La pitonisa


Según la trillada frase del baúl de mis recuerdos, la memoria me trae imágenes de la década de los años 80 del siglo pasado. En ocasiones, cuando la vida lo permitía, ya fuese por Navidad o fin de año, las familias de mis hermanos, Miguel, Ariel, y la mía, acudíamos, junto con algunos otros familiares, a celebrar y festejar estas fechas. La convivencia era, sin duda, similar a la de miles de familias.

En esas reuniones, cuando los primos, hijos entre sí, rondaban la adolescencia, se volvieron míticos los partidos de fútbol americano en su modalidad de "tochito" (sin golpes), entre padres e hijos. La afición de todos por ese juego nos había convertido en acérrimos seguidores de equipos norteamericanos que destacaban en aquella época: los Vaqueros de Dallas, los Acereros de Pittsburgh, los 49ers de San Francisco, los Petroleros de Houston, y los Delfines de Miami. Jugadores como Staubach, Bradshaw, Campbell, y la “cortina de acero”, entre otros, eran las estrellas de aquellos tiempos.

Era imprescindible estar los domingos de diciembre pegados a la televisión viendo los juegos de ese deporte. Obviamente, las preferencias por los equipos que se enfrentaban eran diferentes. En el desarrollo de cada juego, ocasionalmente, mi hija Laura, "Laurita" para los afectos familiares, alérgica a las expresiones de fanatismo deportivo, contemplaba alguna jugada y predecía quién ganaría, juzgando únicamente por el color del uniforme, con una enojosa certeza que la convirtió en una aclamada y, a la vez, repudiada pitonisa.

Han pasado varias décadas de esas fechas y la pitonisa no ha perdido la brújula, sigue con su desconcertante facultad de predecir ganadores y perdedores. Apenas el viernes 21 de octubre de este año, se jugaba béisbol en las finales de conferencia, camino a la Serie Mundial, que siempre enfrenta a equipos estadounidenses. Se enfrentaron Filadelfia y Arizona. Al principio, ganaba Arizona, y Laurita, sin saber ni de qué equipo se trataba ni cómo iba el marcador, eligió al equipo de uniforme negro, diciendo: "Ésos van a ganar". Al poco tiempo, la balanza se inclinó del lado de los de uniforme blanco, es decir, los de Filadelfia. Para la última entrada, perdió Arizona, (los negritos, de uniforme), por tres carreras. En ese momento, reflexioné: "Ya perdimos", pues no, llegaron a la última entrada ganando por una carrera, y su pitcher retiró a los bateadores contrarios. Arizona ganó.



Cuando enteré a mi hija del resultado, ella sólo dijo: "Deberías hacerme caso y apostar". Bendita inocencia, soy un barranco de sal, si apuesto, pierdo.

Este relato está dedicado con afecto a mi hermano Miguel y a todos los sobrinos aficionados.


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