Eutanasia
Pocas veces nos detenemos a valorar el significado de las palabras, y en este caso, preferimos pasarla por alto. Pero cuando pasas los 80 años de edad, día a día cobra otra dimensión.
Es cierto que es extraño desaparecer, y aun cuando suene duro, se trata de morir. Cuando se está en trance de vivir en constante sufrimiento, desahuciado, ¿qué caso tiene prolongar una vida semi-vegetativa y derivar a familiares cercanos a un desgaste emocional y físico sin ningún propósito?
Una de mis hijas, con la mejor intención de levantarme el ánimo, me obsequió un libro que en realidad es el diario de un octogenario que pasa sus días en una casa de retiro cerca de Ámsterdam, en Holanda: Intentos de sacarle algo a la vida. En ese lugar, conoció a una dama también en condición de retiro debido a su edad, de la cual se enamora platónicamente, pues nunca le declara su afecto. En el transcurso de sus monótonas existencias, nuestro personaje, su amada y otros cuatro colegas, integran un club que denominan "Viejos sí, muertos no", con quienes comparten intereses para organizar, una vez cada 15 días o cada mes, excursiones sorpresa, a cargo en forma sucesiva de cada uno de los miembros, con el fin de poner color a sus vidas habituales, donde las conversaciones recurrentes se centran en el rosario de enfermedades, medicinas y médicos.
A una integrante del club le detectan el inicio de la enfermedad de Alzheimer, quien lo toma con una sabiduría extraordinaria, sabedora de que poco a poco se irá deteriorando al grado de que ya no reconocerá ni amigos, ni familiares, ni si ya tomó o no alimentos, ni cómo tomar cubiertos, etcétera.
Nuestro personaje aborda a su geriatra y le pide que le recete la píldora “del último día”, aclarando que todavía no la piensa usar, pero "qué vale más, hombre prevenido". El médico hace como que “la Virgen le habla” y cambia la conversación.
Un día fatal, su amada sufrió un colapso cerebral y de urgencia la trasladan al hospital, permaneciendo días en terapia intensiva. Cuando recobra el conocimiento, no puede mover su cuerpo, comprende lo que escucha y asiente o niega con el poco movimiento de la cabeza que conserva.
Acude a visitar a la paciente su hija, casada con hijos, con trabajo, que vive distante en otra ciudad. Su hija le hace saber a nuestro cronista que su madre, desde hacía tiempo, le había expresado que no quería vivir si llegaba la situación en que se hallaba. Cuando le explican a la madre que le van a enviar a “casa” a una atención especializada, la madre dirige a la hija una mirada que no deja lugar a dudas: quiere morir en paz. Nuestro relator escribe: “Jamás había visto tanta tristeza y desespero en una mirada”. Suplicaba a gritos por la eutanasia.
El médico explicó a la hija que no podía ayudar, que incluso con el consentimiento escrito que su madre había dejado, no lo podía hacer.
De mi parte, que estas letras sean válidas como mi voluntad de desplegar velas de este mundo y de mi agradecimiento eterno de que se cumpla mi deseo y se olviden de médicos, familiares y el mundo entero, pues como dijo ya el inolvidable José Alfredo, “vamos de este mundo” a otro, donde nadie nos alcance, donde está mi amor.
Una de mis hijas, con la mejor intención de levantarme el ánimo, me obsequió un libro que en realidad es el diario de un octogenario que pasa sus días en una casa de retiro cerca de Ámsterdam, en Holanda: Intentos de sacarle algo a la vida. En ese lugar, conoció a una dama también en condición de retiro debido a su edad, de la cual se enamora platónicamente, pues nunca le declara su afecto. En el transcurso de sus monótonas existencias, nuestro personaje, su amada y otros cuatro colegas, integran un club que denominan "Viejos sí, muertos no", con quienes comparten intereses para organizar, una vez cada 15 días o cada mes, excursiones sorpresa, a cargo en forma sucesiva de cada uno de los miembros, con el fin de poner color a sus vidas habituales, donde las conversaciones recurrentes se centran en el rosario de enfermedades, medicinas y médicos.
A una integrante del club le detectan el inicio de la enfermedad de Alzheimer, quien lo toma con una sabiduría extraordinaria, sabedora de que poco a poco se irá deteriorando al grado de que ya no reconocerá ni amigos, ni familiares, ni si ya tomó o no alimentos, ni cómo tomar cubiertos, etcétera.
Nuestro personaje aborda a su geriatra y le pide que le recete la píldora “del último día”, aclarando que todavía no la piensa usar, pero "qué vale más, hombre prevenido". El médico hace como que “la Virgen le habla” y cambia la conversación.
Un día fatal, su amada sufrió un colapso cerebral y de urgencia la trasladan al hospital, permaneciendo días en terapia intensiva. Cuando recobra el conocimiento, no puede mover su cuerpo, comprende lo que escucha y asiente o niega con el poco movimiento de la cabeza que conserva.
Acude a visitar a la paciente su hija, casada con hijos, con trabajo, que vive distante en otra ciudad. Su hija le hace saber a nuestro cronista que su madre, desde hacía tiempo, le había expresado que no quería vivir si llegaba la situación en que se hallaba. Cuando le explican a la madre que le van a enviar a “casa” a una atención especializada, la madre dirige a la hija una mirada que no deja lugar a dudas: quiere morir en paz. Nuestro relator escribe: “Jamás había visto tanta tristeza y desespero en una mirada”. Suplicaba a gritos por la eutanasia.
El médico explicó a la hija que no podía ayudar, que incluso con el consentimiento escrito que su madre había dejado, no lo podía hacer.
De mi parte, que estas letras sean válidas como mi voluntad de desplegar velas de este mundo y de mi agradecimiento eterno de que se cumpla mi deseo y se olviden de médicos, familiares y el mundo entero, pues como dijo ya el inolvidable José Alfredo, “vamos de este mundo” a otro, donde nadie nos alcance, donde está mi amor.
Comentarios
Publicar un comentario