El placer de leer... y a veces de escribir
A Paul Auster, uno de los escritores norteamericanos más leídos de las últimas tres décadas, le solicitaron, en una entrevista radiofónica, que en forma mensual escribiera relatos destinados a ser leídos en programas de 15 a 20 minutos para radioescuchas aficionados a la literatura, de tema libre. Por educación, como suele pasarnos, a usted dijo que lo pensaría, pero suponía que se iba a negar, pues estaba abrumado de trabajo. Cuando su esposa se enteró de la petición esa noche, mientras cenaban, le aconsejó que aceptara, pero que en lugar de escribir los relatos, pidiera al público que le enviarán escritos breves, de lo que quisieron hablar, de lo que supusieran cosas fuera de lo común, o que les hubiera impactado, y que no les preocupara si nunca antes habían considerado contarlo y menos dejarlo sobre el papel. Así lo hizo Auster, y para su sorpresa, en poco tiempo recibió como cuatro mil escritos. Se dio a la tarea, como lo había prometido, de leerlos uno por uno. Escogió 179 y los público bajo el título “Creía que mi padre era Dios”, y en esa antología, según lo manifestó Auster, se reflejaba en buena medida las preocupaciones e intereses y prejuicios la cultura estadounidense, que resulta tan variada y a veces, contradictoria, que por ello resulta complicado y difícil conocer la “verdadera realidad”, si es que hay alguna. Así, Auster cita a uno de sus espontáneos articulistas:
“Al final,
me encuentro sin una definición adecuada de la realidad.” Si no tenemos una
certeza absoluta ante nada y si todavía poseemos una mente lo suficientemente
abierta como para cuestionar lo que estamos viendo… surge la posibilidad de ver
algo que nadie había visto nunca.
Esto
viene a colación porque en el primero de los 179 relatos, en unas breves líneas,
la autora nos entera de que una mañana de domingo caminaba aprisa por la calle,
y que poco más adelante lo hacía una gallina. A poco la alcanzó, y en ese
momento, la gallina tomó camino en dirección a la entrada de varias casas y al
llegar a la cuarta se encaminó a la puerta de entrada que era metálica. Con el
pico tocó la puerta, ésta se abrió y la gallina pasó.
Eso es
todo el relato.
Tú,
lector, te podrás preguntar ¿las gallinas son inteligentes, salen a retozar y
conocen el camino de regreso a casa? o suponer que en realidad no era una
gallina, sino un extraterrestre, o que tenía un localizador GPS insertado en el
pico y por eso sabía dónde ir.
Todas las
posibilidades pueden caber: desde las más lógicas a las más inverosímiles. Ese
es el poder de la “realidad” virtual de la literatura.


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