La vejez
Ya sabemos que algún día nos llegará la hora. Un escritor mexicano pone en boca de Antonio López de Santa Anna, quién en el ocaso de su vida, enfermo, pobre y denostado, escribió las siguientes palabras:
He envejecido físicamente, mi corazón y mi cabeza son jóvenes aún. La memoria es lo primero que pierden los viejos, pero la mía se conserva en tan buen estado que recuerdo los incidentes más insignificantes de mi vida.
No cabe duda de que este personaje poseía un ego desmesurado, pues ni de viejo se le quitó lo presumido y hacía ostentación de sus recuerdos.
La verdad evidente salta como una liebre ante cualquier amenaza: al recorrer el camino de la vida, las facultades físicas e intelectuales comienzan a mermar. Unos se conservan mejor que otros, y generalmente esa suerte o desdicha se debe a la manera en que hemos llevado nuestra existencia. Llega el día de pagar la factura, y en esa tesitura, la cuenta a veces es elevada y otras no. A la hora de saldar los adeudos, ya es tarde para arrepentimientos.
Cobra valor la máxima que heredamos desde los antiguos griegos y romanos: vivir con mesura. Pero cuando se es joven, a veces se olvida que la juventud no es para siempre.
Con el paso de los años, viviendo en tiempos de cambio, y cuando el país está transformándose bruscamente—para algunos hacia un futuro promisorio, para otros hacia un desastre anunciado—, los viejos, como en mi caso, supongo que nos preocupamos más por el futuro de los hijos y nietos que por nuestro propio destino, del que queramos o no, está cerca del final.
Cuando era joven y enfrentaba penurias económicas, la oportunidad de abrirse paso en la vida se centraba en obtener un título universitario. Hoy, con pesar, observamos que, incluso al lograr esa meta, no se aseguran oportunidades laborales. Hace pocos días conocí a una persona de alrededor de 50 años dedicada a colocar tapices en paredes de edificios y casas. Al preguntarle por su jornada, pues ya eran casi las 6 de la tarde, me dijo que aún le quedaban 2 o 3 horas más de trabajo. En tono de broma le comenté: “Eso le pasa por no estudiar”. Entre broma y serio, me contestó: “Antes sucedía eso, ahora conozco muchos profesionistas que trabajan de taxistas. Yo le aseguro que gano más que un contador”.
Reflexionando, le concedo la razón. Me pregunto qué futuro les espera a los egresados de las 100 universidades Benito Juárez, que ofrecen estudios gratuitos a un ejército de estudiantes, si al obtener su título no existen las oportunidades laborales. ¿Cómo competirán en calidad con los egresados de universidades privadas, si incluso para estos no hay suficientes plazas?
Supongo que los avances tecnológicos, como la inteligencia artificial, abrirán empleos en áreas insospechadas y brindarán nuevos horizontes a los futuros profesionistas. Ojalá que esta nueva transformación sea para bien y no termine en problemas económicos y políticos como en otros países, sino que nos coloque en la ruta de naciones como Corea del Sur o India.
Posdata: Mientras me llega la hora, me entretengo con aficiones deportivas. Hoy, mis amados Dodgers de Los Ángeles, antes de Brooklyn, llevan ganados tres juegos a cero contra los odiados Yankees, en una especie de "pleito" entre la grey de los pobres contra la de los ricos. Ojalá mi equipo gane la Serie Mundial, y ojalá sea por barrida, cuatro juegos a cero.
Esta reflexión no tiene que ver ni con la vejez, ni con estudios, ni con oportunidades laborales. Pero no solo de pan vive el hombre, también de diversiones, no de d
ivisiones.
He envejecido físicamente, mi corazón y mi cabeza son jóvenes aún. La memoria es lo primero que pierden los viejos, pero la mía se conserva en tan buen estado que recuerdo los incidentes más insignificantes de mi vida.
No cabe duda de que este personaje poseía un ego desmesurado, pues ni de viejo se le quitó lo presumido y hacía ostentación de sus recuerdos.
La verdad evidente salta como una liebre ante cualquier amenaza: al recorrer el camino de la vida, las facultades físicas e intelectuales comienzan a mermar. Unos se conservan mejor que otros, y generalmente esa suerte o desdicha se debe a la manera en que hemos llevado nuestra existencia. Llega el día de pagar la factura, y en esa tesitura, la cuenta a veces es elevada y otras no. A la hora de saldar los adeudos, ya es tarde para arrepentimientos.
Cobra valor la máxima que heredamos desde los antiguos griegos y romanos: vivir con mesura. Pero cuando se es joven, a veces se olvida que la juventud no es para siempre.
Con el paso de los años, viviendo en tiempos de cambio, y cuando el país está transformándose bruscamente—para algunos hacia un futuro promisorio, para otros hacia un desastre anunciado—, los viejos, como en mi caso, supongo que nos preocupamos más por el futuro de los hijos y nietos que por nuestro propio destino, del que queramos o no, está cerca del final.
Cuando era joven y enfrentaba penurias económicas, la oportunidad de abrirse paso en la vida se centraba en obtener un título universitario. Hoy, con pesar, observamos que, incluso al lograr esa meta, no se aseguran oportunidades laborales. Hace pocos días conocí a una persona de alrededor de 50 años dedicada a colocar tapices en paredes de edificios y casas. Al preguntarle por su jornada, pues ya eran casi las 6 de la tarde, me dijo que aún le quedaban 2 o 3 horas más de trabajo. En tono de broma le comenté: “Eso le pasa por no estudiar”. Entre broma y serio, me contestó: “Antes sucedía eso, ahora conozco muchos profesionistas que trabajan de taxistas. Yo le aseguro que gano más que un contador”.
Reflexionando, le concedo la razón. Me pregunto qué futuro les espera a los egresados de las 100 universidades Benito Juárez, que ofrecen estudios gratuitos a un ejército de estudiantes, si al obtener su título no existen las oportunidades laborales. ¿Cómo competirán en calidad con los egresados de universidades privadas, si incluso para estos no hay suficientes plazas?
Supongo que los avances tecnológicos, como la inteligencia artificial, abrirán empleos en áreas insospechadas y brindarán nuevos horizontes a los futuros profesionistas. Ojalá que esta nueva transformación sea para bien y no termine en problemas económicos y políticos como en otros países, sino que nos coloque en la ruta de naciones como Corea del Sur o India.
Posdata: Mientras me llega la hora, me entretengo con aficiones deportivas. Hoy, mis amados Dodgers de Los Ángeles, antes de Brooklyn, llevan ganados tres juegos a cero contra los odiados Yankees, en una especie de "pleito" entre la grey de los pobres contra la de los ricos. Ojalá mi equipo gane la Serie Mundial, y ojalá sea por barrida, cuatro juegos a cero.
Esta reflexión no tiene que ver ni con la vejez, ni con estudios, ni con oportunidades laborales. Pero no solo de pan vive el hombre, también de diversiones, no de d
ivisiones.
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