El ajedrez
Milenario juego al cuadrado, pues está lejos de ser sólo una actividad placentera: algunos la definen, además, como ciencia.
Hace
años aprendí los movimientos de sus piezas, pero no tengo aptitudes para el
juego: para empezar, no soy paciente; para seguir, no me gusta memorizar y para
terminar, no me gusta perder.
Reconozco
que el ajedrez es fascinante. No conozco mayor cosa del juego y de su de sus
jugadores, de los grandes maestros como Capablanca, y sobre todo los rusos que
por años han dominado este terreno.
Siempre
he tenido una gran afición por el cine y por ello recuerdo tres películas con
el tema del ajedrez.
La
primera en el tiempo es Juego de Reyes, basada en la novela corta de
Stefan Zweig, Novela de Ajedrez, escrita en los inicios de la Segunda
Guerra Mundial (1940), aunque la película se realizó veinte años después,
todavía en blanco y negro. El personaje principal lo encarnó un destacado actor
alemán Curd Jürgens.
Este
actor interpretaba a un noble austríaco que no empatizaba con los nazis
alemanes, que en 1938 se habían anexado su país.
La GESTAPO,
aparato policiaco, ordenó su detención para investigar sus actividades
políticas, sin tener en realidad ninguna prueba. El encargado de interrogarlo,
considerando su peso político y social, no procedió a aplicarle tortura física,
sino psicológica con el fin de quebrar su espíritu y obligarlo a confesar.
Lo
encerró en una pequeña celda donde únicamente había una cama individual y un
buró. La luz de la habitación permanecía prendida, día y noche, y el prisionero
perdía el sentido de los días. No tenía nada qué hacer. Los guardias, que lo
vigilaban permanentemente, nunca le dirigían la palabra, a pesar de que él los
interrogaba. Se trataba de una tortura mental.
Sin
nada qué hacer, descubrió que las paredes, pintadas de un color gris, ocultaban
un papel tapiz que tenía estampados de paisajes y escritura. Dedicaba horas y
horas a retirar con todo cuidado la capa de pintura y revelar lo que se
encontraba debajo.
De
tanto en tanto, después de días, lo sacaban de su celda y lo llevaban a una sala
de interrogatorio donde lo tenían de pie y bajo luz deslumbrante. Desde la
penumbra, el interrogador lo cuestionaba respecto a sus ideas y actividades
delictivas. Él resistía, y extenuado, lo regresaban a su celda. El encargado de
su confesión se extrañó de que al principio empezaba a flaquear, pero después,
en posteriores sesiones, resistía. Malicioso, descubrió que se dedicaba a quitar
la pintura y descubrir el papel tapiz. Así, después de una sesión de
interrogatorio, al volver a la celda se dio cuenta que el papel tapiz había
desaparecido.
El
prisionero desesperaba, sentía que perdía la cordura, sin nada qué hacer, sin
nadie con quién hablar. En posteriores interrogatorios declinaba su resistencia:
cada vez se acercaba a confesar con tal de terminar el suplicio del
aislamiento.
En una
de las ocasiones en que lo llevaban a la sala de interrogatorios, observó un
abrigo sobre un perchero en la habitación de acceso, y de uno de sus bolsillos
asomaba la orilla de un pequeño libro. En un descuido de sus vigilantes, tomó
el libro y lo escondió en su ropa
Cuando
lo regresaron a la celda, tembloroso sacó el libro y ¡oh, decepción!, se
llamaba Las cien mejores jugadas y se refería al juego de ajedrez.
Conocía el juego, pero no era su afición.
Lo
empezó a leer. Con el migajón del pan que le llevaban en las comidas, fabricó
las piezas del juego, y en la colcha de la cama, de cuadrícula estampada, tenía
tablero. Día a día estudiaba las jugadas de los grandes maestros.
Los
interrogatorios continuaban y eso le molestaba, no por la tortura, sino porque le
interrumpían en el estudio de las jugadas. El encargado de hacerlo confesar
se extrañaba, pues no había trazas de que pudiera romper su resistencia mental.
Interrogó a los custodios, no logró pistas. Transcurrieron semanas y el
prisionero no se doblegaba. Ordenó una súbita revisión de la celda y
encontraron el libro, las piezas de ajedrez y la colcha. Todo le fue retirado.
