A la memoria de un gran maestro

Nuestro personaje fue ante todo un maestro en la expresión máxima de la palabra. El maestro educa, no sólo enseña, es mucho más que un mero instructor, pero un gran maestro es no sólo el que forma buenas personas, sino que les transmite el poco común don de la curiosidad, de abrir las mentes, de proponerse caminos de vida, de dudar, de cuestionar lo que algunos aceptan porque es cómodo, provechoso o utilitario.

Hay algunos para quienes la duda cartesiana o el método dialéctico es lo permanente, lo cotidiano, y todo someten al escrutinio. Y si por añadidura, aquellas personas dedican su vida a todo aquel que el destino coloca en su camino, para convertirlo en sujeto activo de sus propias decisiones, estamos en presencia de un gran maestro.

Eso fue durante toda su vida MARIO HERNÁNDEZ MESTAS.

Prácticamente desde niño la vida le planteó un escenario de privaciones materiales. Se desempeñó en múltiples trabajos hasta obtener el grado de maestro de instrucción primaria, y al margen de que ello le permitió ejercer lo que en su vida fue su pasión, educar, saciar su ambición de saber, penetrar en los fenómenos de la naturaleza y sobre todo de los sociales, lo condujo a estudiar y a ser toda la vida un insaciable “socrático”, a preguntarse continuamente sobre lo que significa ser “ciudadano del mundo” y su relación con quienes ejercen las relaciones de dominio.

Recuerdo, que ya recién egresado de la normal emprendió el estudio del nivel de preparatoria en las antiguas instalaciones de la Escuela Centenario, donde se ubicó la Federal para Trabajadores, por los lejanos años de 1968 o 1969. En ese tiempo, me desempeñaba como maestro en la materia de Historia Universal, y si la memoria no me es infiel, condiscípulo de Mario, lo fue otro alumno, Juan de Dios Castro Lozano, y los menciono porque desde esos convulsos días ellos eran, sin proponérselo, reflejo de los extremos de cómo concebir el mundo y nuestra sociedad postrevolucionaria. Los pasajes históricos de la materia les servían para cuestionar las condiciones políticas y económicas de nuestro país, desde perspectivas opuestas.

Sin embargo, desde esos lejanos días, Mario, estudioso del marxismo, así como del pensamiento de Fidel Castro, de Ernesto “Che” Guevara y Salvador Allende, que eran ejemplos para la construcción de sociedades más igualitarias, se destacaba, a mi modo de ver, porque no pregonaba sus convicciones con el ciego fanatismo de otros, prefería la dialéctica del convencimiento.
Desde esos lejanos días no se dejó seducir por la perversa compra de conciencias, recurso de grupos como la “mafia del poder” lo asediaban temerosos de la fuerza de sus razones, de su ejemplar vida al servicio de sus principios.

Cómo olvidar las ocasiones en que nos reuníamos con amigos comunes en su casa, en las que el planteamiento y replanteamiento de cuestiones políticas, económicas, sociales, o culturales, se prolongaban, fácilmente, hasta las dos o tres de la mañana.

 Me admiraba su increíble fortaleza, pues después de esas prolongadas y continuas tertulias continuaba con el ritmo habitual de los compromisos laborales, que para todos eran obligados. En mi caso, la sola desvelada me repercutía en una resaca que tornaba la jornada del día en no poca agotadora tarea.

Por esos años, quizá en 1973, Mario acudió con otro profesor a mi casa en sorpresiva visita, pues casi siempre fue a la inversa, y me plantearon la propuesta de crear una Normal Superior destinada a preparar a maestros de normal primaria o bachilleres en el nivel magisterial medio superior. En ese entonces ese nivel de preparación sólo se podía lograr fuera de la Comarca Lagunera, en escuelas normales como las de Saltillo, Monterrey, la ciudad de México, y algunas otras, pero ello obligaba a quienes se propusieran llevar a cabo esos estudios a destinar recursos económicos para los viáticos, pues había que acudir a los llamados cursos intensivos o de verano que se impartían en julio y agosto. Eso marginaba a quienes no podían hacerlo. Así se planteó la creación de la Escuela Normal para la Laguna como una oportunidad y con una meta para preparar maestros en una institución que velara por la calidad de la educación, sin pretensiones de índole mercantilista. En eso, Mario fue pieza fundamental, pues obtenida la autorización estatal por parte del Gobierno de Durango para su creación, después de no pocas dificultades, la planta de los académicos destinada a cumplir los planes y programas de estudio recayó en él. Así, se incorporaron a hacer realidad, lo que era un proyecto, a muchos de sus amigos, que después fueron también míos, como los profesores Botello, Atiyeh y otros.

