El premio Nobel o el complejo de culpa
Alfred Nobel hizo una fortuna con la invención y venta de dinamita, que facilitó la construcción de carreteras, presas, etc. Sin embargo, también fue utilizada en conflictos armados de manera destructiva, causando la pérdida de vidas y bienes.
Para compensar el uso negativo de la dinamita, Nobel, a finales del siglo XIX, estableció un fondo para premiar a aquellas personas que se destacaran en las áreas de la ciencia, las letras y en las tareas para la armonía y la paz mundial.
Así, cada año, un comité constituido para estudiar a los candidatos propuestos considera sus méritos, analizándolos y decidiendo los galardonados. A lo largo de un siglo, se han distinguido aquellos que han sobresalido en los campos que ya hemos mencionado. Destacan entre ellos los esposos María y Pierre Curie, siendo María premiada en dos ocasiones, en física y química.
En este año, 2023, resultaron premiados en el campo de la medicina dos destacados investigadores: la húngara-estadounidense Katalin Karikó y el estadounidense Drew Weissman. Ambos unieron sus talentos y dedicación para crear un revolucionario método que permitió avanzar y acortar el tiempo para obtener la vacuna contra el COVID-19, lo que salvó miles y miles de vidas en todo el planeta.
Como este asunto tiene que ver con estudios de genética y particularmente con el llamado código genético, temas que están más allá de mi comprensión, no me atrevo a esbozar una explicación sobre el particular.
Al interrogar a mi hija sobre su opinión en este asunto, me dijo que lo que más le gusta conocer es el de literatura. En efecto, supongo que, para la mayoría de los mortales, los complejos misterios de la medicina, física, química o economía nos son ajenos; en cambio, la literatura está más a nuestro alcance.
En mi caso, nunca me he enterado de que la decisión de premiar a médicos, físicos o químicos haya despertado polémicas, considerando que había otras personas con mayores merecimientos. Desde luego, es posible que así haya sido, pero no en los premios Nobel de literatura o de la paz, donde varias veces han sido cuestionados. Por ejemplo, en los premios de la paz cuando se otorgó a Yasser Arafat, un palestino que libró una guerra, inclusive calificada de terrorismo, contra los israelitas, y a su vez el que se les otorgó a líderes israelitas como Shimon Peres hoy e Isaac Rabin en 1994, cuando pactaron la paz.
Volviendo al premio de medicina de este año, de seguro este asunto le mereció especial atención a mi hermano, pentatleta Pablo Rafael Rivera, quien dedicó su vida profesional a la investigación biomédica y se destacó en ese complicado mundo del saber, tanto en la academia como en la investigación.
Como última reflexión, es posible preguntarse qué es más valioso: ¿un Nobel de medicina o un Nobel de literatura? ¿Acaso el ser humano accedió a los avances de la medicina sin apoyarse en los hombros de sus predecesores, y de éstos abrevó el conocimiento a través de la literatura? De ambos, medicina y literatura, no podemos prescindir, y agradecemos a los gigantes que, con su talento, dedicación y sacrificio, velan por nuestra salud y alimentan nuestra alma.
Podrían pensar que sin salud la vida no vale la pena; sin embargo, la escritora Irene Vallejo, en su obra "El Infinito en un Junco", relata que algunos prisioneros en el campo de exterminio de Auschwitz, hambrientos, agotados y enfermos, sobrevivieron al infierno gracias a la literatura. Increíblemente, formaron un club de lectura donde rescataron algún libro y se dedicaron a discutirlo para olvidar dónde estaban y en qué condición. Y si no había libros, acudían a la memoria en un ejercicio de aislarse del terrible entorno y sobrevivir.
P.D. Dedicado con afecto al doctor Pablo Rivera, hermano y paisano.
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