Un salto para la humanidad
Supongo que para quienes la vida les ha deparado una larga existencia, es inevitable reflexionar sobre la muerte. La idea de trascender, de dejar huella, de que en el futuro nuestro nombre perdure, puede pesar en la balanza. Pero la realidad es que quizá dentro de 10, 15 o 20 años no se nos recuerde; tal vez nadie se interese qué fue de nuestras vidas y qué legado transmitimos. En esa cantidad de años probablemente ya desaparecieron o están por hacerlo aquellos con quienes trabajamos, alguna relación familiar, algún que otro amigo y, acaso, un ajeno. Así pues, creo que hay que disfrutar de lo que puede darnos la vida: salud, familia y, hasta donde sea posible, poner peldaños, como lo hizo Hans Welzel.
Nunca conocí a Hans Welzel, y ni siquiera recuerdo haber visto su fotografía (ahora acompaña a este artículo), aunque desde que estudié la licenciatura, el derecho penal fue la materia que me apasionó. El primer curso de esta disciplina lo impartía el maestro Javier Alba Muñoz, reconocido como un brillante penalista. Se decía que el maestro Alba superaba a su jefe, el ministro de la suprema corte Don J. Jesús González Bustamante, con quien laboraba como secretario proyectista. Como no traté al ministro y en ese tiempo poco o nada sabía de la materia penal, no puedo asegurarlo.
En México, desde los años 50 hasta los 90 del siglo pasado, sólo se enseñaba el derecho penal bajo el sistema llamado causalista, heredado del penalista alemán de fines del siglo XIX, Franz Von Liszt. En ese sistema causalista, se decía que el primer elemento del delito, de carácter objetivo, lo era el acto, acción o conducta. Lo importante era el análisis objetivo de quién había producido la acción u omisión definida en la ley como delito: ¿quién disparó?, ¿quién golpeó? y el resultado de ellos, la muerte. Así, el primer elemento se refería a la causa-efecto. La cuestión: ¿por qué disparó? o ¿por qué golpeó? en un plano lógico, se refería a un aspecto subjetivo, la culpabilidad, es decir, un elemento posterior en el plano lógico al primero ya señalado. Por todo eso se hablaba de un sistema causalista. La forma sencilla de expresar el contenido de esas sistemáticas se resume en que, en el causalismo, la acción se “ciega”; en el finalismo, la acción es “vidente”.
En lo personal, nunca pude entender a cabalidad la razón de que se estudiara primero la causa y después el porqué de esa causa. Concluí la carrera y durante mucho tiempo, cuando la vida me llevó al ejercicio profesional fuera de la ciudad de México, una vez al año volvía a pasar unos días de vacaciones en la capital y pasaba a saludar a mi admirado maestro Alba. Le interrogaba sobre mi dilema. Paciente, me volvía a explicar el sistema causalista y, como yo no tenía argumentos para rebatirlo, acababa por asentir a su explicación.
Soñaba con encontrar una teoría que explicara el delito de una manera más satisfactoria. Aproximadamente en el año de 1990, alrededor de 30 años después de que me recibí de abogado, por azares del destino me encargaron organizar un diplomado de derecho penal en la Ibero Torreón, y por ello me trasladé a la Ciudad de México a invitar a los conferencistas para las 10 exposiciones.
Por recomendaciones, sin conocer personalmente al expositor, invité al doctor Moisés Moreno, quien había estudiado en Alemania por cinco años con el afamado penalista Hans Welzel. Así fue como, en una sesión sabatina de 8 horas, comida de por medio, el doctor Moreno expuso el sistema finalista, en que el delito, en su primer elemento, se construía bajo el esquema de una acción final; es decir, la acción, según esta sistemática que en el aula nadie conocíamos, explicaba que la acción parte de un fin o propósito, es decir, la acción delictiva nace primero en el aspecto subjetivo, en la mente, en la psique, y después el sujeto actúa, o sea, realiza una acción, de ahí que su acción debe ser finalista antes de ejecutarse como tal. Por ello, esta teoría se conoce como la sistemática de la acción finalista, propuesta por Welzel, realizada por la década de los años 30 del siglo XX en Alemania.
Nunca conocí a Hans Welzel, y ni siquiera recuerdo haber visto su fotografía (ahora acompaña a este artículo), aunque desde que estudié la licenciatura, el derecho penal fue la materia que me apasionó. El primer curso de esta disciplina lo impartía el maestro Javier Alba Muñoz, reconocido como un brillante penalista. Se decía que el maestro Alba superaba a su jefe, el ministro de la suprema corte Don J. Jesús González Bustamante, con quien laboraba como secretario proyectista. Como no traté al ministro y en ese tiempo poco o nada sabía de la materia penal, no puedo asegurarlo.
En México, desde los años 50 hasta los 90 del siglo pasado, sólo se enseñaba el derecho penal bajo el sistema llamado causalista, heredado del penalista alemán de fines del siglo XIX, Franz Von Liszt. En ese sistema causalista, se decía que el primer elemento del delito, de carácter objetivo, lo era el acto, acción o conducta. Lo importante era el análisis objetivo de quién había producido la acción u omisión definida en la ley como delito: ¿quién disparó?, ¿quién golpeó? y el resultado de ellos, la muerte. Así, el primer elemento se refería a la causa-efecto. La cuestión: ¿por qué disparó? o ¿por qué golpeó? en un plano lógico, se refería a un aspecto subjetivo, la culpabilidad, es decir, un elemento posterior en el plano lógico al primero ya señalado. Por todo eso se hablaba de un sistema causalista. La forma sencilla de expresar el contenido de esas sistemáticas se resume en que, en el causalismo, la acción se “ciega”; en el finalismo, la acción es “vidente”.
