Luces de bengala


En el curso de la historia de nuestro país, algunas damas extranjeras que han residido en estos lares han dejado testimonio de lo que, con gracia y una buena dosis de curiosidad, observaron. Relatos de la vida cotidiana y pública resultan doblemente valiosos, primero porque arrojan luz sobre aspectos que enriquecen nuestro conocimiento de nosotros mismos y, segundo, porque ilustran con una perspectiva ajena a nuestras costumbres y cultura.

En ese contexto, aparece madame Calderón de la Barca alrededor de los años treinta del siglo antepasado. Durante el siglo pasado, en la década de 1910 a 1920, Margaret Ann Plahte, en su calidad de esposa del primer embajador noruego acreditado en nuestro país, envió deliciosas misivas a familiares que vivían en su tierra natal, relatando episodios de su vida y su percepción de hechos fundamentales ocurridos en nuestro país. Cuando llegó a la Ciudad de México, se estaban celebrando las fastuosas fiestas del primer centenario de la gesta que nos dio independencia.

En su estancia, conoció personalmente al General Porfirio Díaz, presidente de la República, a quien reconoce como el estadista que había logrado paz y prosperidad en un país "asolado por bandidos, luchas y controversias", convirtiendo a la ciudad de México en un "pequeño París" debido a la reconstrucción y construcción realizada por las clases acomodadas, bajo patrones arquitectónicos semejantes a los que predominaban en Francia a mediados del siglo XIX.

Comenta, "Es verdaderamente imponente ver las grandes obras e instalaciones que se habían realizado en este país maravilloso... nos llevaron a todas partes... se percibía gran riqueza y bienestar. Comercio e industria en completa actividad bajo condiciones florecientes. Todo parecía caminar sobre ruedas... La única nube negra en el horizonte era el futuro".

A juicio de nuestra distinguida dama, ante las críticas al gobierno de Díaz de reaccionario, el principal riesgo era la edad del presidente, que rondaba en esas fechas de 1910 los ochenta años, pues fuera de él no había un líder que siguiera sus pasos. Apareció Madero, quien prometía al pueblo una nueva era, un sufragio efectivo, salarios más altos, más educación pública y libertad para todos los sectores, además de acabar con la dictadura. Al cabo de 10 años de residencia, concluye: Madero derrocó a Díaz, pero no cumplió sus promesas porque eran idealistas, a pesar de tener las mejores intenciones. Según su juicio, a Madero le sucedieron nuevos presidentes en medio de constantes guerras civiles y luchas por el poder, dejando vacía la caja del Estado, un país empobrecido y toda actividad paralizada.

Madame Margaret Ann siempre expresaba que el país era asombrosamente hermoso, enorme y con una variedad de regiones y paisajes deslumbrantes. Sin embargo, percibía una clase poderosa, rica, de empresarios y políticos, y una enorme clase de indios pobres sumidos en la ignorancia, vestidos muy modestamente y con atuendos similares, unos para hombres, otros para mujeres. Relata que en una ocasión preguntó a unos indios, "¿Cómo pasaron ustedes la noche?". Al parecer, es una frase de cortesía común y corriente. Cuando uno ve cómo los indios en general, pasan la noche envueltos en nada más que su sarape, se puede comprender bien que no siempre tienen una buena noche.

Como esposa de un diplomático, auxiliaba a su esposo redactando informes para su gobierno. Cuando en noviembre de 1910 estalló la revolución, dio cuenta de la inseguridad que se propagaba en el interior del país y que poco a poco llegaba a la capital. La vida, las propiedades, la paz y la prosperidad pasaron a una existencia precaria. Buena parte de sus relatos los dedicó a los paseos que los diplomáticos y sus esposas emprendieron por las cercanías de la ciudad de México, rodeados de lujos y comodidades, con escoltas de militares y civiles, además de los constantes desayunos, comidas y cenas. Vivían en un convite interminable.

Esta vida de viajes, comilonas y fiestas me recordó la lectura de la Odisea, donde Ulises, en su peregrinaje para retornar a su patria, Ítaca, después de concluida la guerra de Troya, se la pasaba a lo grande con mujeres o diosas, a la cual más bella, en sexo, banquetes y holganza. Sin embargo, al paso de los años, insatisfecho, añoraba a su esposa Penélope y su tierra, y retornaba con sus hombres a los peligros donde solo sobrevivió él. Lástima para los que perecieron. Es el sino del hombre, nunca está conforme con lo que tiene, el prado vecino se muestra más apetecible.

Volviendo a nuestra dama, relata algunos sucesos que la impresionaron y de los que da cuenta.
  • Los temblores. Nunca había estado en un sitio donde ocurrieran temblores. En su estancia de diez años, padeció varios, algunos fuertes, otros medianos y otros pequeños, todos aterradores.
  • El valor de la vida. Desatada la guerra, la vida no tiene valor, con fusilamientos, ahorcamientos y cuerpos arrojados en fosas.
  • La Decena Trágica. Le tocó este episodio lo relata vívidamente. La ciudad a merced de las balas, bombas, exploraciones y muerte.
  • Las corridas de toros. Las abomina y critica la crueldad hacia toros y caballos. Se asombra de la popularidad y fascinación de esta “fiesta”.
  • Intolerancia al frío. Después de gozar del clima templado de la Ciudad de México, y del sol, se acostumbró tanto que después ya no toleraba el frío, y eso que su país está ubicado en el casquete norte del mundo.
  • El árbol de Navidad. Cada Navidad celebró con el árbol adornado y con regalos para todos, incluida la servidumbre, donde los indios e indias se sorprendían con el árbol navideño desconocido para ellos.

Una frase final en su libro resume, a su juicio, lo que es México: "México estará siempre para mí en luces de bengala".

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Aniversario 89

El arte de mentir

Instituto Intergaláctico de Juristas