Las firmas falsas

 Hace muchos años, como era usual comenzar en los cuentos de hadas y princesas, en un país lejano, bueno, en el nuestro, pero muy distinto al actual, al que hemos llegado de forma tan sutil día a día… nos damos cuenta de que no fue necesario viajar a otro continente o región para constatar cuánto ha cambiado.

Por casualidades de la vida, debido a un complicado asunto penal en el que representaba a una institución bancaria víctima de un fraude multimillonario, en mi calidad de coadyuvante del Ministerio Público Federal (hoy Fiscalía), tuve la oportunidad de tratar al Sub-Procurador que en ese entonces ocupaba ese cargo, el Licenciado David Franco Rodríguez, exgobernador de Michoacán. Gracias a ello, pude asistir durante varias semanas al departamento de servicios periciales de la PGR en la Ciudad de México y convivir con peritos en la materia de grafoscopía, llevado por mi curiosidad en conocer los "misterios" de esa ciencia y cómo se podía distinguir si una firma era falsa o auténtica. Esto ocurrió a fines de la década de los sesenta o principios de los setenta del siglo pasado.

Por esa época, un juez en materia mercantil me designó perito para estudiar una firma en un pagaré. Se trataba de un pleito judicial muy enconado que involucraba una suma importante de dinero para esos tiempos, algunos cientos de miles de pesos. En ese juicio, yo era el sexto perito en intervenir, lo cual era inusual ya que el número máximo de peritos no pasaba de tres, es decir, uno de parte actora, otro de la demandada y un tercero en caso de discrepancia.



En realidad, difícilmente podía catalogarme como un experto, como mucho, un aficionado. Después de mi dictamen, el juez quedó en la incertidumbre: tres peritos se decantaron porque era auténtica y tres porque era falsa, siendo esta última mi opinión. Ante este panorama y con el consentimiento de las partes, el juez designó a un último especialista que sería elegido por la PGR y así fue como el perito Ricardo Molinet, veracruzano de ascendencia claramente europea y con el lenguaje florido que caracteriza a los alvaradoreños, viajó desde la Ciudad de México a Torreón.


Tenía mucha curiosidad por saber qué opinaría este perito y el porqué de su conclusión, así que estuve pendiente de su llegada al juzgado. Cuando llegó, pidió que le mostraran el pagaré y durante escasos dos o tres minutos observó el documento y lo devolvió. Debo advertir que llegó a Torreón por vía aérea y que estuvo en el aeropuerto de Torreón a las 8:00 u 8:30 horas, y para las 9:00 o 9:30 horas ya estaba en el juzgado. Después de los consabidos saludos y presentaciones, entre ellos la mía, pidió ir a desayunar y en una pequeña comitiva lo acompañamos. Pude constatar que mientras examinaba el pagaré, ordenó lo que desayunaría utilizando su folklórico lenguaje: "A ver, hijo de puta, dame unos huevos motuleños", dirigiéndose al mesero.

Prudentemente, esperé a que concluyera el desayuno y, en una oportunidad, lo abordé para que me explicara la conclusión a la que había llegado en ese asunto y por qué me interesaba su opinión. Con su característica bohemia e ironía, me espetó: "puta madre, si está sencillo, se trata de una firma calcada, es falsa". Traté de indagar más, y me miró con sus ojos azules y sonriendo me dijo: "¿Quieres saber? Ve a la PGR, allá en México te lo explicaré".

Supongo que pensaba que eso no sucedería porque conseguir permiso de la PGR era difícil. No contaba con mi perseverancia, casi como la del "Chapulín Colorado”. Valiéndome de la amistad con el Sub-Procurador y con una petición oficial de la Escuela de Derecho de la UAC, donde era docente, logré la autorización. Haciendo malabarismos y teatro para abandonar tres o cuatro semanas mis tareas de abogado y docente, me fui a la Ciudad de México y me presenté ante el perito Molinet, quien se sorprendió y me dijo: "¿Cómo le hiciste, hijo de puta?". Pero a ratos, con humor, día a día me explicó brevemente los fundamentos de la grafoscopía. Me encomendaba a otros peritos, sobre todo con uno de apellido Del Río, y en medio de sus bromas, a veces un poco pesadas (hoy dirían que era bullying), fui aprendiendo las bases de esta ciencia. Asistía puntualmente de 8:30 a 15:00 horas, que era el horario de trabajo, e incluso llegaba antes que los peritos y me marchaba hasta la hora de salida.

Por consejo de Del Río, después de la primera semana, me presenté en la Procuraduría del Distrito Federal (hoy Ciudad de México) y pude ser admitido para asistir a sus servicios periciales en grafoscopía. Allí llegaba de las 16:00 hasta las 21:00 horas, e igualmente, era más que puntual.

Mi afán por aprender se apoyaba en la máxima de la sabiduría popular: "el interés tiene pies", y en la consideración de que, radicado en Torreón, era casi seguro que no tendría ocasión de volver a México y poder prepararme en ese terreno.

Don Ricardo Molinet me dictó apuntes, que todavía conservo, así como sus consejos, y adquirí todo libro o material que pudiera para estudiar esta materia.

Poco a poco fui adquiriendo más conocimientos y experiencia, y en 1995, unos 20 años después de lo relatado, estudié una maestría en temas de criminología y criminalística, y la tesis para adquirir ese grado académico fue sobre la Grafoscopía.

En el tiempo que llevo en esta apasionante actividad me he percatado, como lo expresan autores argentinos, españoles, peruanos, etc., de que en este tema abundan "peritos" que en realidad no lo son, con conocimientos superficiales, poca dedicación y carentes de ética, pues no les importa señalar que una firma es falsa cuando a sabiendas son conscientes de que es auténtica. Lo que les importa es el cobro de honorarios.

