La justicia

El hombre o mujer común en nuestro país puede suponerse que no confía en los aparatos de justicia encarnados en las llamadas instituciones de procuración, policías y ministerios públicos o fiscales, y de administración, jueces y magistrados.

Si nos basamos en investigaciones de índole estadística o similares, y a través de ellos establecemos que de la cantidad de delitos que se cometen, trátese de homicidios dolosos, robos, privaciones ilegales de la libertad, secuestros, fraudes, violaciones, etcétera, arrojan niveles de impunidad escandalosos. La mayoría de los nombrados, sino todos, tienen índices superiores al 90%. Cabe advertir que en ningún país del mundo la totalidad de delitos que se cometen llegan a los tribunales y los posibles responsables reciben condenas; eso no sucede. Sin embargo, la percepción de los miembros de la sociedad de cada país, o de cada región, o de cada comunidad, varía y así existen países con una elevada sensación de que el delito es perseguido y castigado.

Las investigaciones que buscan determinar qué factores o causas influyen en que una sociedad considere que goza de niveles altos, medios o bajos de justicia arrojan resultados sorprendentes. Recuerdo que un antropólogo de apellido Malinowski, al parecer norteamericano, preocupado por problemas de violencia y, por ende, de delitos graves, se fue a radicar por dos años a una de las lejanas y primitivas aldeas aborígenes de las islas de la Polinesia, calificadas de salvajes, con estructuras sociales casi sin cambios desde épocas prehistóricas.
 


En esos años constató, por ejemplo, que en las aldeas formadas de unas cuantas familias no existía ningún aparato de policía ni de jueces, no conocían leyes escritas. Todas las actividades se regían por la costumbre; generalmente, el más o los más viejos, si era necesario, disponían qué debía atenderse. Tenían, por lo común, un hechicero o chamán para cumplir ceremonias de índole mágico-religiosa, programadas y ejecutadas según los hábitos ancestrales. Sin embargo, a pesar de la ausencia de autoridades y leyes conforme a patrones de civilización, en las pequeñas comunidades no había robos, secuestros, violaciones, etc. En sus dos años de estancia sólo ocurrieron dos incidentes graves que concluyeron con la muerte de sendos miembros.

El primero consistió en que una joven de la aldea era pretendida por un miembro de su edad de una comunidad cercana. Ella, sin embargo, contra la costumbre, en forma reservada, inclinaba su corazón por otro de su propia aldea, lo que, según los usos, no era permisible. A pesar de su insistencia, el pretendiente no lograba correspondencia hasta que se enteró de por qué sus atenciones no encontraban respuesta. Despechado, un día a plena luz del día, se colocó frente a la choza de la muchacha y a gritos le hizo saber su enojo. La muchacha escuchó, y con ella, toda la aldea que ya sabía lo que pasaba, pero suponía que el tiempo de algún modo resolvería ese problema. Hecho público el asunto, el enamorado tomó la decisión final de subir a lo alto de una palmera cocotera y arrojarse para morir. El otro asunto consistió en un hechicero o chamán abusivo, prepotente y que era mal visto por la comunidad que soportaba su deleznable conducta. Un día, el hechicero fue encontrado en una vereda solitaria de la isla con el cráneo destrozado. Nadie preguntó, nadie indagó, se supuso que alguien, uno de tantos agraviados, resolvió drásticamente el asunto.

Moraleja: una sociedad con una sólida cohesión cumple con las leyes escritas o no escritas, tiene integrada a su cultura normas éticas y sociales que se acatan. Cuando raramente se rompe el orden, éste se restablece por sí o por normas de excepción. Lo importante es la cultura de normas de conducta social que los miembros cumplen. Si éstas obedecen el sentido de justicia que el grupo y sus miembros aceptan como fundamento de una vida en armonía y paz. Si, por ejemplo, la sociedad tiene cultura de desigualdad, de que la ley no está para beneficiar a la generalidad, de que no existe igualdad de derechos ni de oportunidades, entonces, el sentido de justicia se degrada en alguna medida, mucho o poco. Los fundamentos que construyen el reconocimiento de que la justicia es no sólo palabras, sino que es justa intrínsecamente, es decir, donde todos somos iguales ante la ley, que nada ni nadie está sobre o bajo la ley. Si esas condiciones elementales, pero básicas, no existen o están visiblemente deterioradas, no podemos esperar encontrar una verdadera justicia; o si opera un sistema clasista cerrado,de discriminación y privilegios. P

Posdata: al empezar este escrito había pensado en reflexionar sobre el famoso caso resuelto por un tribunal del estado de California en los Estados Unidos sobre el juicio por doble homicidio al famoso personaje O.J. Simpson, pero uno pone y la pluma dispone, se las debo.Principio del formulario





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