No llores por mí, Argentina

Apenas el 10 de este frío diciembre, recibimos por televisión las imágenes del recién elegido presidente de Argentina. A los dos días de iniciar su periodo de gobierno, ya había devaluado la moneda en un 100%, es decir, de 400 pesos argentinos por cada dólar, pasó a 800 en su cotización oficial. Ni qué decir del llamado "dólar blue", es decir, el que se trafica en el mercado negro.



Este duro golpe no fue sino uno de tantos. También decidió el despido de una buena cantidad de burócratas del gobierno federal; las 16 secretarías, las redujo a 8 y retiró el subsidio a la gasolina, la luz, etc.

La explicación de estas medidas económicas se encuentra con mediana claridad en lo que el primer mandatario señaló en breves frases: "No hay plata, estamos quebrados". Tampoco está programado el gasto público y las malas noticias no cesan; el panorama está para llorar.

¿Cómo puede suceder este desastre en un país que antaño presumía ser una de las economías mejor situadas de Latinoamérica? No estoy capacitado para responder esa pregunta, máxime que el tema de la economía me es tan ajeno como la matemática cuántica. Sin embargo, de lo que me entero por lecturas, noticias y comentarios, las causas que han colocado a esa nación hermana en la situación actual se remontan a la era del peronismo.

En los años 40 del siglo pasado, Domingo Perón, oficial del ejército argentino, ambicioso y hábil, aprovechó las circunstancias y se hizo del poder con su esposa Eva, "Evita" para los miles de "descamisados" que los apoyaron. Crearon un partido político denominado “peronismo”, cuyos lineamientos revelan el perfil de un populismo de derecha que pervive hasta la fecha, encarnado en la figura de Cristina Fernández de Kirchner.

Durante los periodos de gobierno en que el peronismo ha detentado el poder, se fomentó el otorgamiento de pensiones, apoyos económicos, prebendas a grupos de las clases sociales que han pasado a constituir la base electoral que forma el núcleo de este partido. Esta política de apoyo a las clases populares se ha convertido en una pesada carga para el erario, a la que se suma la corrupción, los errores en el manejo de las finanzas y el saqueo de las arcas por políticos inescrupulosos, períodos de gobierno en manos de los militares, etc. Estas parecen ser las causas de que el país llegara a la situación en que ahora se encuentra.

La reflexión anterior me lleva a otra. Hace dos o tres décadas, escuchaba con relativa frecuencia el argumento de que México nunca llegaría a “colombianizarse”, entendiendo con ello que nuestro país no llegaría a la fama mundial por la lacra del tráfico mundial de drogas, sobre todo de la cocaína.

  

Todo el mundo hablaba de los famosos carteles de Medellín, del de Cali, etc., y de personajes como Pablo Escobar, quien llegó a crear un imperio que le permitió ser elegido diputado al Congreso de su país. El poder de las mafias colombianas llegó a tal grado que en un evento sin precedentes asaltaron el máximo tribunal de justicia y en ese suceso terriblemente sangriento murieron magistrados, personal del tribunal, asaltantes y miembros de las fuerzas del orden. Ciudades, pueblos, regiones, carreteras, estaban copados por la delincuencia organizada.

¡México jamás llegará a estar como Colombia! Al paso de los años, hemos demostrado que no solo llegamos al nivel al que llegó Colombia, sino que lo superamos. Nuestras más “distinguidas” organizaciones delictivas se han extendido a todos los continentes, a toda América, Europa, África, Asia y hasta Australia. Según máximos organismos de seguridad e inteligencia de los Estados Unidos, hace apenas unos meses señalaron que en México el 35% del país se encuentra dominado por el crimen organizado.

En diciembre de 2023, en el estado de México, una célula del crimen organizado convocó a los pobladores de un lugar de ese estado a una reunión pública para señalarles un nuevo aumento en el “cobro de piso”. Esto enardeció a los lugareños y, a pesar de la disparidad de las armas de éstos frente al armamento de grueso delincuencial, se enfrentaron y masacraron a los extorsionadores. Inaudito.

Cuando sucedió lo anterior, López Obrador se encontraba de gira de trabajo precisamente en otro lugar del estado de México, no lejos de donde se desarrolló lo relatado.

Retomando el hilo de nuestras reflexiones, en nuestra soberbia afirmábamos: "México nunca llegará a ser como Colombia". Al ver lo sucedido en Argentina, ¿habremos aprendido la lección? ¿Acaso no estamos cometiendo errores semejantes a los que parece que ellos cometieron? ¿Qué tan lejano puede aparecer el día en que, por ignorar la voz de Casandra que nos anticipaba de rechazar el populismo de supuesta izquierda que padecemos y de cometer errores semejantes a los que ellos incurrieron, tengamos que decir: "No llores por mí, México querido"?

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