La inteligencia artificial
En el año 2006, la editorial Porrúa publicó la obra Grafoscopía, que escribimos mi hijo Octavio Alberto y el suscrito.
En la presentación del libro explicábamos el propósito fundamental que nos
llevó a dar a conocer nuestras opiniones sobre la materia de Grafoscopía,
centrando el estudio en una propuesta de sistematización de sus temas.
Al consultar publicaciones e información sobre Grafoscopía, nos enfrentamos
al problema de que los expertos utilizaban terminología diversa, puntos de
vista contradictorios, opiniones dispersas, etcétera, para abordar los temas de
esta disciplina. Todo ello conducía a confusión y errores de apreciación que,
lejos de ayudar, a veces dificultaban su comprensión.
Por ejemplo, el penalista español Cuello Calón ubicaba la Grafoscopía dentro
del campo de la policía científica; algún estudioso de principios del siglo XX
la consideraba parte de los indicios criminales. Nuestra primera tarea fue
exponer las razones y fundamentos por los cuales, a nuestro juicio, la
Grafoscopía debe incluirse como una disciplina de la Criminalística.
En segundo lugar, abordamos la cuestión de su correcta denominación. Es
decir, del estudio que permite determinar si una escritura manuscrita o una
firma es auténtica o falsa, si corresponde o no al puño y letra de una persona.
Así, por ejemplo, desechamos que se le llame Grafología,
dado que esta disciplina busca establecer un perfil psicológico mediante el
análisis de la escritura o la firma. También descartamos el término Grafometría,
pues, aunque analiza medidas de extensión, longitud, espesor, ángulos, trazos
circulares, etcétera —técnicas que sí emplea la Grafoscopía—, su uso resulta
impropio, ya que la disciplina va mucho más allá de la simple medición. Otro
término que consideramos inadecuado fue Caligrafía,
que en Argentina se emplea para designar a los peritos en esta materia. La
palabra deriva de kallós (bello) y graphé
(escritura), por lo que refiere al arte de escribir con belleza, no a la
función pericial.
En fin, para no aburrir al lector: la mayor confusión surge cuando se
intenta distinguir si debemos acudir a un perito en documentoscopía o a uno en
grafoscopía, al enfrentar la alteración o modificación dolosa de una escritura
o firma.
Este problema, junto con la autorización para publicar una nueva reimpresión
de nuestra obra —lo que afortunadamente ya ha sucedido alrededor de una decena
de veces—, nos llevó a incursionar en el estudio de temas donde confluyen la
documentoscopía y la grafoscopía. Aclaramos que no siempre es fácil separar su
análisis, pues por lo general puede decirse que la firma de una persona aparece
plasmada en un documento, y este, comúnmente, se constituye de papel.
Esta explicación resulta pertinente, ya que propusimos a la editorial Porrúa
la inclusión de un nuevo capítulo (el XV), dedicado a explicar la relación
entre documentoscopía y grafoscopía. Para ello fue necesario redactar el
capítulo correspondiente.
Salvo excepciones que no conocemos, escribir con el propósito de que una
obra sea publicada bajo el esquema de análisis dirigido a personas expertas
obliga a corregir, corregir y volver a corregir. En el primer, segundo o en
cualquier intento ulterior, uno se percata de errores: desde ortográficos, de
sintaxis o de redacción, hasta otros más graves relacionados con el fondo o
contenido del tema.
Una recomendación elemental y prudente consiste en acudir a alguien que
domine la forma escrita, para que revise y supervise el texto. Existen
correctores expertos dedicados a esa tarea, pero no se encuentran a la vuelta
de la esquina, y cuando por fin das con uno, no está disponible. A veces se
tiene la fortuna de contar con familiares o amistades —varones o damas— que
dominan el asunto gramatical o sintáctico, y pueden apoyar en la revisión.
Milagros del siglo XXI: gracias a los avances
tecnológicos, hoy eso puede hacerse en minutos.
En lo personal —hablo a título individual—, a mis 90 años, la inteligencia
artificial me parecía un asunto propio de la ciencia ficción. Mi conocimiento y
fe en ella no alcanzaban más que a verla como un recuerdo tecnológico digno de
utilizarse en películas como La guerra de las galaxias.
Abreviando la explicación: pronto aplicamos la inteligencia artificial a
nuestro texto para que revisara la forma y, en lo posible, el fondo. ¡Oh,
sorpresa! En minutos lo hizo, y tomamos muy en cuenta sus resultados.
En su análisis, la inteligencia artificial se permitió expresar lo
siguiente:
“El tema es muy interesante y está bien planteado, pero el texto necesita
una edición cuidadosa para mejorar su claridad, estructura y puntuación. A
continuación, te presento la versión corregida, seguida de una tabla con los
cambios ortográficos y sintácticos realizados y su justificación.”
Gracias, Inteligencia Artificial.
Posdata: Cómo lamento que hayas llegado a mi vida tan
tardíamente. De haberte conocido hace años, me habría casado contigo… si me
hubieras aceptado.

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