Hernán Cortés
Desde niño, mi materia predilecta fue la historia. En esa época dominaba el tema de la conquista de México, la visión de los pueblos indígenas. Personajes como Cuauhtémoc o Cuitláhuac, de parte de los aztecas, o de Xicoténcatl (el joven) por los tlaxcaltecas, destacaban en nuestro imaginario infantil como héroes frente a los conquistadores españoles.
La historia que aprendíamos estaba plagada de mitos, y era fundamentalmente memorística, es decir, una sucesión de fechas, lugares, batallas. Estaba alejada a millones de años luz de un análisis crítico, de cuestionar los sucesos y los personajes, distanciada de análisis sociológicos, económicos u otros aspectos fundamentales para comprender o tratar de entender por qué se dice que las cosas acontecieron de la manera que nos llega hasta nosotros.
Por ejemplo: ¿cómo explicar que escasos 500 soldados pudiesen conquistar un imperio de miles de guerreros? ¿cuáles fueron o pudieron ser las causas del colapso del mundo indígena frente a un puñado de invasores? Al paso del tiempo he aprendido que en la historia no existen “verdades” únicas y universales. Siempre se está en perpetua revisión. La aparición de nuevos hallazgos arqueológicos o del descubrimiento de documentos ignorados, pueden echar por tierra lo que se consideraban conocimientos reales, “verdaderos”.
Así, durante los siglos XVIII y XIX y parte del XX, se decía que los pueblos mayas habían sido pacíficos, ajenos a conflictos bélicos. El descubrimiento de estelas y edificios con pinturas, demostraron que las guerras, las conquistas, los prisioneros como víctimas para sacrificios humanos o destinados a la esclavitud eran tan comunes como entre otros pueblos indígenas.
En esas “arenas movedizas” aprendí que las Cartas de Relación de Hernán Cortés dirigidas a Carlos I rey de España y V de Alemania (cuando Alemania todavía no existía como país, ni tampoco era marca registrada de una empresa que produce chocolates), en realidad no eran precisamente cartas en el sentido moderno, o sea de una o varias hojas enviadas para lectura de un destinatario, sino tenían el propósito de ser publicadas y crear la aureola de conquistador, y por ende, conseguir un legítimo derecho a ser recompensado con título de nobleza y tierras (de ahí que después Hernán Cortés fue marqués del Valle de Oaxaca). Detrás de esas cartas se escondía la lucha del rey por someter y dominar a la nobleza, y de ésta por conservar privilegios y prebendas, lo que caracterizó las disputas por el poder político y económico de la segunda mitad de la Edad Media y de la primera parte de la Edad Moderna entre el rey y la clase noble de la mayor parte de Europa, que se extendió a América a raíz del descubrimiento de este continente.
Mis amables “cuatro lectores” han de perdonar estas digresiones, que tienen su justificación para comprender lo que sigue a continuación.
En la conquista de México, según lo que se enseñaba, dominaban dos explicaciones. La primera, la que exaltaba la figura de Cortés como “factótum” de la conquista y para ello no sólo se disponía de las “Cartas de Relación” del propio Cortés, sino de otros documentos como los de López de Gómara. La segunda surge de aquellos que consideran que la gloria de la conquista de México fue una obra colectiva de todos los soldados que acompañaron a Cortés. En este punto de vista destaca sin duda la obra de Bernal Díaz del Castillo, soldado de la expedición de Cortés, que más de 40 años después de la conquista (1519-1521) escribe y publica en 1568 “Historia verdadera de la Conquista de México”, donde exalta las acciones de los soldados y se duele de que Cortés se atribuya los principales méritos de esa hazaña.
El nombre en sí es revelador, es decir, la historia de Bernal Díaz del Castillo es la “verdadera”, y así la creí desde niño hasta este año, 2022, o sea por más de 75 años, pero resulta que el investigador Christian Duverger, en una obra historiográfica publicada en el 2019, “Vida de Hernán Cortés. La Pluma”, pone a la consideración un acucioso trabajo sobre la obra “Historia verdadera de la conquista de México”, donde llega a la conclusión de que esta obra no fue escrita por Bernal Díaz del Castillo, sino por el propio Hernán Cortés.
Escribe Duverger al referirse a la obra de Bernal Díaz del Castillo:
Tal es el mito. Pues se trate efectivamente de un mito… debe tenerse la mente abierta y aceptar… apliquemos la criba de la investigación crítica y develemos el misterio.
Duverger propone en primer lugar que poco, casi nada, se sabe de la vida de Bernal Díaz del Castillo.
Agrega el investigador que en la “verdadera” historia aparecen diversos episodios, algunos íntimos (entre Cortés y Malinche), prácticamente imposibles de conocer salvo el propio Cortés.
Continúa expresando que, si bien aparecen quejas de que Cortés no trató adecuadamente a sus soldados en recompensas y reconocimientos, en su “historia” se advierte que de las ganancias, Cortés, destinó en primer lugar una quinta parte para el rey; en segundo, una quinta parte para el propio Cortés; en tercer lugar, otra quinta parte para los gastos de la expedición; una más para los familiares de los que fallecieron en la conquista; y la última a los soldados, sin embargo confiesa la habilidad, tenacidad y valor de Cortés.
Evalúa Duverger que la obra de la historia de Bernal Díaz del Castillo está destinada, a manera de controversia, a exaltar la figura del propio Cortés, quien no podía publicarla bajo su nombre porque sostenía una disputa enconada con Carlos V, quien trataba de restarle méritos y reconocimientos y ejemplo de ello es la cédula real de 1527, en la que el rey prohíbe la publicación de las cuatro Cartas de Relación de Cortés. Confrontado con el rey, en parte y de manera considerable por los enemigos de Cortés en la corte, se ve impedido de escribir bajo su propio nombre, así que lo hace escudado en un soldado anónimo de su expedición y sólo después de que Cortés falleciera en 1547, el manuscrito va a dar a manos de Bernal Díaz del Castillo, y es el hijo de éste, de nombre Francisco, que se lo apropia y lo publica como si el autor fuera su propio padre, todo ello para poder reclamar prebendas y tierras en favor de Bernal Díaz del Castillo y de sus descendientes.
No estoy convencido del todo por Duverger, pues él mismo acepta al final del capítulo I de su trabajo que tenemos que: “aceptar el contentarse con aproximaciones, frágiles indicios, deducciones implícitas, y aún puras y simples suposiciones”, o sea, de consideraciones lejanas a lo objetivo, y cercanas a lo subjetivo, lo que desdice de un trabajo con rigor científico.
Como le dice el famoso personaje Kalimán al fiel Solín: “no creas todo lo que ves, o todo lo que escuchas”. Por mi parte agrego que la verdad tiene mil caras, y con tantas es difícil saber cuál es la más verdadera.
De “verdad”, gracias por su lectura.
Comentarios
Publicar un comentario