Un año estuvimos al frente de la Escuela Normal Superior de Gómez Palacio. Tuve que separarme de ella por motivos de salud; Mario prosiguió como catedrático.

Desde la primera generación, la Escuela Normal, en cursos intensivos y cursos regulares, se integró por una heterogénea cantidad de maestros de primaria, de lugares tan lejanos como Chiapas, algunos de ellos calificados de “rojillos” en tiempos en que el gobierno, en forma clara, buscaba neutralizarlos. A los más radicales los combatía en los tiempos de la llamada “guerra sucia”.
Mario fue hasta su muerte, pilar de esta institución. Mucho le debe el magisterio lagunero que hasta la fecha haya perdurado la Escuela Normal Superior de cursos intensivos.

Cabe agregar que Mario, estudió y se graduó de maestro de enseñanza media superior en Monterrey y de bachillerato en la Escuela Preparatoria de la Federal Nocturna para Trabajadores. Obtuvo dos licenciaturas: en Educación por la Universidad Pedagógica Nacional y en Economía por la Universidad Autónoma de Coahuila.

Aunado a ese esfuerzo académico, se desempeñó como maestro en escuelas secundarias en Lerdo, Durango, como catedrático en la Normal Superior de la Laguna, y en no pocas ocasiones como mentor de grupos de condiscípulos a quienes les explicaba, de manera clara y profunda, los temas que tenían que aprobar. De seguro su grupo de maestras-compañeras añoran sus lecciones extra-clase. Tenía el don de convertirlos los temas de difícil comprensión, las matemáticas, la física y los fenómenos sociales -sus especialidades- en apasionante aprendizaje.

Su acervo cultural lo llevaba a la literatura o la música (recuerdo que tenía discos de aquellos “long play”, de óperas, sinfonías, o piezas musicales que eran sus predilectas como “El Mesías” de Handel). Le encantaba discutir sobre éstos y otros muchos temas.

No era, que recuerde, un “fan” de los deportes, salvo que fuese para la actividad de ejercicio dialecto como tema de expresión social, política o económica subyacente en esta actividad, y sobre todo, como expresión de relación de poder de una economía capitalista. Sin embargo, sí era fiel y constante asiduo del gimnasio y había desarrollado una musculatura que supongo era la envidia de algunos fisicoculturistas.

No me tocó saber -porque el gimnasio no ha sido en mi vida lugar al que haya dedicado tiempo- si Mario aprovechase ese lugar para guiar y enseñar a quien estuviera a su alcance, dispuesto a escuchar sus sabias enseñanzas, pero no lo dudaría ni por un momento.

No quisiera que algún lector de esta semblanza se forjara la idea de que el maestro Mario fue alguien obsesivo, al grado de que su relación lo llevase a tratar de imponer sus ideas; no, por el contrario, era muy respetuoso, atento, y cuando había una oportunidad consensada de llegar al terreno de la dialéctica, su propósito era que su interlocutor llegase a profundizar, a desentrañar las facetas no visibles, las que a veces se ocultan tras los fenómenos que parecen tener otra explicación. La intención era que, por sí mismo, como hacían los antiguos filósofos griegos, uno mismo “pariera” el conocimiento.

Mario, por su formación intelectual y profesional, fue un hombre de ideas, pero también lo fue en la acción. Militó, en el campo de la independencia, de la libertad de ideas, de quienes buscan un mundo de igualdad de oportunidades en entornos en donde las carencias económicas no impidan forjarse un futuro. Luchaba porque todos tuvieran resultas sus necesidades económicas, sociales y culturales, y pudieran alcanzar la meta de ser “razonablemente” felices. Ese fue el empeño de sus acciones, y por las que se sacrificó en lo personal, y a mi juicio, hasta su propia familia, pues debido a las múltiples actividades que día a día lo atareaban, de seguro que “robaba” tiempo a sus seres queridos, empeñado en luchas sociales.

