Día del abogado

 12 de julio de 2024


El 12 de julio de 1553 se impartió en la Ciudad de México la primera clase en la licenciatura en Derecho en la Real y Pontificia Universidad que se encontraba instalada en la Nueva España. Esa fue la razón por la que el presidente Adolfo Mateos, abogado egresado de la UNAM, instituyó ese día para conmemorar a quienes hemos abrazado esa noble y muchas veces, con razón, criticada profesión.


Los abogados, en general, enfrentan en estas fechas el reto de un próximo cambio radical en la estructura del Poder Judicial, tanto federal como estatal, ya que, de aprobarse modificaciones a la Constitución en el mes de septiembre, se prevén nuevas reglas para que aspirantes a jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte lleguen a desempeñarse en esos cargos.

El Poder Judicial Federal, desde 1917 hasta 1994, no gozó de independencia respecto del Poder Ejecutivo, quien ejerció control sobre él. En 1994, apenas iniciando su mandato el presidente Ernesto Zedillo, realizó transformaciones radicales en el Poder Judicial. Para empezar, dejaron de operar de “golpe” 19 de los 21 ministros titulares de la Suprema Corte y ésta se redujo a 11 ministros. También hubo otros cambios, el más trascendental, a mi modo de ver, fue que este poder pasó a gozar de independencia frente al Poder Ejecutivo.

Otro paso relevante, paulatino en el Poder Judicial, tanto federal como estatal, ha sido el reconocimiento de la necesidad de que los juzgadores que arriben a los cargos judiciales lo hagan con relación a méritos y honestidad, y para ello se instituyeron normas para regular el servicio de la carrera judicial.

Los que nos hemos dedicado de alguna manera, directa o indirectamente, en el ejercicio de la abogacía frente a procedimientos ante jueces, magistrados o ministros, venimos observando que de mediados del siglo pasado al presente se han venido transformando leyes, sistemas normativos e instituciones judiciales, unos más que otros.

En general, los profesionales dedicados al litigio distinguimos que mientras los Poderes Judiciales de los Estados tienen avances limitados y con independencia acotada por los Poderes Ejecutivos, el Poder Judicial Federal, vía el amparo, se constituyó en el último paso en el largo camino de los juicios (la inmensa mayoría) tramitados en las instancias del fuero común (estatal). En esta etapa final, se cifran las esperanzas de que resoluciones estatales, de primera y segunda instancia, dictadas por equivocaciones, tergiversaciones o de manera intencional que resultaran en perjuicio de nuestros clientes, se pudieran revocar.

Con la nueva reforma se propone elegir a todos los integrantes de los poderes judiciales, jueces, magistrados y ministros, tanto del fuero federal como del fuero común, de manera simultánea y total. Esta decisión nos parece equivocada y debida a una visión errónea del problema.

El más grave problema del país, a la fecha, es la inseguridad a manos del crimen, sea éste el convencional o común, o el del crimen organizado.

El peligro de que ese factor de poder “ilegal” meta las manos en la designación de jueces, magistrados y ministros es un riesgo que no debemos correr, independientemente de que preferir a abogados recién egresados de las universidades es un esquema de que ellos son preferibles por su honestidad e ideales de justicia para desempeñar un trabajo técnico-jurídico que exige experiencia y capacidad, marginando u olvidando el servicio de la carrera judicial. Lo que puede suceder es que “el remedio sea peor que la enfermedad”. Ese cambio que pretende desterrar la corrupción del medio judicial, que sí existe, puede ser que redunde en más corrupción y más injusticia, y esa medida, es obvio que derivará en control político del poder judicial.

¿Qué va a suceder? ¿En el camino de esa nueva ruta se logrará justicia y legalidad? ¿Se desterrará la corrupción y la inseguridad? No lo vaticino, ojalá me equivoque.

Al margen de este difícil y problemático asunto, diré a mis cuatro lectores que acabo de leer una novela, "La Herencia" del autor John Grisham, dedicada a un tema del derecho civil, en materia hereditaria, desarrollado en un tribunal de los E.U. Se los recomiendo, es fascinante, observar los dilema de un viejo juez sobre asuntos de justicia o de legalidad, y cómo los resuelve en forma inesperada y satisfactoria gracias a su experiencia y sabiduría.

En su novela, una esposa interroga a su esposo, abogado litigante:

- “¿Puedo preguntarte algo? Estás en medio de un juicio importante. Hace una semana no duermes ni cuatro horas, y cuando duermes, lo haces mal, con pesadillas. No comes bien. Estás adelgazando y la mitad del tiempo te la pasas distraído, en tu mundo. Vas todo el día estresado, susceptible, agresivo. ¿Se puede saber por qué quieres seguir de abogado litigante? Los juicios son muy estresantes. ¿Para qué los quieres?”

- “Porque me encantan. Es lo que quiere un abogado. Estar en la sala, con el jurado. La competición es dura. Hay mucho en juego. Manda la estrategia. Al final, siempre hay uno que gana y otro que pierde. Mucho ego. Nunca verás a un abogado de éxito sin ego. Es un juego de ajedrez, pero con piezas de carne y hueso. No hay mayor satisfacción que 'Jaque mate'”. Efectivamente, ese diálogo resume la vida del abogado litigante. Tal vez por eso aún no me retiro del todo de los tribunales.

Posdata. Crucen sus apuestas. En el próximo sexenio: ¿quién tendrá el poder? ¿Sheinbaum, López Obrador, el ejército o el crimen organizado?

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