Pandemia: Año 1

 En los próximos días, se cumplirá un año en que llegó a mi vida la pandemia, y con ella la exclusión de la vida social, y la familiar, limitada a lo menos.

No he dejado de asistir a la oficina, pues en realidad esa costumbre se ha vuelto una necesidad. Cuando faltó Irma, mi esposa, ocupar la mente en el trabajo, por poco que fuera, me hizo llevadera su ausencia. Quedarme en casa todo el día, tal vez me hubiera afectado física y psicológicamente.

El confinamiento, resultado de las medidas preventivas frente al enemigo “invisible”, no me produjo un efecto novedoso. En buena medida mi rutina era “muros de oficina” por el día, y “paredes del hogar” por las tardes. Añoro las reuniones de desayunos los miércoles de cada semana, con un grupo por 8 a 10 amigos. De ellos, ya dos nos abandonaron definitivamente; de otro, ni sus luces. Prácticamente, no nos hemos visto en un año y solo sé de alguno que otro, de cuando en cuando, por el teléfono.

Al lado del silencio social cercano, de la obligada distancia en el entorno familiar, la televisión se ha convertido en una constante y cotidiana fuente de información. Para mí está vedada la comunicación vía internet o cualquier otro recurso tecnológico afín, pues vivo en la época prehistórica de la era de la informática. Sé que es mi culpa. Me he negado a aprender su uso y mi excusa ¡Chango viejo no aprende maromas nuevas!

Anoche tuve un sueño angustioso. No me gusta calificar el descanso nocturno como pesadilla, al fin y al cabo, el sueño es la posibilidad de prolongar experiencias, sensaciones, a veces muy disparatadas, pero al final son expresiones de vida y hay que agradecerlos.

Volviendo al sueño, me encontraba como en un club social y deportivo enorme. Para que se formen una idea, estaba como en una alberca con jardines, palapas y en todos lados había una multitud de familias con incontables niñas y niños, también grupos de perros con sus crías, de diferentes razas, colores y pelajes. Todo era música, ruido, jolgorio. Llevaba a dos de mis hijos, Octavio y Alejandro. Batallaba con este último porque lo imaginaba pequeño —tendría unos tres o cuatro años— y correteaba por todos lados; por controlar a Octavio, momentáneamente perdía de vista a Alejandro. Y sucedió lo que temía: Alejandro se me extravió. Caminaba apresurado cargando a Octavio, sorteando gente y cachorros, buscando afanoso a Alejandro, interrogando a las familias por si lo habían visto. Nada: mi angustia crecía. Una señora que platicaba con sus familiares, al ver mi preocupación y enterarse de la situación se ofreció a llevarme a mi casa, pues en 20 minutos se iba a retirar. Acepté y mientras llegaba el momento de la partida, pensaba en comunicar a mi esposa lo que estaba pasando, cuando de pronto, ella aparece radiante, feliz, y al ver mi cara, me dijo: “No te preocupes, ya me avisaron por telégrafo que llegó Alejandro y está bien”. El alma regresó a mi cuerpo, pero mi mente no. Pregunté: “¿A qué horas llegó el telegrama?”. Pensaba, ¿cómo es posible que llegue un telegrama en esta situación? Pero otra preocupación desplazó a la lógica: tenía que regresar a avisar a la señora que me iba a llevar a casa. Apresurado, regresé, porque los momentos transcurrían y finalmente la encontré. Le informé que mi hijo había aparecido. De inmediato y con mucho alborozo, lo comunicó a la familia y se congratuló de que hubiera aparecido. Desperté bañado en sudor. La corretiza que me puso la vida no era para menos.

Sé que para mi familia lo relatado tendrá significados, no para algunos amables lectores que desconocen que mi hijo Alejandro y mi esposa ya se adelantaron en la ruta final de la vida.

Queda el sabor agridulce de recordar a los seres queridos y el sentimiento muy poderoso de “culpa”, por lo haber hecho más por ellos.

Escribir la ensoñación que acabo de relatar me hace revivir, en esta época de encierro obligado, a los seres queridos, y por eso estoy agradecido.

Ruego porque en sus noches de descanso también lleguen a su vida pasajes placenteros, que no los estresen, pero si así fuera, sepan son parte de la existencia.

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