La ridícula idea de no volverte a ver


A mi esposa y a mi hijo Alejandro

La expresión que encabeza estas líneas es el título de una novela de una escritora española, Rosa Montero, cuya lectura había postergado para dedicarme a otros, suponiendo que el tema de ésta sería sobre algún tópico romántico que tuviera que ver con el rompimiento de una relación y de cómo no llegar a ese punto.

Puedo decir que me equivoqué redondamente, pues apenas he iniciado y me ha “atrapado” como pocos. Relata la vida de Marie Curie, una de las más extraordinarias mujeres del siglo XX, si bien su nacimiento se remonta a fines del XIX. Sin duda se seguirá hablando de ella a lo largo de los años por venir.

La cuestión es que a partir de su biografía “involuntaria”, Rosa Montero se plantea una cuestión común pero tan difícil de explicar, que se refiere al dolor que provoca la pérdida de un ser querido. Ella dice:

En el origen de la creatividad está el sufrimiento propio y el ajeno. El verdadero dolor es inefable, nos deja sordos y mudos, está más allá de toda descripción y todo consuelo. El verdadero dolor es una ballena demasiado grande para ser arponeada.

Tengo que detenerme, a llorar, porque dos grandes dolores me han dejado así en mi vida: cuando perdí a mi hijo Alejandro, de apenas seis años, y recientemente, a mi esposa. Después de fallecer Alejandro tardé dos años en aceptarlo, viví un sordo y callado enojo con Dios, con la vida. Transitaba en automático. Con mi esposa, el dolor fue de otra dimensión: siempre creí que ella me sobreviviría e incluso, hasta hace poco, por nuestra edad, alrededor de ochenta años para ella y un poco más para mí, le daba consejos de cómo manejar la economía para que no tuviera problemas ni sobresaltos el resto de su vida. Pero como decía mi suegra: “Dios no cumple caprichos ni endereza jorobados”. De repente, en un mes, tal vez poco más, de pesadilla, ella enfermó y desfilamos por casi una decena de especialistas. Cada uno solicitaba cuanto estudio suponía aclararía el porqué de sus males. Sin embargo, un día después de que cumplimos 57 años de casados, la tuvimos que internar en un hospital y después de dos semanas de terapia intensiva, postrada en medio de una telaraña de cables y máquinas que sólo conocemos en películas de terror, su vida se extinguió. Dice Montero:

El verdadero dolor es indecible. Si puedes hablar de lo que te acongoja estás de suerte: eso significa que no es tan importante. Porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la #Palabra.

Así sentí el mazazo. Pero el futuro para ella no era halagüeño. Reponerse de la enfermedad en boca de su último especialista, suponía quedar en condición de inválida, lo que de seguro hubiera amargado el resto de sus días

No pude, en su misa de cuerpo presente, expresar lo que sentía y aún a la fecha no lo puedo comunicar. El dolor verdadero, como dice la novelista, te quita la #Palabra, y todavía, después de tres años y meses, ésta no me la han devuelto.









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