Ejemplos de vida: Un samurái en México y la familia Madero

Los libros permiten crecer como seres humanos, y si los viajes ilustran, eso está al alcance de nuestras manos, pues cada hoja, cada página nos conduce por caminos que nunca imaginamos y que, a partir de ellos, nos pertenecen. A la fecha, me encuentro disfrutando de uno por demás interesante; se trata de la vida de un samurái. Nunca he estado en Japón, y a la vez, puedo decir que reconozco lugares, personajes, flores y objetos que me traen a la memoria ese lejano país.

A riesgo de equivocarme, estoy enterado de que los samuráis constituían en el pasado de esa nación una casta militar que era pilar del sistema feudal que dominó por largo tiempo la sociedad japonesa. Los samuráis eran educados y vivían para servir a su señor, obedecían códigos morales y militares muy estrictos. En buena medida, recuerdan a los caballeros de la Edad Media en Europa. Así, uno de ellos, en una disputa entre señores feudales, al reclamarle ser el brazo armado de otro y decidir un conflicto por su habilidad guerrera, le espetó: "Ni quito ni pongo rey, sólo ayudo a mi señor". Así, los samuráis servían a los señores de la guerra.

Cuando el imperialismo colonial de las potencias europeas tocó las puertas de Japón en el siglo XIX, su aparición fue el tiro de gracia a un sistema social y económico en decadencia. Dictó la sentencia al medievo japonés y se decretó la desaparición de los samuráis, y estos se fueron desvaneciendo. No del todo; afortunadamente, el código moral de elevados valores ha perdurado, y uno de esos ejemplos fue el embajador de Japón en México, Horiguchi Kumaichi, hijo precisamente de uno de los últimos samuráis que sirvieron con toda fidelidad a su señor en la etapa de la historia del país del sol que ya hemos mencionado.

Horiguchi Kumaichi pasó en su infancia muchas penalidades precisamente porque al nacer su padre samurái pasó a ser no solo desempleado sino en buena medida apestado por el naciente poder político que pasó a ser el dominante. Sus padres se sacrificaron en medio de la escasez económica, y el propio Horiguchi tuvo claro desde muy joven que la forma de labrarse un porvenir estaba en el estudio. Éste pasó a ser el señor al que dedicó sus desvelos y aprendió idiomas extranjeros, como francés, inglés, español, entre otros. Logró ser el mejor alumno de su generación y, sin más credenciales que su talento y dedicación, ingresó en el servicio diplomático.

Joven, contrajo matrimonio, y apenas habían nacido dos de sus hijos, un varón y una mujer, su esposa falleció. Con diversos destinos diplomáticos, Horiguchi fue destinado a los Países Bajos, y en ese lugar, conoció y contrajo matrimonio con Stina Ligour, de una familia de ese lugar. En el año 1909, nuestro personaje es destinado a representar al imperio japonés en nuestro país, donde permaneció hasta marzo de 1913.

Su estancia en México puede parecer breve, pero marcó de forma indeleble la vida de Horiguchi, su familia y la familia de Francisco I. Madero. En un relato apegado a los hechos reales, el periodista político y ex embajador de México en Japón, Carlos Almada, nos conduce por esa época de la vida de nuestro país en el libro que tituló "Un samurái en la Revolución Mexicana", con un relato ágil y sobre todo ilustrativo, pues de mi parte ignoraba el papel que el embajador japonés jugó en la llamada Decena Trágica del 9 de febrero de 1913, en la que contribuyó decisivamente a que la familia de Francisco I. Madero salvara la vida.

Horiguchi Kumaichi asistió a nombre de su país a las fiestas memorables del centenario de nuestra independencia. Tuvo trato con don Porfirio Díaz, concurrió a reuniones con éste en el Castillo de Chapultepec. Al caer el presidente en mayo de 1911, al renunciar éste y el vicepresidente Corral, su relación diplomática prosiguió con el presidente interino León de la Barra, así como con el presidente Francisco I. Madero electo en 1911 y, en febrero de 1913, en un breve periodo, con el presidente de facto Victoriano Huerta.

Por casualidad del destino, le tocó presenciar la caída de un largo periodo de paz porfiriana y el inicio de una nueva época en un país tan distinto al suyo, pero con paralelismos de paradoja, ya que él había nacido en su lejana patria en la caída de un régimen del que su padre, samurái, había sido parte.

El libro que comentamos da cuenta en detalle de cómo se gestó, se desarrolló y culminó el episodio histórico de la Decena Trágica y la activa participación del embajador Kumaichi en el asilo que su país extendió a la familia del presidente Francisco I. Madero.

De antaño conocía la conducta loable del embajador de Cuba en México en esos aciagos días, y a pesar de que éste apenas se había hecho cargo de la embajada del país caribeño, su defensa por la vida e integridad del presidente Madero le ganó un lugar en nuestra historia. Su caso fue raro; salvo apenas dos o tres embajadores, tuvieron un comportamiento admirable. En efecto, Márquez Sterling, inclusive, pasó una noche durmiendo en el espacio que en Palacio Nacional tenía destinado a la prisión del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez, a fin de resguardar sus vidas, al igual que gestionó que un navío enviado de Cuba al puerto de Veracruz fuera la vía para que los funcionarios apresados fueran asilados en su país, a lo que el usurpador Huerta aparentemente había accedido.

Otro de esos comportamientos del que no tenía conocimiento fue de la activa, discreta y decisiva intervención del Embajador de Japón en la protección de la familia del presidente Madero.

No es del dominio público que la Cámara de Senadores de México rindió homenaje al embajador Horiguchi Kumaichi el 27 de febrero del 2015, así como a la comunidad japonesa en nuestro país que acudió en febrero de 1913 al llamado de su embajador a proteger, aún a riesgo de sus vidas, a la familia Madero, homenaje por su "ejemplo de humanismo y valentía". Cabe agregar que todavía en vida, Kumaichi, el 18 de noviembre de 1934, en Tokio, ya retirado de la vida política, recibió de la embajada de México la condecoración de Águila Azteca, la más alta distinción que nuestro país otorga por servicios extraordinarios prestados a la nación mexicana.

En el relato de este libro, queda constancia de aquellos que antepusieron valores como la lealtad, la valentía, el deber, el honor y que éstos obedecen al patrimonio de aquellos como el embajador Kumaichi, el embajador Márquez Stirling, Francisco I. Madero, Pino Suárez, Gustavo Madero y tantos otros.

Saludos,

Diciembre 2023

PD. A mis cuatro lectores dedico estas líneas, una vez que labores cotidianas inesperadas, pero bienvenidas, aparecieron de pronto en mi vida.

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