El plagio

El plagio es un delito, lo cual significa que se trata de una conducta definida en el Código Penal Federal. Por su naturaleza, el plagio no es un delito que pueda ser cometido por cualquier persona, como es el caso del robo, que puede ser llevado a cabo por alguien mayor de 18 años, de manera dolosa, sin ninguna justificación. En el caso del plagio al que nos referimos, se requiere apropiarse, figurativamente hablando, de conocimientos, habilidades técnicas o destrezas de otra persona, generalmente un creador, como un inventor o artista, que ha registrado legalmente como su propiedad, y aprovecharlo en beneficio propio sin reconocer la autoría ni pagar los derechos correspondientes.
Cuando se trata de artículos, mercancías, aparatos, máquinas u otros objetos similares, el plagio se conoce como producto “pirata” y causa perjuicios a los legítimos intereses, llegando a niveles económicos astronómicos que pueden socavar una industria e incluso afectar gravemente una economía regional o nacional. A pesar de esto, el plagio es uno de los delitos con uno de los índices de cifra negra más altos, es decir, aquellos que se cometen diariamente en decenas, centenas, miles o incluso millones de ocasiones, y casi nunca se sancionan. Es una impunidad colosal. Los autores directos, aquellos que venden esa piratería, son sin duda responsables, pero nosotros también somos coautores o cómplices. Todos aquellos que adquieren esos artículos, incluyéndome yo mismo, también somos coautores, incluso lo somos al tolerar o aceptar el plagio. A pesar de que el plagio ocurre a plena vista, me referiré aquí a una forma de plagio que ha proliferado en los medios de educación media y superior, incluyendo preparatoria, universidad, maestrías y doctorados.

Es común y frecuente que, ante la necesidad de presentar algún trabajo académico, desde investigaciones modestas de unas cuantas cuartillas hasta obras de gran envergadura como tesis doctorales, éstos se presenten elaborados mediante la técnica del copiar-pegar. Es decir, se recurre a fuentes de investigadores académicos o escritores de reconocido prestigio o poco conocidos, eso no importa, y se insertan párrafos o páginas enteras en la tarea que debe presentarse, a veces sin modificar su contenido, asuntos, escenarios, lugares o circunstancias que no corresponden al tema encargado o desarrollado por el plagiario, lo cual pone en evidencia las maniobras de plagio. En otras ocasiones, el plagiador se esmera en ocultar el plagio y cambia, altera o modifica algunos aspectos, pero la esencia de su conducta de engañar, de hacer creer que la tarea encomendada se cumplió debidamente, está presente.

En mi calidad de maestro universitario, he sido testigo que debido a la enorme cantidad de obras, artículos, investigaciones, etc., a los que se puede acceder en las plataformas digitales, el plagio de trabajos y tesis presentados por los alumnos de cualquier nivel se ha multiplicado de manera incalculable. Detectar el plagio en ocasiones es sencillo, en otras complicado y probablemente suceda que a veces pase inadvertido, pero siempre requiere esfuerzo y dedicación ubicar o localizar el plagio. Una vez que nos enfrentamos a un trabajo donde aparece esta conducta reprochable, debemos constatarla contrastando los párrafos, páginas, obras, artículos, de donde se derivó el plagio. Aun así, ante la evidencia patente de que el trabajo presentado no solo debe ser rechazado, sino que puede resultar en la no acreditación de las materias e incluso en la suspensión del curso o la expulsión de la universidad, el autor a veces pide clemencia, reclama, insulta, amenaza y su argumento defensivo favorito consiste en que “todos lo hacen” y que “nadie es sancionado”. Reclaman pues inmunidad de rebaño.

Al respecto, debo decir que en una obra elaborada por mi hijo y por mí, es decir, en coautoría, y que fue publicada por la editorial Porrúa en su primera edición en 2006, lleva diversas ediciones y reimpresiones, casi en promedio una por año desde la primera edición. Mencionamos en la presentación de esta obra, los pocos trabajos de autores mexicanos que se habían publicado sobre el tema de la grafoscopía, tal vez unos tres o cuatro, y de ellos citábamos el trabajo del autor Gonzalo Carró Maceda, que para el año 2006 ya tenía varias ediciones, pero desgraciadamente es un plagio, ya que casi el 80% o 90% de las 315 páginas de ese trabajo son transcripciones íntegras de capítulos y páginas enteras de las obras de Félix del Val Latierro “Grafocrítica" y de Fernando López Peña "La Prueba Pericial Caligráfica", el primero autor español y el segundo argentino. Hasta la fecha, el plagio nunca ha merecido ningún comentario o atención, como si no hubiera pasado nada. Más aún, Gonzalo Carró Maceda sigue publicando ediciones hasta la fecha y varios colegas peritos en grafoscopía ¡la incluyen en sus dictámenes como fuente de consulta!

Así, no es de sorprender que la ministra plagiaria continúe en funciones en la mismísima Suprema Corte de Justicia.

Sin duda constatamos que “no son iguales”, no, son peores

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