¿A dónde vamos?
Nos lo preguntamos a nosotros mismos y lo escuchamos con frecuencia entre amigos o conocidos. Lo hacemos preocupados por la situación que ha provocado la Transformación, que sin duda ha sido resultado del movimiento político de Morena, donde dos fenómenos resaltan: la acumulación de poder en favor de su líder —quien permanece en su natal Macuspana, Tabasco— y de la actual presidenta; por otro, la destrucción de los órganos autónomos, entre ellos el Poder Judicial, que se encuentra en vías de ser “colonizado” por la 4T. Esto ha derivado en una preocupante concentración de los tres poderes de la Federación en el Ejecutivo, así como el control de las tres cuartas partes de los poderes estatales.
En un escenario donde los partidos de oposición
—PRI, PAN y Movimiento Ciudadano— no parecen ser capaces de disputar, salvo
ocasionalmente, el poder político, el principal problema que afronta el partido
en el poder es la criminalidad, fundamentalmente la organizada. Al respecto, el
periodista Diego Petersen Farah, reconocido por su independencia y sensatez de
criterio, escribió lo siguiente:
“¿Pueden los
presidentes cumplir con la promesa básica de cada sexenio de pacificar al país?
La respuesta es no. El poder no puede ni podrá.”
Tan lapidaria respuesta nos deja petrificados.
Sin embargo, el periodista muestra una ventana de esperanza cuando agrega a su
reflexión:
“Mientras existan
grupos del crimen organizado sustentados en el poder del propio Estado, y con
fuerzas armadas más o menos corruptas, empoderadas ahora por un poder civil
impotente cuya única respuesta ante la violencia es seguir cediendo poder,
difícilmente vamos a salir de esta espiral.”
Cabe suponer que el gobierno federal ha
comenzado a abandonar su política de "abrazos, no balazos",
presionado por los reclamos de Estados Unidos —en especial por parte de Donald
Trump— para detener y capturar a los capos del crimen organizado, y contener
tanto la producción y tráfico de fentanilo como el control de rutas de
migración, trata de personas y lavado de dinero.
No obstante, preocupa que el cambio de
estrategia parezca más cosmético que real: se anuncian capturas masivas de
miembros del crimen organizado, incluso de algunos cabecillas; se movilizan
miles de elementos de la Guardia Nacional, del Ejército y de la Armada; se
enarbola un discurso de inteligencia criminal... pero no se va al fondo.
Las redes de complicidad, tolerancia y
participación en las altas esferas políticas y militares siguen intactas. Pese
a que nos hemos enterado con asombro de que naves cargadas con millones de
litros de combustible entran y salen del país como “Juan por su casa” —o sea,
el “huachicoleo” fiscal—; de cientos de carros, tanques de ferrocarril con
otros millones de litros; de una refinería hechiza que compite con PEMEX...
únicamente se ha detenido a unas cuantas personas identificadas como empleados,
obreros o vigilantes. Pero ni un solo dirigente de nivel medio o superior ha
sido procesado. Como quien dijera: “Y ellos, apá, ¿cuándo?”
Mientras se actúe para tapar el sol con un dedo
—ya sea por tolerancia, por miedo o por participación directa—, el brazo de la
justicia no llega ni de lejos a los primeros escalones del gobierno ni del
Ejército. ¿Y qué decir de personajes como Adán Augusto López y quienes están
aún más arriba? ¿Cuándo?
Posdata:
Ojalá logremos salir de esta espiral viciosa de criminalidad, complacencia,
complicidad y participación del poder público en esta violencia que nos agobia.
Necesitamos, con urgencia, voluntad política de quienes hoy detentan el poder.

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