Hombre de honor

Un principio capital en la vida es construir la identidad de hombre de honor, o de mujer honorable, lo que significa que quien la posee es una persona confiable. Si empeña su palabra ésta vale por encima de consideraciones formales; no necesita de papeles. "Te di mi palabra, eso basta".

Sé que en este mundo actual mercantilizado eso suena a un arcaísmo, a una consigna de tiempos pretéritos. Sin embargo, si tu comportamiento responde a la esencia de un hombre de honor, es una etiqueta social que confiere a los demás la seguridad de que saben con certeza cómo obrarás bajo patrones éticos.

Recuerdo que, en una ocasión, como abogado, me enfrenté a unos inquilinos que se negaban a desocupar un departamento. Después de un largo juicio, el juez acordó la desocupación y ordenó el uso de la fuerza pública, es decir, la policía, para llevar a cabo la diligencia. En el día programado, acudí con el actuario, policías y un camión de mudanza para evitar dejar los muebles a media calle, además de macheteros adiestrados en esos menesteres.

Iniciada la diligencia, con la oposición de las inquilinas (todas mujeres entre 20 y 60 años, excepto un anciano que desde el interior gritaba toda clase de maldiciones a los agresores), en medio de disputas y empujones, los macheteros ya habían sacado aproximadamente la mitad de los muebles cuando llegó al lugar un abogado para evitar el desalojo. Resultó ser un compañero, pero eso no fue impedimento para que él alegara que la desocupación era ilegal porque se estaba efectuando en un departamento que no era el señalado por el juez.

El actuario se paralizó ante el alegato, y yo solté una risa espontánea y le dije: "No me salgas con esa argucia, le acabas de cambiar el número al departamento, pues resulta que al inicio del acta de desalojo ya consta el número correcto". Al ver que su estratagema no resultó, el abogado, conocido por sus chicanas, me apartó y me explicó que acudía a la diligencia a solicitud de un amigo de la familia, que formaba parte de los inquilinos, y me ofreció desocupar voluntariamente en dos días. Sólo pedía tiempo para que buscaran otro lugar donde vivir. Le dije: "Rueda", así se apellidaba el abogado, "ya nos conocemos. Imagínate que doy marcha atrás a la desocupación. ¿Cómo se lo explico a mi cliente? Y más aún, seguro si la emprendo, tú vas a promover un amparo y me vas a exhibir como un crédulo" (en palabras más claras).

Rueda me dijo: "Te doy mi palabra". Y mirándole a los ojos, le contesté: "¿Tu palabra de abogado o de hombre?". Entendiendo el sentido de mi pregunta, me aseguró: "Mi palabra de hombre". "Sea", respondí.



"Pasé dos días de intranquilidad, pues tenía dudas de que cumpliera su palabra. Sin embargo, Rueda hizo honor a su palabra y el departamento fue desocupado. Eso sí, no dejaron un vidrio sano, puertas, paredes y pisos con destrozos. Pero para mi cliente, lo más importante era mudarse, ya que el edificio iba a ser derribado para construir un centro comercial.

Rueda tenía cierta forma de proceder poco ortodoxa. Por ejemplo, portaba constantemente una pistola escuadra, lo cual utilizaba como argumento para obtener el pago de adeudos en asuntos legales. En la ocasión que relato, Rueda se comportó como un hombre de honor y su palabra fue suficiente.

En conclusión, valoro más la palabra de un hombre de honor, mucho más que la de un abogado, e infinitamente más que la de cualquier político.

Por cierto… saludos a Ricardo Monreal… y a su patrón.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Aniversario 89

Mi 65 aniversario como abogado

Vacaciones inolvidables