Coleccionista


Me adscribo como coleccionista en calidad de aficionado. Desde niño, como supongo que a todos o a la mayoría les sucede, me dio por coleccionar piedras por sus atractivos coloridos, cajetillas de cerillos en las que en una de sus caras aparecían pinturas de artistas famosos (de tamaño minúsculo), también “estampitas”, que venían en sobres donde se encontraban 2, 3 o 4, y el correspondiente álbum donde se debían pegar. Como frecuentemente venían repetidas, era obligado entrar en la primitiva actividad del “trueque” ¿Cuál tienes? ¿busco la del número tal? No, esa no ha salido.

En mi memoria, uno de los eventos amargos de mi infancia resultó la colección de estampitas de la Segunda Guerra Mundial, conflicto que se encontraba ya en su cuarto o quinto año (1944 o 1945).

El álbum requería para completarlo de unas 500 estampitas. En la actividad del trueque visitamos, el autor de estas líneas y mis hermanos, la casa de unos primos para intercambiar estampitas, y tuve la reprobable idea de apropiarme de unas codiciadas piezas. Obviamente los primos, al advertir el latrocinio, se quejaron con sus papás y éstos se lo hicieron saber a mis padres. Con la vergüenza y el regaño ya imaginable, fui a la casa de los primos a pedir disculpas y a entregar las estampitas, ¡para vergüenzas no me ganaron!

A pesar de ello, el gusano de la colección no se me quitó.

De mis andanzas les comparto algunos objetos de mi heterogénea afición.

Tengo guardado un meteorito, fragmento de cuerpo celeste que, al ingresar a la atmósfera terrestre a consecuencia de la fricción se desintegra, y por lo común sólo llega a la tierra en pequeños fragmentos. Uno de ellos es “polvo de estrellas”, de cientos de miles de años de antigüedad. Tiene pocos centímetros de diámetro pero para su tamaño pesa bastante, pues casi la totalidad de su masa es mineral de hierro. Les comparto una fotografía.




También la prehistoria de la humanidad cuenta con un representante en mi colección, y se trata de un caracol petrificado, o sea un amonite, probablemente de la era geológica secundaria.




En ese terreno de años de antigüedad, tengo la fortuna de tener un fragmento de obsidiana, probablemente de un disco con una abertura en el centro debido al trabajo artesanal prehispánico de principios de la era cristiana, unos 500 a 1,500 años.



Ya rondaba los 70 años de edad cuando me designaron para ocupar un cargo en la Procuraduría General de la República, y recalé por tres años en la Ciudad de México. De tanto en tanto acudía a un centro comercial donde se encontraba un Sanborns y en ese lugar a la venta había figuras de guerreros medievales, a caballo y a pie: un imán para mi espíritu coleccionista. Como esa enfermedad implica un goce y un desembolso económico, reuní de una en una varias piezas y así logré crear un pequeño ejército, incluido dragón, ¡faltaba menos!



En el terreno coleccionista no faltan los timbres postales (próximos a desaparecer), las monedas y billetes. Los anteriores los tengo sin acomodar o clasificar, ellos esperan que los años me sosieguen y me otorguen la paz franciscana para dedicarles tiempo y paciencia.

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