En lo personal, nunca pude entender a cabalidad la razón de que se estudiara primero la causa y después el porqué de esa causa. Concluí la carrera y durante mucho tiempo, cuando la vida me llevó al ejercicio profesional fuera de la ciudad de México, una vez al año volvía a pasar unos días de vacaciones en la capital y pasaba a saludar a mi admirado maestro Alba. Le interrogaba sobre mi dilema. Paciente, me volvía a explicar el sistema causalista y, como yo no tenía argumentos para rebatirlo, acababa por asentir a su explicación.
Soñaba con encontrar una teoría que explicara el delito de una manera más satisfactoria. Aproximadamente en el año de 1990, alrededor de 30 años después de que me recibí de abogado, por azares del destino me encargaron organizar un diplomado de derecho penal en la Ibero Torreón, y por ello me trasladé a la Ciudad de México a invitar a los conferencistas para las 10 exposiciones.
Por recomendaciones, sin conocer personalmente al expositor, invité al doctor Moisés Moreno, quien había estudiado en Alemania por cinco años con el afamado penalista Hans Welzel. Así fue como, en una sesión sabatina de 8 horas, comida de por medio, el doctor Moreno expuso el sistema finalista, en que el delito, en su primer elemento, se construía bajo el esquema de una acción final; es decir, la acción, según esta sistemática que en el aula nadie conocíamos, explicaba que la acción parte de un fin o propósito, es decir, la acción delictiva nace primero en el aspecto subjetivo, en la mente, en la psique, y después el sujeto actúa, o sea, realiza una acción, de ahí que su acción debe ser finalista antes de ejecutarse como tal. Por ello, esta teoría se conoce como la sistemática de la acción finalista, propuesta por Welzel, realizada por la década de los años 30 del siglo XX en Alemania.
Ese día dejé de ser causalista y me convertí en finalista. Después me enteré de que, un discípulo de Hans Welzel, Claus Roxin, propuso modificaciones al sistema finalista y construyó el sistema llamado funcionalista. A la fecha, el causalismo es pasado; el finalismo, el funcionalismo y otros sistemas que se han venido proponiendo, como el modelo lógico, son los que ahora se estudian para explicar la naturaleza del delito.
Hace años supe que Hans Welzel, el brillante y afamado penalista, falleció después de una penosa degradación mental debido a la enfermedad de Alzheimer, y que Claus Roxin, en homenaje, pronunció la oración fúnebre en donde lo designó como el más distinguido penalista. Con el advenimiento en el 2008 en México del sistema procesal penal acusatorio y oral, la preocupación del abogado se ha inclinado a la materia adjetiva y la parte sustantiva ha pasado a segundo plano.
Si preguntáramos a las generaciones recientes de penalistas, si conocen a Welzel, a Moisés Moreno, a Javier Alba, es muy posible que, de 100, 99 no los conozcan, ni siquiera los hayan oído mencionar. Si eso pasa con ellos, ¿qué podemos esperar nosotros? Tal vez el lector de estas líneas se lleve la impresión de una imagen pesimista. Si no vamos a perdurar para generaciones venideras, ¿qué incentivo existe para estudiar, trabajar, escribir, etcétera? más allá de lograr una vida lo más placentera posible? No. Creo que estemos en la obligación de contribuir, dejar cimientos, paredes o humildes adornos en las construcciones que cada generación hereda a las venideras. No importa lo perenne de nuestra existencia, lo que vale son los eslabones de la cadena interminable que es la humanidad, cadena que tiene metas o asideros que cumplir y que éstos, alcanzados unos, ya aparecerán otros. No se explica de otro modo la frase del primer hombre en la luna: “Un paso para el hombre, un salto para la humanidad”.
Hace años supe que Hans Welzel, el brillante y afamado penalista, falleció después de una penosa degradación mental debido a la enfermedad de Alzheimer, y que Claus Roxin, en homenaje, pronunció la oración fúnebre en donde lo designó como el más distinguido penalista. Con el advenimiento en el 2008 en México del sistema procesal penal acusatorio y oral, la preocupación del abogado se ha inclinado a la materia adjetiva y la parte sustantiva ha pasado a segundo plano.
Si preguntáramos a las generaciones recientes de penalistas, si conocen a Welzel, a Moisés Moreno, a Javier Alba, es muy posible que, de 100, 99 no los conozcan, ni siquiera los hayan oído mencionar. Si eso pasa con ellos, ¿qué podemos esperar nosotros? Tal vez el lector de estas líneas se lleve la impresión de una imagen pesimista. Si no vamos a perdurar para generaciones venideras, ¿qué incentivo existe para estudiar, trabajar, escribir, etcétera? más allá de lograr una vida lo más placentera posible? No. Creo que estemos en la obligación de contribuir, dejar cimientos, paredes o humildes adornos en las construcciones que cada generación hereda a las venideras. No importa lo perenne de nuestra existencia, lo que vale son los eslabones de la cadena interminable que es la humanidad, cadena que tiene metas o asideros que cumplir y que éstos, alcanzados unos, ya aparecerán otros. No se explica de otro modo la frase del primer hombre en la luna: “Un paso para el hombre, un salto para la humanidad”.
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