Pata de perro (Parte III)


Como recordarán mis cuatro lectores, a quienes dedico estas líneas, desde mi infancia padecía del síndrome de pata de perro, una categoría psicológica que, con sabiduría, me endilgó mi madre, quien me conocía mejor que nadie, más que yo mismo. Este síndrome, como ya mencioné, impulsa a explorar nuevos sitios o recorrer aquellos que los recuerdos, buenos y malos, buscamos de tiempo en tiempo. Así que, después del encierro preventivo de esta pandemia de coronavirus que nos aqueja en su interminable categoría del alfabeto griego (alfa, beta, gamma, etcétera), hasta llegar a la más reciente de ómicron, coloqué de lado algunas preocupaciones sobre sana distancia y decidí, con el apoyo de mi hija Verónica, viajar a Irapuato de las fresas, “sabor Morro”, vía aérea, ruta Torreón-Querétaro, y en tour relámpago visitar mi patria chica, Acámbaro, y después Aguascalientes.

Es domingo y desde temprano salimos de Irapuato rumbo a la hidrocálida Aguascalientes, meta final que debe dejar satisfecha, por algunos meses, la ansiedad provocada por la “pata de perro”.

En 1961 conocí por primera vez la ciudad de Aguascalientes cuando aún era un lugar provinciano, cuya vida transcurría con la paz de los cotidianos ritos de la iglesia cristiana y que contaba con unos 125,000 habitantes. Ahora, en noviembre de 2021, después de 60 años, retorno a estos lares y es un lugar de un trajín de urbe moderna. Su actividad así lo delata: avenidas asfaltadas, circulación incesante de automóviles, puentes elevados, pasos a desnivel, semáforos y prisa, siempre prisa en las horas pico.

Tal vez lo que parece no haber cambiado y que tiene mejor presentación que antaño, son los edificios y plazas del centro histórico. Aguascalientes ha crecido al ritmo de sus anillos viales, diseñados para servir de vías rápidas para desahogar la circulación y que, a la fecha, alcanzan el número de cinco o seis, que dan fe de su rápido desarrollo para albergar, a la fecha, alrededor de 860,000 habitantes.

Aguascalientes, como otras partes del centro del país, Querétaro, León, San Luis Potosí, etcétera, han transitado de una actividad centrada en la agricultura y el comercio a la de centros industriales con una pujante vida mercantil. Ahora es famosa en el campo comercial por sus artículos de mantelería y vestidos.

En mi arribo en el lejano año de 1961, me desempeñaba como docente de la SEP, adscrito al Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, que se dedicaba a proporcionar educación a nivel de la Normal para una multitud de maestros que laboraban en las escuelas del país. Estos maestros eran “hechizos”, es decir, que por vocación, necesidad u otras circunstancias ejercían el magisterio sin contar con los estudios respectivos.

El instituto contaba con un plan de estudios diseñado para cumplirse en 4 años, con cursos intensivos de dos meses al año durante las vacaciones, y cursos regulares con asesoría a distancia. En cada entidad existía una delegación, y estas dependían de coordinadores por regiones. Todas estas dependencias tenían sus oficinas centrales ubicadas en la Ciudad de México. En mayo del año mencionado, el instituto convocó a un congreso nacional para los integrantes de las delegaciones y coordinaciones, el cual se llevaría a cabo en Aguascalientes. Debido a esto, los ocho catedráticos integrados a la delegación del estado de San Luis Potosí, a la cual me había unido apenas seis meses antes, nos trasladamos a la ciudad hidrocálida de Aguascalientes, de la cual además dependíamos del coordinador regional.

Al llegar a Aguascalientes en el automóvil en el que viajé en compañía de varios colegas, nos dirigimos a las oficinas de la coordinación en esa ciudad. Apenas puse pie en tierra, saludando al profesor Aguilera, el coordinador que nos había visitado unos tres meses antes en la capital potosina y que me dispensaba buen trato, me espetó: "Hoy no me esperaba verlo, pues el profesor Antonio Guerrero, mi jefe inmediato, ya tramitó su baja".