En nuestro país, el sistema procesal que ha dominado a lo largo de más de medio siglo es el llamado mixto: escrito y oral, preferentemente lo primero, donde al perito, de cualquier materia, incluyendo la grafoscopía, le basta rendir por escrito su dictamen y solo excepcionalmente le cuestionan sus conclusiones. Ahora, en los últimos 5 o 10 años, conforme a la reforma constitucional de 2008, con el nuevo sistema procesal, oral y adversarial, el dictamen debe producirse ante el juez en forma oral y es frecuente que sea interrogado. Así, la tarea del perito se ha vuelto más exigente, pues se le cuestiona desde su preparación, capacitación, metodología utilizada, instrumentos auxiliares y, sobre todo, el resultado de su estudio pericial y obviamente sus conclusiones.

Recientemente, un abogado acudió ante mí para solicitar apoyo en el estudio de un dictamen formulado por escrito por un perito en un asunto de su cliente. El dictamen negaba la autoría de la firma de una persona en un contrato de promesa de venta que se suponía había suscrito.

Indagué y descubrí que el perito que lo había elaborado tenía 30 o 40 años de experiencia y era uno de los más acreditados en la región, lo que hacía suponer que preparar un interrogatorio para descalificar su dictamen no era tarea fácil.

En efecto, el dictamen cubría los requisitos de la forma y la esencia de este tipo de dictámenes, pero a mi juicio podía refutarse en algunos aspectos y quedaría en manos del juez si aceptaba o no darle valor al dictamen.

La firma es como la huella digital, cada persona tiene una que es diferente a las demás, la cuestión es detectar las características particulares de cada firma, pues ninguna es exactamente igual a otra, pero sí pueden ser semejantes, lo que dificulta determinar si una firma (que a veces es muy similar a la auténtica) es falsa. En grafoscopía, para distinguir una firma dudosa de una auténtica, hay que estudiar ambas y llevar a cabo el cotejo de la escritura o firma cuestionada con muestras de la persona que haya realizado las firmas auténticas o indubitables. En los tribunales, durante los juicios, es habitual que la persona estampe su propia firma diez veces para que pueda ser confrontada con la firma cuestionada o dudosa, o bien, presentar otras firmas indubitables de las que no haya duda de que son auténticas.

Puede suceder, y de hecho sucede, que un perito hábil aproveche firmas indubitables en algunas de sus características que más se asemejen a aquellas que aparezcan en la firma cuestionada, o con las que discrepen, ya sea para afirmar su autenticidad o su falsedad, según convenga a los intereses del cliente. A esos peritos, que abundan, la "verdad" no les preocupa, sirven al cliente.

Así, el juzgador que no conoce de grafoscopía, puede aceptar lo que afirma un perito si el dictamen le parece convincente. De ahí que el derecho de la parte procesal afectada por un dictamen sea el de preguntar aquello que demuestre o ponga en duda las conclusiones del perito y para que el juez advierta o deduzca la "verdad".

En el asunto que hemos mencionado, el dictamen del perito incurrió precisamente en lo expuesto. Por ejemplo, señaló que las diez firmas indubitables seguían un plano horizontal y la cuestionada, ascendente; también afirmaba que al final de algunas letras o trazos se apreciaba una especie de arpón o gancho en firmas indubitables, y en la cuestionada no se observaba.

Sin embargo, en el análisis de las 10 firmas indubitables se podía constatar que cinco firmas seguían un plano horizontal, pero las otras cinco tenían un plano ascendente; lo mismo sucedía con las firmas con arpón y las que no lo tenían, lo que ponía en entredicho el dictamen.

Durante el interrogatorio llevado a cabo en la audiencia bajo el sistema procesal oral, al perito se le presentó primero una lámina con firmas indubitables con un plano de desarrollo horizontal, que era la característica que él señalaba. Éstas se pusieron a la vista del juez, de las partes y de sus abogados. El perito ratificó esa horizontalidad. A continuación, se le mostró la lámina con firmas con plano ascendente. El perito perdió el habla, su lenguaje corporal fue de desconcierto, le sudaban y se frotaba las manos, tartamudeaba y tuvo que reconocer que había cinco firmas horizontales y cinco firmas ascendentes. Lo mismo sucedió con las firmas con arpones y sin arpones.

El propio juez cuestionó al perito. Se evidenció la parcialidad del perito y así lo alegó el abogado que lo cuestionó.

No es sencillo lograr desvirtuar un dictamen, pues el perito tiene la ventaja sobre el abogado que lo cuestiona de que conoce la materia y emplea un lenguaje especializado para ocultar, desvirtuar o descalificar las preguntas que se le formulan. Por eso, es importante mostrar en láminas o recursos visuales las firmas, ya que a veces no se requiere demostrar que el perito obró descuidada o dolosamente, sino sembrar la duda en el juez de que el perito se equivocó, y aunque conteste con "palabrería", las imágenes pueden contradecirlo.

La importancia de las técnicas de interrogatorio y contrainterrogatorio han cambiado radicalmente este asunto. Ahora, coloquialmente, esto sucede como en las películas norteamericanas, en presencia de todos. En el sistema anterior, el abogado se regía por "principios" como "¿qué es más importante, tener la razón o ser amigo del juez?" o los de "arreglos en lo obscurito". Ahora, en las audiencias orales, a la vista de las partes y en ocasiones con público asistente, las cosas han cambiado, y en mi opinión, para bien de las audiencias donde se ejerce la justicia a la vista de todos, evitándose, en lo posible, la corrupción.

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