No era “monedita de oro”: los grupos en el poder lo repudiaban, pero lo respetaban porque era un educador sin par, querido y apreciado por sus alumnos y condiscípulos por la solidez de sus principios, porque no se plegaba a los atropellos de los acólitos del poder. El sindicato de maestros, convertido y pervertido desde hacía décadas por el poder político dominante en nuestro país, manejado por una élite que medraba -y aún lo hace- con la venta de plazas, con el otorgamiento de horas académicas y de puestos docentes, administrativos y manuales como prebendas manejadas como patrimonio personal, en perjuicio de legítimos derechos de quienes no se plegaban a sus intereses, desde luego que no “tragaban” a Mario: éste era una piedra constante en su zapato.
Como Mario, algunos se decidían en otras escuelas a dar la lucha contra los líderes sindicales del SNTE. Recuerdo que en tiempos del líder Jonguitud Barrios, se instrumentó una especie de “partido oficial” dentro del propio gremio magisterial, denominado “Vanguardia Revolucionaria”, que no era ni vanguardista y menos aún revolucionario, porque era descarada y cínicamente lo opuesto. Hasta un himno se instrumentó para mediatizar y manejar al magisterio. Mario y otros más nos enfrentamos a ese “pulpo” en la delegación sindical de la Escuela Secundaria Federal Nocturna para Trabajadores. En cuatro elecciones sucesivas, por los años ochenta del siglo pasado, nos propusimos ganar ese pequeño reducto sindical manejado por el propio director, sub-director, y la élite sindical. Todas las perdimos, una de ellas, la más reñida, fue por diferencia de uno o dos votos.

Por esas épocas, el activismo político de Mario y de otros maestros afines llevó a la dirigencia de la Sección 35 del SNTE a instaurar un juicio contra seis maestros por su “disidencia” atentatoria contra los “valores” del propio sindicato. Mario acudió, como cabeza de ese grupo, a pedirme que los representara como su defensor en el proceso del citado juicio. Lo hice, y con las propias “pruebas” de cargo consistentes en reportajes publicados en la prensa, y otras probanzas, se evidenció la farsa de su enjuiciamiento. El juicio, que yo sepa, se congeló, nunca se resolvió. Entre esos maestros se encontraba, además de Mario, el profesor Serafín, quien desde muy humilde origen ha logrado acreditar la “Librería del Maestro”, una de las más conocidas y especializadas en la venta de útiles y libros escolares, así como otros destacados maestros.

Después, ya por los años noventa del siglo pasado, Mario logró una plaza en CONAGUA, organismo federal encargado del manejo del agua a nivel federal. No sé cómo logró ingresar a ese organismo donde, en su calidad de economista, se encargaba de estudios del manejo del agua a nivel de la Comarca Lagunera. En alguna ocasión, porque nuestros caminos en la vida se fueron por vías diferentes, le preguntaba sobre su labor ahí. Como siempre, con la franqueza que lo caracterizaba, me resumió, después de sus acostumbrados ejercicios didácticos, lo siguiente: “ya no existen latifundios, tal vez, uno que otro disfrazado; ahora son latifundios de agua, son los ganaderos y agricultores quienes han acaparado los derechos de agua de los ejidatarios (a pesar de estar prohibida su venta). El que tiene agua, puede sembrar, el que no, aunque tenga tierra”. En efecto, es la realidad de nuestra Comarca, hasta la fecha. CONAGUA es una institución corrupta donde se enriquecen funcionarios, coludidos con agricultores, ganaderos, y una élite rapaz de directivos ejidales de los llamados Módulos de Riego, dedicados a la “venta” de agua. Es tal el maridaje de intereses, que no veo, al menos por ahora, cómo la 4T, pueda desterrar ese sistema de arraigada corrupción. Esa fue la última lección que Mario me regaló, de las muchas que recibí de su siempre generosa bonhomía.

El día 29 de marzo del 2008, hace doce años justos, Mario falleció. Cómo pasa el tiempo, veloz como un rayo y lento como una noche en vela.

Quiero imaginar que, en su mundo, en el más allá, podré encontrarlo y de seguro me estará esperando para proseguir nuestros ejercicios dialécticos, donde me va a pasar, como a Critón, que perdió ante su maestro Sócrates, el debate de vivir o morir, pues éste prefirió hacer honor al deber ser que al existir.
La sociedad lagunera, la Escuela Normal Superior, y toda una cauda de discípulos, compañeros y amigos debemos reconocimiento a la excepcional calidad de su magisterio. Bien dice la conseja popular: Nadie sabe lo que tiene, sino hasta que lo ve perdido.

Mario, recibe un fuerte abrazo con nuestro afecto y admiración. Hasta pronto.

 Torreón, Coah., a 29 de marzo del 2020
Octavio Alberto Orellana Wiarco

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Aniversario 89

El arte de mentir

Instituto Intergaláctico de Juristas