La única manera de aprender en la vida es vivirla

Me encuentro en la tarea más agradable, leyendo una novela titulada La biblioteca de la Medianoche de un autor de habla inglesa llamado Matt Haig. Su tema, contra lo que se puede suponer, no habla de libros o de sus autores, sino de aquello que se reitera en el curso de la historia que relata: una verdad que vale oro, la única manera de aprender es vivir.

Como dijo Cantinflas, "Ahí está el detalle". La interrogante que la vida plantea constantemente son las decisiones pequeñas, medianas, grandes y las extraordinarias. La pregunta que nos asalta es: ¿decidí correctamente? y, aún más, ¿qué hubiera pasado si todas las decisiones extraordinarias las hubiera tomado en otro sentido?

En alguna ocasión nos ha asaltado la duda sobre la ruta elegida, qué rumbo habría tomado esta vida si el camino hubiera sido otro.

Cuando acabé de concluir mis estudios de la licenciatura en derecho a los 23 años, incluido el examen profesional, se presentó una rendija de opción para obtener una beca de estudios de posgrado. Mi pasión era el derecho penal y tenía oportunidad de acceder a una estancia en Italia. Fue una encrucijada: tener medios económicos para casarme en el corto plazo o cumplir con otro sueño, estudiar en el extranjero.

Elegí casarme. No me he arrepentido. Dice el proverbio que acabo de inventar: “La lucha entre el corazón y la cabeza acaba en amor”. Sin embargo, queda el gusanito: ¿qué hubiera sido de mi vida si hubiera tomado la otra ruta? ¿Tendría la familia que ahora tengo?

Poco después de esta decisión extraordinaria, me enfrenté a otra: encontrar trabajo para sostener el futuro hogar. Las opciones eran conseguir una plaza de maestro de secundaria o preparatoria, o ingresar como abogado burócrata en alguna dependencia de procuración o administración de justicia. Opté por el magisterio en la materia de historia y para ello ya contaba con la mitad de la carrera: la Normal Superior de la Ciudad de México.

A los 25 años, con plaza magisterial, se me destinó a la ciudad de San Luis Potosí, donde me trasladé para fijar residencia y buscar un sitio donde, con la boda ya planeada, nos iríamos a vivir mi futura esposa y su “humilde servidor”, como es de estilo referirse a uno mismo.

La boda estaba planeada para el 6 de mayo, día en que cumplíamos años los futuros contrayentes. Sí, como una profecía griega, los dos nacimos el mismo día. Sin embargo, como en las tragedias griegas, los dioses, envidiosos de nuestra felicidad, pusieron piedras en el camino.

Sin causa aparente, salvo la posible envidia de mi jefe inmediato, quien dirigía nuestra oficina en San Luis Potosí, cuyo personal apenas llegábamos a 7 personas incluyéndolo, éste, a mis espaldas y levantando calumnias en mi contra, solicitó mi cese ante la superioridad ubicada en la Ciudad de México. Con dificultades y sinsabores pude evadir el zarpazo, pero seguí adscrito a la oficina potosina y eso me orilló a buscar otros horizontes y decidí postergar la boda planeada y encaminar mis afanes por la ruta de la abogacía. ¿En San Luis Potosí, cómo se hubiera proyectado mi vida?

Como decían quienes después pasaron a ser mis suegros, “la vida cierra una ventana, pero abre otras puertas”. A poco conseguí una plaza de abogado asesor en el Banco Nacional de Crédito Agrícola, en su oficina de Monterrey, Nuevo León. Así, apenas cumplía un mes en mi nuevo puesto y el sábado 2 de septiembre nos casamos en la Ciudad de México. El lunes siguiente ya estábamos instalados en Monterrey, sin haber tenido oportunidad de un viaje de boda.

¿Qué hubiera pasado si hubiera seguido en mi trabajo en San Luis Potosí? “Averígüelo, Vargas”, frase empleada para investigar sucesos e historias que de antemano se saben difíciles e imposibles de desentrañar.

Toda persona en su vida se enfrenta a la dicotomía de caminos y rutas. Y si acertamos o nos equivocamos, en eso consiste cumplir que la “única manera de aprender en la vida es vivirla”.

P.D La vida enseña que en ella se encuentran sueños, felicidad, sinsabores, sobresaltos y, a veces... paz. Estimado lector, que en tu balance predomine lo mejor para ti y los tuyos.

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