Más de medio siglo

De repente, buscando objetos cotidianos, apareció un billete o boleto que permitió ingresar a presenciar un memorable juego de fútbol soccer celebrado a mediados del año de 1970 en el Estadio del Guadalajara, es decir, hace casi 55 años.

Mi compadre Sergio Pérez Merodio, generosamente, me invitó a presenciar el citado juego que enfrentarían, en fase eliminatoria del Mundial de 1970 celebrado en nuestro país, y donde una de las sedes se ubicó en la ciudad de Guadalajara.

No se trataba de uno de tantos partidos. Este era crucial porque enfrentaba a Brasil contra Inglaterra. Los brasileños contaban en sus filas al ya mítico “Pelé”, quien ya había logrado ser campeón en Suecia en 1958, a los 17 años de edad, y en Chile en 1962. Para Pelé, el juego tenía un poco de revancha, pues, siendo Brasil favorito para ganar en la justa celebrada en Londres, Inglaterra, en 1966, los europeos, válidos de un juego brusco y con la tolerancia (casi complicidad) de los árbitros, permitieron que los equipos del viejo continente que enfrentó Brasil “cosieran” a patadas a Pelé, quien debió abandonar lesionado la contienda. Ello abrió paso para que el juego final lo enfrentaran Alemania e Inglaterra, y fue este último el que ganó la copa.

Como dijo el ranchero: “me la debes” y, en 1970, para Pelé, con aproximadamente 30 años de edad, en la cúspide de su carrera, ese juego era, en cierto modo, una oportunidad de compensar lo “ocurrido” en Inglaterra.

Mi compadre y “su servidor” radicábamos, como hasta la fecha, en Torreón, y la oportunidad de conseguir un boleto para cualquier juego no era fácil. Para el juego Brasil vs. Inglaterra, era casi imposible. He aquí que, un día, me habla mi compadre Sergio y me pregunta:

—¿Te animas a ir a Guadalajara al juego?

—Animado estoy, pero es un sueño guajiro porque no tengo mi boleto.

—Pues ya tienes boleto. Conseguí dos y, si te animas, vamos.

Sin pensarlo, al bote pronto repuse:

—¡Ya estamos en camino!

La euforia por ese juego era mayúscula. Guadalajara “adoptó” a Brasil como hijo pródigo; parecía que los brasileños jugaban en su propio terruño. Todos los fanáticos, salvo los parientes de los jugadores ingleses, estaban a su favor.

Cuando mi compadre y el de la voz llegamos a Guadalajara, un día antes del juego, no había hotel con habitaciones. Mi compadre se apersonó en el mostrador del Hotel Fremont (que ya cambió de nombre en la actualidad). Los dos o tres recepcionistas, abrumados por las numerosas personas que reclamaban cuartos, negaban tener habitaciones. Incluso uno de ellos mostró la lista de reservaciones y mi compadre logró ver que una de ellas aparecía a nombre del señor “Pérez” y, de inmediato, le dijo al recepcionista:

—Yo soy Sergio Pérez.

Y conseguimos cuarto, con una sola cama, la que compartimos “respetuosamente”.

En el hotel, las calles, restaurantes, tiendas y hasta “debajo de las piedras” había fanáticos que, de todo el país y del extranjero, habían ido a ver el partido.

El hotel en que “conseguimos” habitación, gracias a que en este país apellidos como “Pérez”, “González”, “García” o “Martínez” son bastante frecuentes, por casualidad del destino era la sede del equipo inglés. En el bar del hotel había algunos de ellos, pero la mayoría de los parroquianos no lo eran y, además, eran partidarios de Brasil, así que, ante la abrumadora cantidad de “enemigos”, ni chistaban.

En la noche, y por algunas horas hasta la madrugada, el hotel fue sitiado por fanáticos de los brasileños que no dejaban de lanzar porras y de mostrar a los ingleses. Inclusive llegaron mariachis y el plan era, por lo visto, no dejar descansar al equipo inglés. Tuvo que llegar la policía y persuadir a la fanaticada de que se fueran a dormir.

El día del partido, en el estadio, no había lugar ni para un palillo de dientes. El juego resultó en una batalla muy intensa y pareja. El arquero inglés, uno de los mejores en esa época, logró parar disparos que el estadio “cantaba” como goles, uno de ellos un cabezazo de Pelé a unos dos metros. Finalmente, ganó Brasil uno a cero.

El público, entre ellos mi compadre y el suscrito, felices, y, a la salida, en el bar del hotel terminamos el festejo con unas “chelas”.

No cabe duda: “recordar es vivir”.

Posdata. Esta misiva está dedicada a mi compadre Sergio Pérez Merodio, que el próximo 2 de febrero cumple 93 años. Cabe agregar que también me invitó a ver un juego del Mundial 1986, en Monterrey, cuando México enfrentó a Alemania y donde conocí en “vivo”, por primera vez, cómo era el festejo de la “ola”, una aportación de nuestro país para el mundo. Inclusive, la “ola” me fascinó tanto que ni cuenta me di de que ya había empezado el juego. ¡Mi agradecimiento eterno, compadre!

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