Pasajes de la historia
Cuando cursaba la secundaria, en una ocasión en el período de descanso entre clase y clase, uno de mis condiscípulos, Víctor Navarro, de carácter juguetón, me gastó una de sus tantas bromas. Estaba en mi pupitre leyendo y, por la espalda, me arrojó el contenido de un vaso de agua. Salí disparado corriendo tras él y en el patio, en una toma de agua, había una cubeta y aproveché, la llené de líquido y fui tras mi presa, la que al verme huyó. Fui tras ella y al fondo abrió una puerta que daba a un patio interior, y al momento que él la cruzaba, le arrojé el agua de la cubeta y en ese instante un maestro cruzó el acceso y recibió el "baño". Pillado infraganti fui a dar a la Dirección y, como "castigo", me pusieron a limpiar y acomodar libros en una estantería que hacía las veces de biblioteca.
Cumpliendo con el castigo y limpiando un altero de libros, encontré varios voluminosos que estaban dedicados a la "Historia de Méjico" de un autor español, Juan Niceto Zamacois (1820-1885). Me llamó la atención por el tema, mi favorito, y porque el título mencionaba la palabra México con "j", no con "x". Ya padecía del mal espantoso de la lectura que me apasiona.
Después, no tuve otras ocasiones de acceder a la "biblioteca", pero no olvidé ni al autor ni el título. A lo largo de la vida pregunté por esta obra y casi nadie sabía de su existencia, ni en los libros de historia se la mencionaba como fuente bibliográfica.
Con el tiempo, unos 40 o 50 años después, en una librería de venta de libros usados ubicada en la Calle de Donceles de la ciudad de México, por fin encontré ese tesoro. Alrededor de 18 a 20 tomos por al módico precio de $25,000.00. Los contemplé detrás de los vidrios de un estante, se veían maltratados, ¡Lástima, Margarito! Llegaron tarde a mi vida y a un precio inaccesible.
Apenas hace dos o tres meses, les comenté a un pequeño grupo de damas que participaban en un círculo de lectura del que formo parte, la obra de Niceto Zamacois y una de ellas, de nombre Dulce (tenía que ser), me ofreció indagar en la "nube" sobre el tema. A los pocos días me dijo: "ya la localicé y se pueden bajar de la nube" tres de sus tomos y gratis. Sin pensar, acepté la gestión y le entregué una memoria. El hallazgo se hizo realidad. En mi oficina pedí que me la imprimieran. Resultaron, entre los tres tomos, más o menos un millar y medio de cuartillas. Leyeron bien, esa fue la cantidad.
Ya empecé la lectura, pues a mi edad, como dice el filósofo y politólogo español Fernando Savater, "el único plan razonable es morir. O me considero en tiempo de descuento". Hagan cuentas, para mí Savater es un chavo (77 años): yo ya “vivo horas extras”, así que más vale que inicie con la lectura.
Comparto a mis cuatro lectores algunos pasajes del primer capítulo del VI tomo (uno de los tres que se ofrecen gratis).
Niceto Zamacois señala que, en 1801, un aventurero norteamericano, Felipe Nolland, apareció en la provincia de Nuevo Santander (lo que ahora comprende los estados de San Luis Potosí y Tamaulipas) en calidad de comerciante. Enterado el virrey de la Nueva España, de apellido Marquina, se alarmó (supongo que ya existía el temor de difusión de ideas y acciones independentistas o separatistas) y ordenó a Félix Calleja "prender" a ese sujeto.
Calleja, comandante militar acantonado en San Luis Potosí, procedió a cumplir la orden. Al localizar al aventurero Nolland hubo un enfrentamiento entre la tropa virreinal al mando de Miguel Múzquiz y los hombres del citado aventurero y este último resultó muerto.
Este episodio ilustra lo que a la postre derivó en la separación e independencia de Texas por parte de colonos norteamericanos, así como su posterior anexión a los Estados Unidos.
En el capítulo de referencia también se menciona que, habiendo renunciado Marquina a su cargo de virrey, se designó a José Iturrigaray en ese puesto y el 4 de enero de 1803 el nuevo virrey desembarcó en Veracruz en compañía de su esposa María Inés de Jáuregui.
Relata Niceto Zamacois que Iturrigaray “pertenecía a una familia de regular posición social, pero no ilustre”, y desde que recibió el nombramiento “el pensamiento que acarició su mente fue ... formar un caudal importante”. Para hacer ciertas estas reflexiones introdujo a su llegada a Veracruz “sin pagar derechos ningunos un cargamento de efectos que, vendidos en el mismo puerto, produjo la suma de 119,125 duros. Su primer acto, como se ve, fue una defraudación de las rentas reales”.
Niceto Zamacois agrega que ese hecho consta en la relación de la Real Audiencia de fecha 9 de noviembre de 1808, en el proceso de "reincidencia" (sic).
Supongo de mi parte que no se trata de un proceso de "reincidencia" sino de "residencia", nombre que recibía un proceso que las leyes españolas tenían previsto para investigar denuncias contra funcionarios de la administración pública sobre el manejo de sus atribuciones y acciones en perjuicio de los intereses de la corona.
Cabe advertir que el historiador que nos ocupa relata otras “joyas” de corrupción que llevó a cabo Iturrigaray, como las que realizó en Guanajuato, conectadas con la actividad minera, en la distribución amañada de envíos de azogue necesarios para la explotación de la plata.
La “venta de plazas”, en los empleos de gobierno, fue otra de las fuentes de "ingresos" para Iturrigaray y su familia, así como la compra-venta de papel para fábricas de tabaco a las que imponía un sobreprecio (¡faltaba más!). Esta maniobra es la “abuela” del consabido “moche” de nuestros tiempos.
Se mostró, al decir de Niceto Zamacois, inflexible en cumplir con una real cédula que afectó a numerosos hacendados, comerciantes y al propio clero, al cobrar para el erario real operaciones de préstamos a cargo de bienes de obras pías exigiendo el pago inmediato de hipotecas o la ejecución (remate) de fincas o negocios, pues el virrey recibía un porcentaje de todo lo recaudado. (¡moche legal!)
Después de esta breve pero ilustrativa relación de corruptelas, ignoro por qué el actual PRI no le ha dedicado algún altar, o ha difundido alguna medalla “milagrosa” o escapulario con la efigie de Iturrigaray, porque, a mi humilde juicio, se la ganó a pulso como uno de los destacados personajes del panteón de los “dinosaurios” de ese preclaro instituto político.
“Ese chango viejo, sí les enseñó maromas nuevas.”
¡Bendito país, no te acabes!
Posdata. Como decía el ranchero Gume de mi añorado pueblo, filósofo a la altura del de “Güemez”: “Si ves un burro, otro de seguro lo va dirigiendo.”
Comentarios
Publicar un comentario