Reflexiones sobre el libro
“Gracias a la vida, que me dio el abecedario”
Sé que en este tiempo mi falta de acercamiento a la tecnología me hace parecer dinosaurio, un ser en vía de extinción, y por eso, a pasos agigantados, llegaré al basurero de la historia, al igual que el periódico, la revista o el libro impresos.
Sin embargo, uno de los más famosos literatos del siglo XX, Borges, escribió sobre este asunto:
De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio y el telescopio son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa; es una extensión de la memoria y de la imaginación.
Sin embargo, Sócrates, tal vez el más famoso de los filósofos, no escribió una sola frase; consideraba la palabra escrita como vestigios de muerte, fantasmales. Para él, lo valioso era la palabra oral, abominaba la escritura, ya que, debido a ella, las ideas quedarían fijas e inmutables, como seres fallecidos, perdiéndose la reflexión y el placer de la comunicación directa. Su valioso argumento lo combate por sí solo el propio libro, pues, gracias a Platón, su discípulo, quien plasmó sus ideas en los famosos diálogos, conservamos su pensamiento que pervive para nosotros y para las generaciones venideras.
Las bibliotecas están pasando a ser, sin apenas que cobremos conciencia de ello, poco a poco, velozmente, según sea quien lo valore, museos.
¿Quién puede negar la valía de las memorias digitales? Ahora se puede viajar con un simple objeto de unos centímetros, del tamaño de un cuaderno, que contiene en su seno bibliotecas enteras que abarcarían miles de estantes, imposibles de trasladar.
La historia relata que los libros no siempre han sido bien vistos; las clases gobernantes y los poderosos les temen, ya que son el germen de ideas sobre el cambio, revoluciones que pueden amenazarlos o destruirlos. Por eso, de tiempo en tiempo, algunos ordenan su destrucción o prohíben su lectura. La posición de un libro puede llevar a la prisión o a la muerte.
En el lejano año 213 antes de Cristo, el emperador chino Shi Huang ordenó quemar todos los libros de su reino para destruir cualquier noticia anterior; los libros sólo podían relatar hechos a partir de su gobierno. En su afán, asesinó a más de 400 literatos. Desde luego, fracasó, como demuestra la línea de la historia.
Siglos después, el Santo Oficio, institución de la iglesia católica, prohibió libros con el anatema de ser “enemigos” de la religión. Después, el gobierno de los reyes de España prohibió la lectura de libros con contenidos “revolucionarios” y en ese pecado incurrió Hidalgo que se nutrió de esas lecturas. Recientemente, Hitler y sus nazis quemaron en hogueras, que la historia conserva en documentos filmados, miles de libros calificados de antinazi. Para no quedar atrás, Stalin en sus tristes y afamadas levas de sus enemigos, las extendió a sus libros.
Todos han fracasado, y en nuestros tiempos, la manera más segura, el método de marketing que asegura el éxito de un libro, película o canción, es que el poder, ya sea mental, religioso o de cualquier pretendida autoridad, lo prohíba.
El libro, ya sea real o virtual, tiene asegurada una existencia milenaria. Me atrevo a vaticinar que, mientras exista un ser humano, los libros lo estarán esperando, fieles, callados, con millones de historias, fantasías y sabiduría.
Posdata: Al acabar estas líneas, estoy escuchando la canción "Gracias a la vida" de la chilena Violeta Parra, sin duda una de las melodías más bellas. Se la dedico a todo lector, de ahí el título de este opúsculo.
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