Vueltas que da la vida
- Son ustedes un atajo de vacas
pendejas (sin agravio para las vacas) -tronó el comandante- ¿cómo es posible
que no encuentren la manera de correrlo?
El comandante se refería al director
de la Academia de la Policía de Torreón, donde se capacitaba a los aspirantes a
policías.
El que encabezaba el atajo,
balbuceaba una torpe explicación que ponía en evidencia la “superioridad” de su
I.Q sobre el resto de la manada: es que la acción que sugirió no funcionó.
- Guevarita, explotó el comandante, ¿a
quién se le ocurre comunicarle su destitución por no haber enviado una
información que te había remitido hace dos meses? Y por no leer ni lo que te corresponde, la
Comisión de Derechos Humanos ya me requirió información por la posible
violación de derechos a los cadetes de la Academia.
- Guevarita, te pasaste la raya. El
director te comunicó tres veces que las raciones de comida para los cadetes
eran insuficientes en calorías y que tú eras el responsable del encargado del
comedor. De seguro, Guevarita, que el encargado de los alimentos se mochó
contigo y tú no tienes cara para exigirle que cumpla con las raciones
adecuadas. Y agrégale, que en el último oficio, el director te exige una
auditoría del servicio de comedor y la razón porque la que los cadetes de la
Academia de Saltillo, que tú diriges, ya tienen desde hace dos meses la
dotación de uniformes y los de Torreón ni sus luces.
Guevarita callaba, buscaba en la
alfombra de la oficina del comandante alguna idea que lo sacara del atolladero.
Ni modo de decirle al jefe que en el moche de esos asuntos, él llevaba
la mejor tajada.
El comandante, furioso, agregó: Dile
al licenciado Recio que aguante, que en unos días más arreglamos lo de su
designación, no quiero que vaya a quejarse con el Gobe, y mientras, ve
cómo resuelves el asunto del requerimiento de la Comisión.
La Academia Estatal de la Policía
había iniciado sus labores en el sexenio anterior, y su director, profesionista
con experiencia en el campo penal y académico universitario, se había
desempeñado con éxito, pues ya habían egresado tres generaciones de policías
con título reconocido con cédula profesional en la rama de la seguridad
pública, los primeros en este tipo de patente en el país.
El director, a raíz de que inició el
desempeño del nuevo gobernador, recibió la visita del coordinador designado
para la Academia de Policía. En la primera entrevista, el director explicó con
cierto detalle las tareas académicas que estaban en proceso, los proyectos por
realizar y los requerimientos académicos y administrativos que exigían atención
inmediata. Su sorpresa no fue menor ante la respuesta del coordinador:
-La meta principal de la Academia
debe estar enfocada a colaborar, en asegurar los votos que se necesitan en
cuánto cargo electoral se convoque.
Cero preocupación académica, administrativa
o de capacitación policial.
Además, agregó, el coordinador Guevara:
Ya no se van a cubrir honorarios para
catedráticos externos. El mismo personal tendrá que cubrirlos, así sean
secretarias, auxiliares o administrativos.
Ante este panorama, el director
reaccionó señalando: No puedo creer lo que me está diciendo, es suponer que
cualquiera puede impartir clases. Menos puedo creerlo de un gobernador que es
maestro normalista.
El coordinador sólo repuso: Pues
aunque Ud. no lo crea, son instrucciones del Gobernador.
El director calló. En ese mismo
momento supo que el edificio institucional dedicado a preparar policías
profesionales estaba destinado a fracasar, o en todo caso, como fue resultando
poco a poco, a ser sólo una simulación, una profesionalización “patito”.
Mes a mes se fue produciendo la
degradación institucional. La instrucción de que el personal administrativo
supliera a los catedráticos externos, obviamente para no erogar su costo, se
hizo realidad: hasta las secretarias impartieron material de nivel
universitario. Al principio, el director, los subdirectores académico y
administrativo, el secretario técnico, los coordinadores de disciplina y
preparación física, se hicieron cargo de la mayoría de los cursos académicos,
además de sus labores cotidianas, sin ningún estímulo económico o académico. Obviamente
resultó lo que dice el sabio dicho, “el que a dos amos sirve…”, queda mal. La
calidad educativa se fue a pique.
En el curso de menos de un año, no se
recibieron apoyos del material indispensable para la preparación profesional de
los cadetes: ni un solo proyectil para las prácticas de tiro policial. Los
policías egresaban sin haber disparado un arma de fuego. La capacitación se limitaba a técnicas y
tácticas de tiro simulado (sin disparar). Carecían de entrenamiento en conducción
y operación de vehículos, porque, a pesar de continuos requerimientos, nunca se
podía disponer de patrullas o vehículos, así que todo era “teoría”.
