El Masiosare


    El político frecuentemente manipula los sentimientos, la información, las circunstancias objetivas y subjetivas del acontecer diario, a fin de acomodarlo a sus intereses personales, de su grupo o de su partido.

    A raíz de que el presidente Trump, de los Estados Unidos, inició su segundo período presidencial, volvió a proponer al pueblo norteamericano —y en particular a los miembros del partido político republicano— la idea de “recuperar la grandeza de los Estados Unidos”, considerando que el partido demócrata poco o nada había logrado para conservar a su país en la cúspide de las naciones.

    En esa peregrina idea, a todas luces de corte imperialista, fijó metas que había que cumplir, entre otras, que México dejara de ser factor decisivo en la corriente de inmigrantes que por la mutua frontera arribaban a los Estados Unidos de manera ilegal, y que por la misma frontera permitía que los cárteles del crimen organizado introdujeran drogas, en especial fentanilo, que estaban matando a miles de ciudadanos norteamericanos cada año.

    México negó, por boca de su presidente López Obrador primero y después por la presidenta Sheinbaum, que fuese responsable de la existencia del problema migratorio —fenómeno mundial y de larga data— y que el asunto de las drogas era una cuestión que debía afrontarse como un problema complejo donde los dos países debían compartir responsabilidades y soluciones.

    Esta situación se ha venido agravando porque Trump, fiel a su política de amenazar desde una posición de fuerza, ha logrado frente a su electorado el aplauso a sus políticas agresivas, donde el tema de los aranceles es el gran garrote que desde el siglo XIX utilizan los gobiernos norteamericanos para imponer su hegemonía en América.

    A la fecha, Trump ya convirtió a los principales cárteles mexicanos en grupos terroristas y, conforme a las leyes del vecino país, eso lo autoriza para ordenar que tropas del ejército o grupos de agencias de seguridad de su país ingresen al nuestro para destruir a los integrantes de los grupos criminales terroristas.

    Esta situación coloca a México en una clara desventaja de ser objeto de una invasión militar o de grupos paramilitares, con afectación a la soberanía del país. Nuestro gobierno federal, por conducto del titular de la presidencia, afirma que no lo permitirá, y constantes declaraciones de la presidenta Sheinbaum así lo confirman, porque a su juicio para eso contamos con nuestro Himno Nacional, donde se consagra el principio del masiosare que convierte a cada mexicano o mexicana en un soldado o soldada.

    Como sucede con frecuencia, esta situación tiene cuando menos dos aristas. La primera: que el Himno, como ideal, es una declaración de principios y es válido que se proclame su respeto. La segunda: la realidad. México no puede confrontarse militarmente con los Estados Unidos, y menos si lo que se pretende es extirpar el flagelo del crimen organizado, asunto que el gobierno mexicano tiene décadas en el abandono, al grado de que se afirma que la tercera parte del territorio nacional está controlada por los cárteles.

    Nos vamos a ver obligados a tolerar la intromisión norteamericana como un mal menor e inteligentemente manejar ese apoyo para recuperar la seguridad pública, sin que la mano amiga de los Estados Unidos resulte peor remedio que la enfermedad.

    Así que aviones, barcos, drones, etcétera, que los Estados Unidos ya utilizan, son parte de ese mal menor. Si así lo entendemos, lo juzgamos y lo resolvemos, bien por México.

    Posdata: la guerra de noticias sobre este particular seguirá adelante. Lo importante es que los resultados beneficien al pueblo de México y al pueblo de los Estados Unidos.


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