La historia
El conocimiento de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, es una búsqueda en la que, mientras más avanzamos, surgen más interrogantes. Sucede que, cuando supones que ya conocemos un tema, aparecen datos desconocidos e ignorados, y el conocimiento cambia, a pesar de lo que se suponía más inamovible y perenne.
Lo que llamamos Historia, generalmente entendido como el conocimiento de hechos o sucesos ocurridos en épocas pasadas que sirven para explicar cómo enfrentamos el presente y prevenimos el futuro, resulta ser un conocimiento relativo, es decir, aproximado. Dos grandes obstáculos, al menos, lo impiden.
El primero es que los hechos que llamamos Historia, ya sean de una nación, región, ciudad, pueblo, aldea o familia, que ocurrieron en el pasado, no tienen certeza absoluta de haber sucedido de la manera en que llegan a nuestro conocimiento. Para empezar, es frecuente que de un hecho existan dos o más versiones, y tal vez podamos consultar diversas fuentes.
Llamamos fuentes a la forma, manera o proceso por el cual nos informamos del hecho histórico, por ejemplo, de testigos presenciales, documentos en los que consten relatos de quienes fueron protagonistas o testigos, restos o vestigios de objetos, edificios, construcciones, etcétera, y, más modernamente, fotografías, audio o videos.
Para complicar nuestro asunto, no debemos olvidar que fuentes como los testimonios no son totalmente de fiar. Sabemos, por la psicología, la sociología y otras ciencias, que cada persona no percibe ni conoce exactamente un hecho como otro, y el efecto se ejemplifica en que un homicidio del cual dan su testimonio cinco personas no lo relatan de la misma manera y, a veces, lo explican de forma contradictoria. Ni siquiera la fotografía o el video de un suceso es totalmente seguro, ya que depende del ángulo visual en que la persona lo tomó, y ni siquiera vestigios de objetos, edificios u otros semejantes son constancias irrefutables, pues el hecho o suceso del que son datos de su existencia no es totalmente seguro, ya que puede ser producto del fraude, como los supuestos Diarios de Hitler, o de equivocadas interpretaciones, como las pirámides de los antiguos pobladores de Mesoamérica, que no fueron utilizadas como tumbas de reyes o dirigentes, como en el antiguo Egipto.
El segundo impedimento para lograr el conocimiento consiste en que el comunicador o intérprete de cada fuente, ya sea historiador u otra persona que nos explique o entere del hecho o suceso por sí mismo, tiene formados criterios, prejuicios e ideologías, que consciente o inconscientemente influyen en su labor de comunicar un hecho. Así, por ejemplo, Schliemann, el descubridor de Troya, las murallas de la mítica ciudad relatada en la Ilíada de Homero, considerada por siglos como un sitio imaginario, en realidad puso al descubierto no una sola Troya, sino varias culturas, lo que se ha demostrado por existir vestigios de varias murallas sobreimpuestas, dicho esto, con la reserva de que en el futuro no aparezcan otros datos que desmientan, modifiquen o confirmen lo que hasta la fecha sabemos.
En ese pantanoso terreno de la relatividad histórica, pretender escribir y ser autor o paladín de hechos históricos, como el de la llamada Cuarta transformación que se ha propuesto, según lo indica, cambiar la desigualdad de la sociedad, invirtiendo situaciones que en nuestro país arrastramos desde la llegada de los españoles en el siglo XVI, y lograrlo en un sexenio, aunque se remita el asunto a poner las bases de una transformación radical, resulta ilusorio. Quien suponga que es una realidad alcanzable en ese corto periodo está comprando “espejitos” y tal vez a precios muy costosos.
Si procesos violentos, radicales y sumamente destructores en vidas y bienes, como la guerra de Independencia (1810-1821), la época de la Reforma (1857-1861) o la Revolución Mexicana (1910-1917), cuyos límites temporales que hemos señalado son relativos y bastante discutibles, ya que cada uno de esos procesos históricos tiene antecedentes y consecuencias que se desarrollaron durante años y años, ¿cómo considerar que la Historia, “maestra del hombre” lograría en seis años lo mismo en este periodo? Es suponer demasiado, incluso si la llamada Cuarta Transformación hubiera cumplido con “no mentir y no robar”, que efectivamente sus líderes no hubieran resultado como los pasados (“no somos iguales”) y que después de este sexenio hubiéramos tenido una seguridad pública que remitiera al ejército a sus cuarteles, una educación que formara ciudadanos críticos y hubiera logrado una salud como la de Dinamarca, así como una administración pública honesta y eficiente.
Mis cuatro lectores, esos son sueños guajiros, prédicas de un mesías tropical. El cambio vendrá a medida que ciudadanos participemos cada vez más en la vida pública, que la educación permita niveles de preparación y capacidad para que cada quién, con su trabajo, sea eficiente y logre vivir con estándares de una vida digna para él y su familia. La máxima no debería ser "pónganme donde hay", sino "dame educación y oportunidades; con mi trabajo lograré mejores expectativas para mí y, lo más importante, para mis hijos".
