La puntualidad
En mi microcosmos familiar, conté con el apoyo de mi esposa, a quien también le fue inculcada la cuestión de la puntualidad. Para mis hijos, esta parcela cultural es importante, pero ya no es fanática; depende de las situaciones. Si se trata de cumplir deberes, importa; si es para otros compromisos sociales o de esparcimiento, depende del asunto. Aunque hay que aclarar que cada uno responde a estas cuestiones según su forma de ser.
Platico esto porque, en México como país, se puede generalizar que la cultura de la puntualidad no es precisamente una característica que nos distinga. Al contrario, es frecuente diferenciar entre la puntualidad mexicana y la inglesa, y no necesito explicar en qué consiste una y otra.

Esta práctica que aprendí de mis padres, un tanto fanática, me metió en algunos problemas. Cuando era joven y estudiaba, me invitaron a algún festejo entre social y familiar. Llegué con puntualidad, porque siempre lo hacía así. Si la hora señalada eran las 21:00, llegaba por lo común 10 o 15 minutos antes, pero no tocaba el timbre o la puerta de la casa o departamento hasta la hora precisa. Al abrirme la puerta, los anfitriones aparecían con claras muestras, por su físico y atuendo, de que apenas se estaban preparando para el evento. Me dejaron solo como florero y solo los veía corriendo de un sitio a otro como “gallinas descabezadas”. Luego alguien de confianza me dijo: "¿A quién fregaos se le ocurre llegar a la hora?"
Con los años, acudí a bodas, señaladas a las 12:00 del mediodía. En varias ocasiones, el padre impaciente ya estaba a la hora marcada en la entrada, y alguno de los contrayentes —insustituible— no acababa de llegar. Generalmente era la mujer (no quiero que por esto se me tilde de atentar contra los derechos de género), pero era la que más se retrasaba. Con el tiempo, nos dimos cuenta de que en las bodas, el pequeño círculo familiar y amistades más cercanas ya sabía que la misa iniciaría media hora después de la fijada en las invitaciones, previendo que un número de asistentes no llegaría con puntualidad.
Como maestro durante años, iniciaba clases a las 7:00 de la mañana, la primera de la jornada. De acuerdo con el reglamento, el alumno tenía una tolerancia para llegar de hasta 15 minutos. Acostumbraba a llegar 5 o 10 minutos antes, y me dirigía al pizarrón, dedicándome a poner esquemas o pequeños resúmenes de lo que sería la exposición. Entre esa labor y pasar lista, se acababan los 15 minutos. Después, cerraba la puerta; ya no admitía alumnos. Obvio, me tildaban de perro. Alguna vez no faltaba alguien que solicitara ingresar, consciente de que, por llegar tarde, ya tenía falta, y con varias se quedaría sin derecho a examen ordinario, o bien, los menos, no querían perderse la clase. No los dejaba entrar. Les expliqué que, en los tribunales, las audiencias en los juicios, en los que deben acudir los abogados, se señalan horas precisas. Si llegas tarde, puede ser que ese retardo te cueste perder el pleito, y eso es tu responsabilidad. Y que suceda porque no estuviste a tiempo para “subir al ring” y defender a tu cliente es una grave falta. Llegar a tiempo a clases es educación, aunque algunos no la aprenden. Van a llegar tarde hasta a la hora de su muerte. Ni las instituciones van a cambiar. No acabo de entender por qué en el seguro social y en otro tipo de empresas, ya sean oficiales o particulares, se cubre a los empleados una cantidad extra o bono por puntualidad. ¿Acaso no existe una hora de entrada? Existe la obligación de estar presente a la hora de ingreso.