A lo anterior, se agregaban las deficiencias
en el comedor, el retraso constante del pago de las becas mensuales, la
carencia de uniformes y de equipos de cómputo para preparar a los policías en
habilidades tecnológicas indispensables para su desempeño profesional. Y para
rematar, el acoso sistemático para despedir al personal administrativo de la Academia
para sustituirlo por incondicionales de la administración estatal, lo que
sucedió: a los tres meses se exigió la renuncia a los subdirectores y al
secretario técnico, quienes llevaban siete años de experiencia en el cargo. Éstos
fueron sustituidos por personal sin preparación en seguridad pública, y el
colmo, se designó como secretario técnico a un corresponsal de un periódico de noticias
a nivel municipal quien, en su entrevista con el director al asumir el cargo,
dijo: Yo sólo voy a venir a cobrar, porque el puesto es un premio que me da el
gobernador por mis tareas en el trabajo electoral a su favor.
La esperanza de revertir este poco
favorecedor panorama decidió al director a luchar por los cadetes, por lograr
su profesionalización, pues sin una policía de calidad, la seguridad ciudadana
iba a resultar la víctima, lo que por desgracia, finalmente aconteció.
Una de las molestias del comandante, fue
expresada en una de las pocas reuniones a las que asistió el director, en conjunto
con el personal directivo de otras dependencias en materia de seguridad. Se
refirió a que recibía constantemente oficios de una dependencia en la que se
informaba directamente, o por acuse de copia, de su marcha, señalando que ese
burocratismo debía cesar. No expresó a qué dependencia aludía, pero conociendo
el sistema y como el director era el que dejaba constancia de lo que ocurría,
supo que se refería a él. El director disminuyó el caudal de oficios al
comandante, pero no lo cesó, pues en ese sistema encontraba su escudo y
protección de posibles falsas imputaciones o acusaciones, como suele suceder en
los terrenos movedizos de la administración pública.
No andaba desencaminado, pues el
coordinador, ante una queja presentada en el anonimato por la falta de uniformes,
el pago de becas y el pésimo servicio del comedor ante la Comisión Estatal de
Derechos Humanos, le envió un duro oficio recriminando no “controlar a los
cadetes”, responsabilizándolo de esas quejas y amenazándolo con su destitución.
No tuvo que esperar mucho tiempo. El
director le contestó, punto por punto, que los causales de las quejas ya eran
de su cabal conocimiento, pues con sendos oficios, con copia a la comandancia,
le había estado insistiendo en que los atendiera sin obtener respuesta de su
parte.
Todo tiempo, a los cadetes se les cubrió
parte de sus becas, llegaron algunos uniformes de medidas extra chicas y extra grandes,
evidentemente de los sobrantes y en cantidad insuficiente, sin ninguna
aclaración ni comentario del coordinador o comandante.
El director comprendió que su
presencia era indeseable, pues incluso se había filtrado la noticia de que ya
hasta se había designado a su sucesor. Prolongar su labor ya no resultaba en
beneficio de los cadetes, sino en riesgo de que se le fincaran falsas
acusaciones que frente al “monstruo”, era un suicidio. Lo más importante, el
Consejo Ciudadano de Torreón confiaba en que los cadetes estaban siendo
profesionalizados en forma adecuada y no como en realidad sucedía.
El director acudió a la oficina del presidente
del Consejo Ciudadano, le explicó la situación y le rogó: Por favor, no
interceda para que siga al frente de la Academia. Sólo va a agravar mi problema
y además no estoy dispuesto a seguir engañando a la sociedad preparando
policías como profesionales, cuando en realidad no lo son.
El director presentó su renuncia, la
que sin mediar trámite alguno fue aceptada, y el propio comandante acudió a la ceremonia
en que el nuevo director, el Lic. Recio, del que ya se sabía desde hacía meses
de su designación, recibió la encomienda de dirigir la academia.
Por casualidades de la vida, como una
actividad de la Secretaría de Seguridad Pública Estatal, previa a la ceremonia
del cambio de director, se celebró una conferencia magistral sobre un tema
relacionado a la seguridad, impartida por el Dr. Vera, uno de los
subprocuradores de la PGR, a la que el personal de la academia asistió. Y quién
lo dijera, a los tres meses, el director que había renunciado tomaría posesión
como subprocurador en sustitución del Dr. Vera. Vueltas que da la vida: de un
cargo de una academia a subprocurador a nivel nacional. La realidad, ¿superó a
la ficción?
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