que confesaron, sin tortura, haber sido los verdaderos autores del crimen. Este caso no es el único. “Ustedes dispensen, pueden irse a casa”. “¿Y mi indemnización apá…?”: "Que Dios los bendiga y les vaya bien.".
Volviendo al tema, la realidad —es decir, el qué sucedió— por lo general la reconocemos: un cadáver, una desaparición, una destrucción, etc. Pero el cómo y las circunstancias comienzan a plantear problemas. A veces comprendemos el hecho en su totalidad; otras, solo en parte; y en ocasiones, ni siquiera eso. Sobre el quién, la situación se complica. Es en esta etapa de descubrimiento de la verdad, o de lo que realmente sucedió, donde surgen más dudas y zonas grises.
Por ejemplo, cuando un familiar fallece, ya sea por enfermedad o accidente, los cercanos —esposa, hijos, tíos, primos, etc.— siempre hay quienes sugieren: “Murió porque no lo atendieron bien”, “No escucharon el consejo de ver otro médico”, “Se lo merecía, no se cuidaba”, etc. Y no faltan otras expresiones más dolorosas o absurdas.
Conocer la realidad como un bloque monolítico en el que todos concuerden sobre sus circunstancias es prácticamente imposible. La verdad, por increíble que parezca, padece de un mal incurable: es un ente que solo podemos conocer de manera relativa.
Posdata: Acudo semanalmente a desayunar con un grupo de amigos, (somos ocho, como dice el ranchero) y discutimos de deportes, religión, política, etc. En cada tema, unos concuerdan y otros divergen, lo cual es normal. Un día, planteamos la confrontación entre israelíes y palestinos en Gaza y alrededores. Tuvimos que abandonar el tema porque poco faltó para iniciar entre nosotros un conflicto tan impredecible como el de Gaza. Y eso que ninguno de nosotros es ni israelí ni palestino...
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