El
prisionero estaba desolado, acostado en su camastro, con la mirada perdida. De
repente, observó que la luz de la lámpara creaba en el techo una sombra con
figura de cuadrícula: ahí estaba su tablero. Lo demás lo construyó su
imaginación. Siguió jugando. Siguió resistiendo.
Tuvieron
que ponerlo libre. Sus amigos leales lograron que abandonara el país para
refugiarse en otro y así, prevenir otro atentado. El viaje lo hizo en barco. La
nave estaba atestada de refugiados que huían de la persecución nazi. Él era
otro más. Tanto encierro lo había vuelto huraño, no hablaba con nadie, vagaba
por la cubierta del barco, solo.
En el
barco había un pequeño restaurante y casi no había parroquianos. Pero en una
mesa estaban seis comensales tomando café, alrededor de un tablero de ajedrez.
En el otro extremo, sentado, se encontraba un huésped elegantemente vestido y
atendido por su valet. Pronto, uno de los jugadores se percató de que el
personaje elegante era, nada más ni nada menos que un famoso maestro de ajedrez.
Les propuso a sus amigos invitarlo a jugar una partida. A través de su valet le
hicieron llegar la propuesta. El maestro, ni la mirada les dirigió. Se iba a
negar a la invitación, pero su valet, conociendo el tamaño de su ego, se
aventuró a decirle: “Maestro, también son refugiados, huyen del mismo enemigo,
le conviene acceder a una partida”. El maestro dudó y aceptó, con la condición
de que él seguiría comiendo en su lugar y su valet sería el conducto para
transmitir la jugada. Así empezó el juego: los comensales formaban equipo y discutían
entre sí cada movimiento, el valet le había saber al maestro la jugada y
regresaba al tablero con la instrucción de éste.
Fue en
ese punto en que nuestro personaje, que vagaba por la cubierta, observó el
tablero de ajedrez a través de la ventana del restaurant. Como un imán
poderoso, entró, apartó a los comensales y estudió el tablero. Uno de ellos, preguntó:
“¿sabes jugar?”. Ni siquiera volteó, sólo dijo: “Este juego ya no se puede
ganar, pero se puede empatar”.
Tácitamente
el juego prosiguió, él contra el maestro. Cuando el valet empezó a transmitir a
su patrón los movimientos, éste, al principio, se sorprendió y después se fue a
sentar ante el tablero. El público estaba en la apoteosis. Felices, habían
doblegado al soberbio. Como lo predijo nuestro personaje, la partida se empató.
La segunda película es La jugada maestra, que versa sobre la vida real del famoso ajedrecista de los Estados Unidos, Bobby Fisher, quien en la década de los años noventa ganó el campeonato mundial de ajedrez derrotando al campeón ruso Boris Spassky. La sexta partida ha pasado a la historia como una de las mejores. En esa ocasión el maestro ruso se puso de pie al final de este juego y aplaudió a Fisher por su extraordinario desempeño.
Esta
película pone de relieve lo demandante que llega a ser el ajedrez, al grado de
llevar a la psicosis y la locura. No me extiendo en explicarla, pues esta
película, a diferencia de la anterior, se puede localizar y disfrutar a través
de algún servicio de streaming.
La tercera película -en realidad una serie de siete capítulos- es una ficción en la cual una ajedrecista, en 1968, enfrenta a los mejores rusos, incluyendo al campeón mundial en su natal Moscú. Ese año todavía corresponde al período de la llamada “guerra fría” entre Estados Unidos y la hoy extinta URSS.
Al
igual que la anterior, no la reseño porque está disposición de quien cuente con
un servicio de Netflix.
Esta
serie es actual y la recomiendo ampliamente, no sólo por el aspecto del juego,
sino por la historia de la jugadora: una lucha de superación, desde su infancia
hasta destacar en el juego-ciencia, de sus tropiezos y de sus problemas de adicción.
Además, su ambientación es extraordinaria. La protagonista deleita al
espectador con un despliegue de vestuario que vale la pena por sí solo, y ¡eso
que en lo personal esa faceta nunca ha sido ni mi preferida ni mi ocupación!
Excelente sinopsis... me gusto mucho la serie igual la personalidad de la protagonista como pierde se recupera y gana de nuevo, su única meta el juego ... lastima por el conserje a quien nuca le pago ni reconoció en vida lo que hizo por ella, pero hasta eso me gusto ... buscare las películas... gracias ... un placer leerle
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