De poca madre

 

Año de la locura pandémica

Abril 2021

 

Los latinoamericanos nos caracterizamos por nuestra forma de ser, de expresarnos y conducirnos de manera diferente a los hispanos, y eso creo que no es materia de discusión. Más aún, entre los propios latinoamericanos existen divergencias. La simple modulación, entonación o modismos en el lenguaje nos identifican y revelan la nacionalidad de nuestro origen. Si profundizamos en ese terreno, es evidente que un yucateco basta con que exprese: ¡bomba!, para identificarlo, así como al defeño cuando con su sonsonete nos saluda ¡quibo manito! El acento norteño difiere del sureño, y distinguimos de un norteño a otro norteño y de un sureño a otro.

Sin embargo, en vía de encontrar distinciones entre un latinoamericano y un hispano, lo podemos hacer en la forma de exponer situaciones abstractas en un lenguaje grosero. Así, un español puede, ante una situación problemática o difícil expresar, como lo hace Arturo Pérez-Reverte por boca de uno de sus personajes literarios: “Me cago en la puta que parió a Dios”; frase que es impensable en un latinoamericano, pues este diría: “esto está de puta madre”, pero jamás se le ocurriría meter a Dios, o a la madre de éste o de alguna divinidad. De hacerlo, sería exponerse a una riña verbal, o a una reyerta de violencia física.

Me recuerda en una ocasión, rara por supuesto, en que, en un viaje turístico al salir de la Alhambra, palacio en Granada, vi a que dos taxistas españoles se disputaban a gritos por diferencias laborales en el área de estacionamiento, y me dije para mis adentros: “no tardan en liarse a golpes”, pero no, se fueron apartando, siguieron insultándose, pero no hubo contienda de obra. Pensé, en México, con la décima parte de esos insultos, dos taxistas hubieran llegado a la riña, a las lesiones y aún a la muerte.

Ahora, ante este ejemplo, ¿quiénes resultan más inteligentes: españoles o mexicanos?, ¿ quiénes más respetuosos o prudentes?

A distancia creo que es preferible dejar las cosas en el terreno verbal, no en la confrontación de hecho. En la primera, tal vez se afecte el honor, la dignidad, pero en la segunda, puede repercutir en la integridad física y aún la muerte, y por cuestiones que pueden ser baladíes.

En general, el hispano usa el insulto como un desahogo pasajero; el latino, lo afronta como agravio que no olvida y el rencor anida en el fondo de su alma, y tal vez, es el último lugar que deja de latir cuando abandona la vida.

Una recomendación amigo mío, piensa, y vuelve a pensar, antes de afrentar al prójimo, sea en poca, mediana o gran escala, no sabes de que tamaño es la alimaña que te vas a echar al seno.
No te metas con Dios, y menos con su madre, aún si no crees, y resultará peor si profesas fe, ¿qué cara vas a poner cuando llegues ante San Pedro y te haga memoria? Ni modo de decir, “era broma”, pues en ese sitio no sabes si el sentido del humor se acepte como tarjeta de crédito y puedas saldar tu cuenta pendiente.

Me salió de poca….

Adieu

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