Cuento de Navidad

 He leído, o en ocasiones visto, convertidos en películas varios cuentos de Navidad. De todos ellos conservo en mi memoria dos.

El primero se debe a la pluma de un notable escritor inglés, Charles Dickens, y como de seguro ya lo conocen, sólo apuntaré que el personaje principal está representado por un usurero judío (malvado favorito) de apellido Scrooge, el cual trata de una forma despótica a su empleado que no sólo soporta su infame y prepotente trato, sino que le da gracias por tenerlo en calidad de “amo”.

En el ocaso de su vida, Scrooge, día a día, se vuelve más insoportable. Se acerca la Navidad, la época más detestable para este personaje que no le encuentran sentido a tal festejo, ni religioso ni social.

Sin embargo, algo debe remorder su conciencia, (no hay que olvidar que es un cuento), pues en las noches Scrooge tiene pesadillas y en ellas se le aparecen tres fantasmas que le vaticinan su futuro y, no me extiendo en ello porque independientemente de que es interesante lo que sucede, de seguro ya lo conocen.

El desenlace de este cuento es de color de rosa (al fin cuento, y por Navidad, ni se diga).

El otro cuento del que no recuerdo su autor, lo leí en una modesta revista que en su momento guardé, y aunque ahora que lo busqué no pude encontrarlo, así que he tenido que echar mano de mi memoria, que a estas alturas del partido tal vez, esté jugando tiempos extras. “Baltasar, rey de un lejano país africano” recibe un mensaje en uno de sus sueños. Debe emprender el camino a un lejano lugar de ubicación incierta, porque va a nacer el Hijo del Hombre. Deja su reino y emprende el camino. Lo acompaña su hermosa esposa que está embarazada, esperando su primer hijo.

En el camino se encuentra a otros dos reyes, Melchor y Gaspar, que también recibieron el mensaje y van con el mismo destino para entregar sus presentes y rendir pleitesía al que está por nacer.

La ruta la marca una brillante estrella en el firmamento. Poco a poco se acercan al reino de Judea, en manos de los romanos, amos y señores de un inmenso imperio.

En el trayecto la esposa de Baltasar da a luz a un hermoso bebé, de cabellos ensortijados y de piel lustrosa como el azabache.

La estrella se fija indicando el lugar de destino. Para arribar a ese sitio los tres reyes entrevistan al rey Herodes, quien conoce la profecía de que el Salvador nacerá y se convertirá en el rey de los judíos y esa noticia no lo hace feliz. Enterado del propósito que persiguen los tres reyes magos, les indica que efectivamente está por nacer, o ya nació el Hijo del Hombre, pero que no sabe el sitio exacto. Les pide que si lo ubican se lo hagan saber, pues él también quiere presentarle sus respetos.

Éstos siguen su marcha y llegan a Belén. En un pequeño y humilde establo se encuentra el Niño Dios, y arrodillados entregan sus presentes: mirra, oro e incienso.

Cumplida su misión se retiran. De regreso, Baltasar medita y recuerda al niño Dios, blanco, de cabellos rubios, hermoso, tan distinto al suyo, y a la enorme paz y felicidad que colmó su alma con sólo contemplarle.

Advertidos por un mensaje celestial, los tres reyes magos retornan a sus reinos sin avisar a Herodes del lugar en donde se encuentra el niño Dios.

Apenas se dispone a salir de Belén cuando soldados del rey Herodes llegan a ese lugar buscando a niños recién nacidos, varones, y de inmediatos los degüellan para suprimir al posible rival que le arrebate el poder.

Baltasar ve llegar a los soldados y éstos prestos localizan a su recién nacido y el esbirro se dispone a matarlo, pero ve el color del niño y recuerda que no corresponde a la descripción del que busca y lo devuelve a su madre si daño alguno.

Baltasar nunca llega a saberlo, pero solo dos niños se salvan de la matanza de inocentes, su hijo y el Hijo del Hombre. 

Aunque tarde, pues estuve “fuera de circulación durante unos días”, deseo a mis lectores que esta Navidad haya sido de paz y felicidad.

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