Con afecto para mis más de cuatro lectores.
Lo que llamamos Historia, generalmente entendido como el conocimiento de hechos o sucesos ocurridos en épocas pasadas que sirven para explicar cómo enfrentamos el presente y prevenimos el futuro, resulta ser un conocimiento relativo, es decir, aproximado. Dos grandes obstáculos, al menos, lo impiden.
El primero es que los hechos que llamamos Historia, ya sean de una nación, región, ciudad, pueblo, aldea o familia, que ocurrieron en el pasado, no tienen certeza absoluta de haber sucedido de la manera en que llegan a nuestro conocimiento. Para empezar, es frecuente que de un hecho existan dos o más versiones, y tal vez podamos consultar diversas fuentes.
Llamamos fuentes a la forma, manera o proceso por el cual nos informamos del hecho histórico, por ejemplo, de testigos presenciales, documentos en los que consten relatos de quienes fueron protagonistas o testigos, restos o vestigios de objetos, edificios, construcciones, etcétera, y, más modernamente, fotografías, audio o videos.
Para complicar nuestro asunto, no debemos olvidar que fuentes como los testimonios no son totalmente de fiar. Sabemos, por la psicología, la sociología y otras ciencias, que cada persona no percibe ni conoce exactamente un hecho como otro, y el efecto se ejemplifica en que un homicidio del cual dan su testimonio cinco personas no lo relatan de la misma manera y, a veces, lo explican de forma contradictoria. Ni siquiera la fotografía o el video de un suceso es totalmente seguro, ya que depende del ángulo visual en que la persona lo tomó, y ni siquiera vestigios de objetos, edificios u otros semejantes son constancias irrefutables, pues el hecho o suceso del que son datos de su existencia no es totalmente seguro, ya que puede ser producto del fraude, como los supuestos Diarios de Hitler, o de equivocadas interpretaciones, como las pirámides de los antiguos pobladores de Mesoamérica, que no fueron utilizadas como tumbas de reyes o dirigentes, como en el antiguo Egipto.
El segundo impedimento para lograr el conocimiento consiste en que el comunicador o intérprete de cada fuente, ya sea historiador u otra persona que nos explique o entere del hecho o suceso por sí mismo, tiene formados criterios, prejuicios e ideologías, que consciente o inconscientemente influyen en su labor de comunicar un hecho. Así, por ejemplo, Schliemann, el descubridor de Troya, las murallas de la mítica ciudad relatada en la Ilíada de Homero, considerada por siglos como un sitio imaginario, en realidad puso al descubierto no una sola Troya, sino varias culturas, lo que se ha demostrado por existir vestigios de varias murallas sobreimpuestas, dicho esto, con la reserva de que en el futuro no aparezcan otros datos que desmientan, modifiquen o confirmen lo que hasta la fecha sabemos.
En ese pantanoso terreno de la relatividad histórica, pretender escribir y ser autor o paladín de hechos históricos, como el de la llamada Cuarta transformación que se ha propuesto, según lo indica, cambiar la desigualdad de la sociedad, invirtiendo situaciones que en nuestro país arrastramos desde la llegada de los españoles en el siglo XVI, y lograrlo en un sexenio, aunque se remita el asunto a poner las bases de una transformación radical, resulta ilusorio. Quien suponga que es una realidad alcanzable en ese corto periodo está comprando “espejitos” y tal vez a precios muy costosos.
Si procesos violentos, radicales y sumamente destructores en vidas y bienes, como la guerra de Independencia (1810-1821), la época de la Reforma (1857-1861) o la Revolución Mexicana (1910-1917), cuyos límites temporales que hemos señalado son relativos y bastante discutibles, ya que cada uno de esos procesos históricos tiene antecedentes y consecuencias que se desarrollaron durante años y años, ¿cómo considerar que la Historia, “maestra del hombre” lograría en seis años lo mismo en este periodo? Es suponer demasiado, incluso si la llamada Cuarta Transformación hubiera cumplido con “no mentir y no robar”, que efectivamente sus líderes no hubieran resultado como los pasados (“no somos iguales”) y que después de este sexenio hubiéramos tenido una seguridad pública que remitiera al ejército a sus cuarteles, una educación que formara ciudadanos críticos y hubiera logrado una salud como la de Dinamarca, así como una administración pública honesta y eficiente.
Mis cuatro lectores, esos son sueños guajiros, prédicas de un mesías tropical. El cambio vendrá a medida que ciudadanos participemos cada vez más en la vida pública, que la educación permita niveles de preparación y capacidad para que cada quién, con su trabajo, sea eficiente y logre vivir con estándares de una vida digna para él y su familia. La máxima no debería ser "pónganme donde hay", sino "dame educación y oportunidades; con mi trabajo lograré mejores expectativas para mí y, lo más importante, para mis hijos".
Con afecto para mis más de cuatro lectores.
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