La maleta desobediente
En abril del 2020, estaba a punto de emprender un viaje a Argentina, después de meses de planearlo. Para empezar, acordado el viaje, lo importante era conseguir pasajes de avión, lo más baratos posibles, lo que estaba complicado pues había que trasladarse poco más o menos a diez mil kilómetros de ida… y otros de regreso. La fortuna y la mano de mi yerno Sergio, adicto a “navegar” en el internet, se logró adquirir pasajes a un buen precio.
Conseguir pasaportes, arreglar la ausencia en ocupaciones laborales, caseros, etc., se fue solucionando, y vestidos y alborotados nos encontrábamos listos, pues ello incluía a mis hijas Laura y Verónica, que serían mis “guaruras” en el viaje.
Pero sin aviso previo, en marzo del 2020, se desató la pandemia del COVID-19, y mientras se lograba elaborar vacunas, se decretaron –como ya sabemos— medidas de aislamiento. Argentina fue uno de los países con más restricciones para admitir visitantes. Éstos no eran bienvenidos. Los vuelos de nuestro país a la “región de las pampas” se cancelaron por una larga temporada.
Arribó el 2021 y con él se reservó una nueva fecha y nuevas expectativas. ¡Lástima, Margarito! Llegó el Ómicron, variante del COVID-19, y se esfumó el viaje.
Como suele decirse, “la tercera fue la vencida”, y en este caso se confirmó este aforismo y con no pocos contratiempos, pues el valor de los viajes en avión se disparó –entre otras cosas porque la guerra de Ucrania derivó en elevados precios de la gasolina, entre ellas la del gas- avión— pero pudimos adquirirlos al precio inicial.
Finalmente se fijó para octubre del 2022 la fecha para emprender la aventura. Para no tener apuros, nos fuimos a la Ciudad de México con un día de anticipación. Este evento salió sin contratiempo, y llegamos a las 10:00 a.m. Mi maleta llegó muy formal y la recogí en el sitio de equipaje, pero a la maleta de mi hija Laura se le “ocurrió” seguir a bordo y al parecer se fue a pasear.
Cabe explicar que ella no se dignó a comunicar su avieso propósito, así que, en medio de una crisis de stress, al reclamar su ausencia empezaron las sorpresas.
Las personas encargadas del equipaje en la línea aérea colaboraron en perseguir y localizar a la “hija desobediente”, aclarando que ellos afirmaban no ser responsables de entregar el equipaje. Después de tres o cuatro horas se logró ubicar a la “fugitiva”. Escapándose de controles “estrictos y eficaces” se fue a vacacionar a Cancún. Constatamos su identificación porque enviaron desde allá su fotografía: se encontraba feliz de la vida en esa paradisíaca playa.
Nos fuimos al hotel a donde arribamos alrededor de las tres de la tarde y aprovechamos para comer y recorrer un poco el centro de la Ciudad de México, mientras la “desobediente” regresaba de su inesperada fuga.
Finalmente, la “prófuga”, debidamente escoltada por elementos de seguridad privada, fue entregada alrededor de las nueve o diez de la noche a las puertas del hotel.
Llegó feliz y rozagante:” Lo bailado ni quien me lo quita”; se le dibujaba una sonrisa.
P.D. Ruego a mis cuatro amigos lectores paciencia pues en próximos mensajes les relataré algunas vivencias de este viaje por las tierras gauchas.
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