Esta inesperada y sorpresiva recepción amargó mi estancia de los tres días en los que transcurrió el congreso. Sin embargo, esta historia acabó al concluir el evento con mi reinstalación, pues no existía causa o motivo de queja por mi trabajo. Todo se debió a la inquina de mi jefe, quien, entre paréntesis, jamás me hizo la menor observación o llamada de atención, pero como se dice, "me daba la del indio" que no me podía ver ni en pintura.

Durante los días del congreso, me llevaron como parte de los eventos a conocer la propiedad del torero más famoso de Aguascalientes, Fermín Espinosa "Armillita I" (a la fecha, creo que ya van en el tercero, pero el “papá de los pollitos” fue él). Ese lugar, donde se sirvió una comida para alrededor de los mil congresistas, era una antigua hacienda construida al estilo señorial de tiempos de la colonia, remozada y modernizada por su dueño. Estaba dedicada a la crianza de toros bravos y contaba con una pequeña plaza para la lidia de esas reses. Como número estelar, se nos ofreció una tienta, es decir, una exhibición de toreo sin picar ni matar a la res.

En otro evento para el segundo día, visitamos la pequeña población del municipio de Calvillo, famoso por su producción de guayabas. Según se dijo en ese lugar, el presidente municipal era el más joven de todos los alcaldes del país. Esta visita se empañó porque en el viaje por carretera para llegar a ese lugar, cercano a una hora aproximadamente de Aguascalientes, una maestra perdió el control de su automóvil, volcó y falleció.

Aunque en aquel entonces tuve pocas oportunidades de conocer Aguascalientes, aún recuerdo su palacio de gobierno, la plaza principal y las instalaciones de la famosa feria del país. Son lugares hermosos que no pude disfrutar debido a la preocupación por mi posible despido.

En esta ocasión, décadas han pasado y contemplo una ciudad con los mismos edificios en el centro histórico, pero con un mejor aspecto en todo su entorno. La plaza adoquinada y arbolada estaba llena de gente caminando, entre tiendas y vendedores ambulantes, en contraste con la quietud de antaño.
 



Visité un centro comercial dedicado a la venta de mantelería, cobijas, cobertores, prendas de vestir, etcétera, y compré dos manteles con motivos navideños. Éste era un deseo incumplido de mi esposa en vida, por lo que realizarlo era una especie de mandato personal.

Lamentablemente, el museo de la muerte, uno de los más famosos de Aguascalientes, estaba cerrado al público y no pude visitarlo. Sin embargo, sí pude ingresar al museo José Guadalupe Posada. Está ubicado junto a la plaza del Encino, en el atrio de la iglesia.

José Guadalupe Posada nació en la ciudad de Aguascalientes y comenzó y destacó como periodista, grabador y editor en ese lugar. Con el tiempo, se trasladó a la Ciudad de México y se hizo famoso por sus grabados y viñetas que ilustraban las noticias diarias, desde pleitos familiares y bodas, hasta fusilamientos, asesinatos y robos. Su fama se desarrolló durante la época del porfiriato en el último cuarto del siglo XIX, y también abordó aspectos políticos, incluyendo una feroz crítica social al autoritarismo de Porfirio Díaz, lo que le valió persecuciones constantes.

Son famosas sus calaveras y catrinas, que consistían en versos que ridiculizaban a políticos, empresarios, potentados e incluso personas comunes. En estos versos, desnudaba los vicios, las corruptelas y los prejuicios de la sociedad del porfiriato.


Al caer la tarde, después de esta visita, junto a mi hija, yerno y nieta, emprendimos el retorno a Irapuato.

Después de estos cuatro o cinco días de viaje agitado, caminatas, desfile de lugares, recuerdos y vivencias, cumplí el sueño anhelado de volver al pasado y disfrutar el presente. El porvenir no está asegurado, pero lo que queda en la memoria nadie nos lo puede arrebatar, a veces ni siquiera la muerte.

Postdata: Un resultado colateral de este tour fue que mi hija Verónica registró en su celular la distancia de unas caminatas turísticas y el aparato le otorgó un premio, una pequeña corona por los kilómetros recorridos. Como dice Ripley, “aunque usted no lo crea”, yo no tengo celular, así que mi ego no fue favorecido.

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