Pandemia: Año 1
En los próximos días, se cumplirá un año en que llegó a mi vida la pandemia, y con ella la exclusión de la vida social, y la familiar, limitada a lo menos.
No he dejado de asistir a la
oficina, pues en realidad esa costumbre se ha vuelto una necesidad. Cuando
faltó Irma, mi esposa, ocupar la mente en el trabajo, por poco que fuera, me
hizo llevadera su ausencia. Quedarme en casa todo el día, tal vez me hubiera
afectado física y psicológicamente.
El confinamiento, resultado de
las medidas preventivas frente al enemigo “invisible”, no me produjo un efecto
novedoso. En buena medida mi rutina era “muros de oficina” por el día, y “paredes
del hogar” por las tardes. Añoro las reuniones de desayunos los miércoles de
cada semana, con un grupo por 8 a 10 amigos. De ellos, ya dos nos abandonaron
definitivamente; de otro, ni sus luces. Prácticamente, no nos hemos visto en un
año y solo sé de alguno que otro, de cuando en cuando, por el teléfono.
Al lado del silencio social
cercano, de la obligada distancia en el entorno familiar, la televisión se ha
convertido en una constante y cotidiana fuente de información. Para mí está
vedada la comunicación vía internet o cualquier otro recurso tecnológico afín,
pues vivo en la época prehistórica de la era de la informática. Sé que es mi
culpa. Me he negado a aprender su uso y mi excusa ¡Chango viejo no aprende
maromas nuevas!
Anoche tuve un sueño angustioso.
No me gusta calificar el descanso nocturno como pesadilla, al fin y al cabo, el
sueño es la posibilidad de prolongar experiencias, sensaciones, a veces muy
disparatadas, pero al final son expresiones de vida y hay que agradecerlos.
Sé que para mi familia lo
relatado tendrá significados, no para algunos amables lectores que desconocen
que mi hijo Alejandro y mi esposa ya se adelantaron en la ruta final de la
vida.
Queda el sabor agridulce de
recordar a los seres queridos y el sentimiento muy poderoso de “culpa”, por lo
haber hecho más por ellos.
Escribir la ensoñación que acabo
de relatar me hace revivir, en esta época de encierro obligado, a los seres
queridos, y por eso estoy agradecido.
Ruego porque en sus noches de
descanso también lleguen a su vida pasajes placenteros, que no los estresen,
pero si así fuera, sepan son parte de la existencia.
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