La lealtad




Para mis amigos de los miércoles

La lealtad es una de las cualidades más preciadas que puede tener un ser humano. Equivale a fidelidad y honor, y desde luego, encuentra su esencia en el concepto de amor, entendido en su más amplio sentido.

La lealtad implica aceptar que existe un profundo respeto hacia quien la profesamos, y que a su vez es recíproca. La lealtad tiene que ver con la sinceridad, con la verdad, con la realidad. Como se nutre del amor al semejante, en ocasiones no expresamos “toda la verdad”, u ocultamos parte de ella en aras de no lastimar o herir sentimientos, ya que con ello afectaríamos a terceros.

La lealtad como toda virtud, es muy complicada de explicar y no está exenta de confrontación con otras virtudes, y en ese posible enfrentamiento cabe la posibilidad de tener que sacrificar una en aras de otra, como ante el deber o el daño a otro.


Con mi perenne costumbre de acudir a ilustrar lo que trato de explicar, me auxiliaré de una película, Odisea del espacio 2010. Este filme es la continuación de la Odisea del espacio 2001, y contra lo que ocurre con las llamadas segundas partes, la segunda es tan excelente como la primera o tal vez más.

Para el asunto que ahora nos ocupa se encuentra en Odisea del espacio 2010: en la relación que existe entre uno de los astronautas que viaja en la nave destinada a averiguar qué ocurrió con la nave espacial cuya historia se detalla en la primera.

Este personaje al que nos referimos tiene un especial trato con la enorme computadora que, en calidad de inteligencia artificial, controla prácticamente todas las operaciones de la nave: su trayectoria, el manejo de combustible y hasta entretener a los astronautas con partidas de ajedrez. El científico que se ocupa de la computadora se dirige a ella como si fuera una persona y la máquina le corresponde con un trato diferente, como si el científico fuese un amigo y entre ellos existiera un respeto que por sí sólo hace inolvidable esta película.


En un determinado momento, los humanos viajeros tienen que tomar la decisión de abandonar la nave, pero requieren que la computadora realice operaciones que deberán proyectar a una estructura espacial que los llevará a la tierra, lo que implica que la nave perecerá, es decir, su destino será la destrucción.

El científico debe dar las instrucciones a la computadora y una lucha se libra en su interior: entre la computadora y él existen lazos de amistad, podemos decir, de afecto. Discute con sus compañeros astronautas, quienes le aconsejan que no le diga a la máquina que las operaciones que debe realizar la llevarán a su propia aniquilación. El científico les dice: “no lo puedo hacer, ella se va a dar cuenta de que le miento”.

Es memorable el diálogo entre el científico y la máquina. Ante la pregunta: “Doctor, ¿qué va a pasar conmigo?” El científico, con todo tacto, contesta: “Necesitamos de ti, no hay salvación si no nos ayudas”. Guarda un espacio de silencio y agrega: “No te salvarás”. La máquina responde: “Doctor, agradezco su sinceridad… cuente conmigo”.

El hecho de que el científico le diga la verdad a la máquina y la manera de responder de ésta es lealtad: no te miento, inclusive si con ello pongo en juego mi vida.

La lealtad no puede ser “o estás conmigo o eres mi enemigo”, no puede ser la ciega obediencia. La lealtad existe de una parte, y de otra la sinceridad, el afecto, el amor, hasta el propio sacrificio.






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