El sentimiento de culpa
Los años tal vez no otorgan sabiduría, pero sí experiencia, y de manera dolorosa, más de una vez aprendemos lo que significa el llamado “complejo de culpa”.
Hace pocos días, por casualidad, se abordó en la televisión el
tema de la migraña, padecimiento que en mi ignorancia asociaba a jóvenes o
adultos, sin embargo, en este asunto lo referían a una niña de escasos cinco o
seis años. Resulta que la doctora que atendía a la menor interrogaba a la madre
para encontrar pistas sobre la causa de la migraña. La madre relató que cuando
la hija tenía apenas un año, todavía en calidad de bebé, le detectaron un tumor
en el cerebro y tuvo que ser operada para extirparle el tejido maligno y su
recuperación había sido un calvario difícil y muy largo. Ella se culpaba de
todo lo ocurrido.
Me sorprendió que la madre se culpara de un suceso en el que
para mí no tenía la mínima intervención. Ella no podía culparse de ser causa de
cuestiones ajenas a su voluntad.
Reflexionando sobre este particular, me han venido a mi
memoria que, frente a las desgracias o pérdidas de seres queridos, el
sentimiento de culpa, con razón o sin ella, nos agobia a tal grado que puede
llevar a la depresión y aún a la muerte.
Hace ya 47 años que mi tercer hijo, Alejandro, falleció cuando
apenas tenía seis años. Enfermó de un problema renal y en unos cuantos días,
interno en un hospital, ante mis ojos y los de mi esposa e hijos, su vida se
apagó.
¡Qué dolor! Aún no se apaga. Durante años, el sentimiento de
culpa por todo lo que pude haber hecho, o lo que hice en forma equivocada, me llevó
dos años de enojo con Dios. ¿Cómo podía Él permitir que un inocente pagara por
mis culpas? Mi coraza para sobrevivir fue cerrarme ante terceros, no quería que
se enteraran de mis tormentos interiores, y así, sin querer, en forma egoísta,
no atendía, como debiera, a que el dolor no era sólo mío, sino que mi esposa y
mis hijos también tuvieron que hacer frente a esa enorme pérdida.
Mi esposa buscó apoyo en la religión y yo la seguía, pero
como sombra; mi resentimiento perduraba y persistió hasta que mi alma claudicó
y en una crisis lloré a mares e inició el retorno a buscar paz para mi alma y
recuperar lo que pude, de mi esposa e hijos.
No me pregunten cómo se sana del sentimiento de culpa o de
cómo reconciliarse con aquellos que sean culpables, reales o ficticios, de
nuestra desgracia. No lo sé.
Aún en estos momentos, es la primera vez que intento razonar con ese “monstruo” que significa el sentimiento de pérdida, el complejo de culpa. Tal vez lo hago porque pienso que, si alguien conoce mi pequeña historia y de alguna manera le ayuda, me daré por bien servido. O tal vez lo hago porque no puedo verbalizarlo con los míos, así que mejor lo escribo.
Pido comprensión si por esta ocasión no me propuse lograr sonrisas de su parte.
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