El rey de la selva

A nadie va a sorprender la afirmación de que el león es el rey de la selva.

Así, a mi juicio uno de los reyes de la actual literatura lo es León-ardo Padura, tanto que en mi humilde opinión es merecedor del premio nobel en ese campo.

Pero, ¿quién es Leonardo Padura? La respuesta: es un cubano nacido en 1955 en la Habana. Su vida ha transcurrido casi simultánea al gobierno de la revolución encabezada por Fidel Castro que derrocó al régimen de Batista e implantó en la perla del caribe, el comunismo.

He leído algunas de sus obras. La primera que llegó a mis manos es un relato sobre la vida de Joaquín Mercader del Río. Este personaje cobró triste celebridad por haber asesinado al afamado líder de la revolución rusa León Trotsky, asentándole terribles golpes en el cráneo con un piolet en su estudio privado de Coyoacán, a pesar de su notable resguardo, ya que Trotsky sufría de una persecución incesante de los esbirros de Stalin, su excompañero de lucha y después acérrimo enemigo.

Antes de que se produjera su asesinato en 1941, Trotsky había recibido asilo en México —después de un largo peregrinaje— otorgado generosamente por el gobierno del Gral. Lázaro Cárdenas. Varios países le habían negado protección, presionados por el dictador ruso.

El libro de Padura se refiere al período de la vida de Joaquín Mercader después de que cumplió la sentencia de 30 años que le fue impuesta (la máxima en ese tiempo) por el juez mexicano Raúl Carrancá y Trujillo, a quién le tocó la tarea de procesarlo una vez que fue detenido en el mismo lugar en que cometió su magnicidio.


Padura título esa obra El hombre que amaba a los perros, en la que poco alude al pasado de Mercader del Río, sino a su autoexilio que vivió en Cuba, donde acudía a la playa a pasear a sus amados perros.

En esta obra como en otras de su autoría sorprende su maestría literaria, así como indiscutible trabajo acucioso de investigación del tema, y la poética manera de relatar en prosa su relato.

También resulta inesperado que Padura no aluda directamente al hecho de vivir en una sociedad comunista, y menos aún de decantarse a favor o en contra de ese sistema. En este punto es pertinente mencionar que, en noviembre de 1994, días antes de que estallara en México el “error de diciembre” que devaluó nuestra moneda, pude viajar a Cuba, ya que el costo resultaba bastante atractivo aunado a que en este país la diferencia del peso mexicano (convertido a dólares), contra el peso cubano, daba una ventaja indiscutible.

Por esas razones en compañía de mi esposa y mi hija Verónica, que ya cursaba la universidad, emprendimos el viaje para disfrutar de unas cortas vacaciones.

De Cuba pudimos visitar la Habana y Varadero, sitio turístico comparable con Cancún de nuestro país.

La Habana, capital de Cuba, es una ciudad a la orilla del mar, hermosa, con paisajes inolvidables. Las edificaciones de la urbe, incluyendo su centro, así como barrios residenciales como el denominado Vedado, sufrían en esa época de un notable deterioro. Nos enteramos de que, en la isla, se padecía la escasez de toda clase de productos. La población vivía con penuria de alimentos y éstos se encontraban racionados y se entregaban por parte de las autoridades mediante tarjetas de racionamiento.

Fue inusitado el contraste de la abundancia de alimentos, fruta, pan y platillos que recibíamos en el desayuno y cena incluidos en el costo del hotel, con la penuria que sufría (y que sigue a la fecha) el cubano común y corriente, y no hablo de oídas, o por lectura. En efecto, tuvimos oportunidad de convivir un poco en el hogar de tres familias cubanas: abuelos, hijos y nietos, en una sola casa, de las que nosotros ubicamos como clase media, pues por la escasez de vivienda debían compartirla, y donde las raciones de leche, pocos huevos y otros alimentos básicos se destinaban preferentemente a los niños; el resto, a duras penas alcanzaba para los jóvenes y adultos. El racionamiento que observamos estaba casi en los límites de la sobrevivencia.

De esa convivencia pude entender que cuanto cubano se cruzaba en nuestro camino, de inmediato ofrecía en venta cualquier chuchería o solicitaba dinero, y al decir cubano, también sucedía con cubanas. Me resulta penoso describirlo, pero estaba frente a un escenario de hambre generalizada.

El impacto que me produjo la situación que describo fue tal que en las noches de los días que transcurrieron en esas vacaciones me despertaba por las noches y ya no podía conciliar el sueño angustiado y pensando qué sería de mi familia si el destino me hubiera ubicado como cubano.

Padura, en las descripciones de sus libros, menciona esa situación como un trasfondo que queda casi oculto, y de no ser porque visité la isla en la ocasión que he descrito, no lo percibiría como lector.

Cabe decir que en el sistema comunista no se acepta la libre empresa, expresión de la forma económica capitalista, así que los empleos de toda índole, en Cuba, son controlados por el Estado y éste fija la retribución. El ciudadano trabaja para el bienestar de todos, no para sí mismo, en ese sentido resulta ser igualitario, salvo que como no se produce lo suficiente para un nivel de vida aceptable, la igualdad da por resultado lo que he descrito.

Padura, se muestra orgulloso de ser cubano en la voz de uno de sus personajes entrañables, Mario Conde. Este personaje es un teniente retirado de la policía, de una perspicacia, e ingenio que le permite resolver los crímenes y delitos que caen en sus manos por los caminos más inesperados, como los casos de algunos misterios que rodean la vida y muerte de Hemingway, o el asesinato de un chino en la Habana, o el robo de una valiosa estatua religiosa de una virgen de tiempos medievales. En el curso de sus investigaciones se “cuelan” episodios que dan cuenta de cómo los cubanos se las ingenian para allegarse dólares que alivien sus penurias mediante actividades mercantiles al borde de la ilegalidad, o de plano en lo que conocemos como mercado negro y trafican con cuanto tenga valor. En ese sentido, Mario Conde, el personaje de Padura se dedica a lo compraventa de libros antiguos para clientela especial.

En otra novela, La cola de la serpiente, Padura nos explica que ante la propuesta socialista de producir vacas F-1, o sea, mezclar raza Holstein (que producen mucha leche, pero poca carne) con cebú tropical (que da poca leche, pero es excelente proveedora de bistecs), el resultado fue que “la vida demostraría que las F-1 necesitaban más que soñadores de tribunas (políticas) e inseminadores de largos guantes, y no hubo ni vacas F.1, ni por supuesto, leche, mantequilla, bistecs…, ni siquiera picadillo”.

En este pequeño párrafo Padura desnuda la realidad, que se aparta de las ofertas políticas carentes de sustento científico, o de efectivos ensayos y resultados positivos.

Nada nuevo bajo el sol, y para ello no necesitamos ir a Cuba, en cualquier parte del mundo lo encontramos, y no se diga en nuestro “lindo y querido México”.

Sin reserva alguna, recomiendo cualquier obra de Leonardo Padura, el “rey”.

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