La forma en que otros nos ven puede cambiar. Cuando era un infante, a México lo representaba como un campesino sentado en el suelo con las rodillas flexionadas, la cabeza inclinada y con un amplio sombrero durmiendo. Ahora, ya pasamos por otras etapas, como la del mariachi y del tequila, o de otros estereotipos. Sin embargo, el de la impuntualidad, parece ser que no ha desaparecido, si bien opacada por otros como la corrupción, la inseguridad o el narcotráfico. Es curioso que en la imagen de un país prevalezcan los antivalores, sobre aquellos que son la fortaleza de esta nación: una cultura donde el núcleo familiar es la célula que lo construye; en el que la solidaridad en casos de desgracia no necesita convocatoria oficial o de líderes políticos o religiosos; donde el turista extranjero se lleva perennemente en la memoria al país del sol y de la hospitalidad, en el que perdura, como diamante de luces indiscutibles, el mensaje "Esta es tu casa y nosotros tus amigos"?
Posdata: Con afecto a los migrantes latinoamericanos, más cercanos a nuestro corazón.
Con los años, acudí a bodas, señaladas a las 12:00 del mediodía. En varias ocasiones, el padre impaciente ya estaba a la hora marcada en la entrada, y alguno de los contrayentes —insustituible— no acababa de llegar. Generalmente era la mujer (no quiero que por esto se me tilde de atentar contra los derechos de género), pero era la que más se retrasaba. Con el tiempo, nos dimos cuenta de que en las bodas, el pequeño círculo familiar y amistades más cercanas ya sabía que la misa iniciaría media hora después de la fijada en las invitaciones, previendo que un número de asistentes no llegaría con puntualidad.
Como maestro durante años, iniciaba clases a las 7:00 de la mañana, la primera de la jornada. De acuerdo con el reglamento, el alumno tenía una tolerancia para llegar de hasta 15 minutos. Acostumbraba a llegar 5 o 10 minutos antes, y me dirigía al pizarrón, dedicándome a poner esquemas o pequeños resúmenes de lo que sería la exposición. Entre esa labor y pasar lista, se acababan los 15 minutos. Después, cerraba la puerta; ya no admitía alumnos. Obvio, me tildaban de perro. Alguna vez no faltaba alguien que solicitara ingresar, consciente de que, por llegar tarde, ya tenía falta, y con varias se quedaría sin derecho a examen ordinario, o bien, los menos, no querían perderse la clase. No los dejaba entrar. Les expliqué que, en los tribunales, las audiencias en los juicios, en los que deben acudir los abogados, se señalan horas precisas. Si llegas tarde, puede ser que ese retardo te cueste perder el pleito, y eso es tu responsabilidad. Y que suceda porque no estuviste a tiempo para “subir al ring” y defender a tu cliente es una grave falta. Llegar a tiempo a clases es educación, aunque algunos no la aprenden. Van a llegar tarde hasta a la hora de su muerte. Ni las instituciones van a cambiar. No acabo de entender por qué en el seguro social y en otro tipo de empresas, ya sean oficiales o particulares, se cubre a los empleados una cantidad extra o bono por puntualidad. ¿Acaso no existe una hora de entrada? Existe la obligación de estar presente a la hora de ingreso.
La forma en que otros nos ven puede cambiar. Cuando era un infante, a México lo representaba como un campesino sentado en el suelo con las rodillas flexionadas, la cabeza inclinada y con un amplio sombrero durmiendo. Ahora, ya pasamos por otras etapas, como la del mariachi y del tequila, o de otros estereotipos. Sin embargo, el de la impuntualidad, parece ser que no ha desaparecido, si bien opacada por otros como la corrupción, la inseguridad o el narcotráfico. Es curioso que en la imagen de un país prevalezcan los antivalores, sobre aquellos que son la fortaleza de esta nación: una cultura donde el núcleo familiar es la célula que lo construye; en el que la solidaridad en casos de desgracia no necesita convocatoria oficial o de líderes políticos o religiosos; donde el turista extranjero se lleva perennemente en la memoria al país del sol y de la hospitalidad, en el que perdura, como diamante de luces indiscutibles, el mensaje "Esta es tu casa y nosotros tus amigos"?
Posdata: Con afecto a los migrantes latinoamericanos, más cercanos a nuestro corazón.
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