Sobrevivir


Cuando el ser humano se ve condenado día a día a dedicar sus cada vez más menguadas fuerzas físicas y morales a buscar en la basura, en los desechos cotidianos —que son, por desgracia, de mayores magnitudes cada día—, tiene un solo propósito: sobrevivir.

Es obligado interrogar a su mundo interior, al de su entorno inmediato y al del país en que vive: por qué, cómo y para qué sobrevive. Pero cuando sabe que está vedado preguntar el porqué, se vería ante la evidente conclusión de cuestionar el sistema político, social y económico de quienes conducen el país. Sin embargo, para ellos esa conducta constituye el más grave delito: traición a la patria.

Cuestionar entraña pensar, reflexionar, dudar, dialogar, escribir, argumentar, exigir responsabilidades de quienes, por la ley, la Constitución y la razón de ser del propio Estado y del gobierno, están obligados a asegurar a cada ciudadano o individuo que habita esta nación que cualquier municipio o región del país viva en paz, cuando en realidad lo que padece es encontrarse en manos del crimen organizado. Y además, si se atreve a levantar la voz, es posible que encuentre la muerte como respuesta.

El colmo del cinismo de lo que sucede consiste en exigir que la víctima —que día a día es extorsionada, lesionada, robada o asesinada— presente denuncia para poder actuar. Y cuando lo hace, o lo llevan a cabo sus familias, se les ratifica el daño y sufren las consecuencias apuntadas, para escuchar como consuelo frases como: “Lamentamos lo acontecido, se investigará el hecho y se castigará a los responsables” o bien “Caiga quien caiga”, las que promueven los tricolores, los azules, los morados, etcétera, cuando ellos, por años, han venido tolerando —en complicidad o contubernio— las acciones del crimen organizado.

Los políticos, buena parte de ellos, no tienen empacho en ofrecer toda clase de promesas, pero los que ganan, sean del partido que sean, al paso del tiempo no dan los resultados esperados. Y, salvo algunos de ellos “que no son iguales a sus antecesores”, se observan con la misma identidad de depredadores.

Durante años, el ahora partido de Morena pregonó, a través de sus líderes, principalmente de su mesías, que el Ejército no debía emplearse en tareas de seguridad pública e interior, o sea, en labores de policía, pues eso sería militarizar al país y un paso importante para llegar a la dictadura. Bastó un periodo de gobierno federal —del 2018 al 2024— y el asunto se resolvió… en sentido opuesto a lo que pregonaban.

El asesinato, el día primero de noviembre de 2025, del presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo —que apenas tenía un año en el desempeño de su cargo y durante el cual solicitó, pidió, rogó y exigió el apoyo del gobierno federal y del de su estado, Michoacán, para enfrentar a los diferentes grupos de la delincuencia organizada que ejercen dominio en ese municipio, sin encontrar eco efectivo—, anticipó que, sin ayuda, él sería víctima de los reclamos de vivir con paz y seguridad. Y así fue. No cabe duda: no fueron los gobiernos de Calderón o de Peña Nieto los responsables directos de su muerte. Esta se debe a la ineptitud, indolencia, tolerancia y tal vez hasta complicidad de los actuales gobiernos federales y estatales morenistas, junto con el crimen organizado.

Yo acuso, como hace más de un siglo lo hizo en su tiempo el ilustre escritor y periodista francés Emilio Zola.

Posdata (aclaración necesaria):
Los buitres que rondan en este país, los que se alimentan de la carroña y de los despojos de las víctimas, son tan o más despreciables que aquellos que los victimaron. Y en eso tienen razón: no son iguales.

Una paradoja en mi vida nonagenaria consiste en que guardo amistad, a distancia, con Hugo, Paco y Luis: tres buitres que cada mañana, al despertar, tengo que advertirles que todavía estoy vivo. Veo en sus fracciones la desilusión de que, por esta jornada, la comida se les ha escapado.

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