Hermano Pentathleta Pablo Rafael


Con motivo de su cumpleaños 84 y más de medio siglo de patólogo
  
          Tengo una deuda, de honor, la que espero saldar en alguna medida con esta misiva.
          No me considero con mayor posibilidad para la comunicación de sentimientos. En la vida, a los 35 años escribí un libro sobre “Criminología”, después siguieron otros, pero todos sobre cuestiones de materia jurídica, criminológica o criminalística. En la vida siempre me ha sido difícil abrirme frente a familiares, amigos, y menos a terceros, eso ha sucedido porque cuando se trata de emociones todo asunto, como el engrudo, se me hace “bolas”, no puedo ni hablar, me falla el habla y la vista se me nubla por las lágrimas.
          De que esto es cierto, contra lo que algunos pueden pensar, lo han podido constatar mis hermanos pentathletas, así por ejemplo, cuando fuimos a convivir con Natividad Varela, el “Negro” más cerca de nuestros corazones hace algunos años ha, a la hermosa y cálida Orizaba, donde iba a tener oportunidad de abrazar al big brother, después de medio siglo de preguntar por su existencia, y lapso en el que pensé que él, por su innata modestia se negaba a saber de nuestra existencia.
          En esa ocasión, como en algunas otras, escribí algunas vivencias de aquellos juveniles días en que convivimos con él, ahora, anfitrión, y sabedor de que no podía llevar a cabo su lectura, le pedí a Pablo Rafael fuese quién se leyera, y no ha sido la única oportunidad que he acudido a él, sabedor de que, como mi amigo entrañable, sería yo mismo en su propia piel quien lo hiciera.
          Cómo no recordar a Rafael, con su eterna sonrisa, su perene optimismo. Sin embargo, cuando después de décadas en que la vida nos apartó lo ví en la vieja casona de Pancho Sámano, a la que nos convocó, a la sombra de la “Peña de Bernal”, no lo reconocí. Cuando me lo señalaron: “mira, saluda a Rafael”, no sabía a quien dirigirme, dónde había quedado el Rivera con el que conviví en la cuadra “8”, aquel rechoncho de cara redonda, lentes y gruesa figura. Frente a mi colocaron a un personaje menudo, de anteojos, canoso y con poco pelo. Sin embargo, su entusiasmo, su risa, su efusividad fueron el faro para reconocerlo y saber que ahora, ya no era Rafael, sino “Pablo Rafael”, y que no era ya el estudiante de medicina, sino el doctor con fama bien ganada de patólogo.
          Si tuviera que describirlo lo compararía con aquel mítico personaje “Lorenzo Rafael” de la afamada película del cine de oro mexicano, “María Candelaria”, representado por Pedro Armendáriz. No me refiero a su físico, sino a sus cualidades: recto en el obrar, de acendrada religiosidad, meticulosa laboriosidad. No puedo olvidar que, en aquella madrugada de julio de 1957, cuando un temblor derribó edificios, el techo del cine “Encanto” a una escasa cuadra del internado, y al propio “Ángel de la Independencia” de la Avenida Reforma. En esa ocasión, la cuadra “8” ubicada en la parte alta de una de las construcciones del internado, durante el breve y a la vez “eterno” tiempo que duró el movimiento telúrico, techos y paredes crujían y rechinaban como si fuesen a desplomarse, en paños menores bajamos la escalera metálica de acceso al dormitorio, que parecía como una larga serpiente en movimiento y correr al patio donde nos congregamos pensando que nos había llegado la “hora” y fue cuando “Riverita” invocó el auxilio de Dios y todos, al unisonó, rezamos por nuestra salvación.
           En ese tiempo y después, Rivera y Zaragoza, forjaron una amistad para toda la vida. No deja de asombrarme lo que para mi era una amistad difícil de concebir, Rivera de filosofía cristiana, de principios morales de solidaridad, de una visión un tanto romántica de la vida; en tanto que Zaragoza, de filosofía materialista, de moral pragmática, de visión hedonista de la existencia, no parecían, según mi modo de ver, que pudieran congeniar; sin embargo, durante años, convivieron y cultivaron y una hermandad envidiable. Seguramente, para Rafael, la pérdida de Álvaro en forma repentina fue un golpe muy duro, de aquellos que perduran por largo tiempo y sólo disminuyen, nunca desaparecen.
           Rivera, sigue pendiente, aún retirado de la brega diaria de las responsabilidades de estudios patológicos, de los avances de la ciencia de sus amores, sigue impartiendo su sabiduría a cuantos tienen la dicha de escuchar sus enseñanzas.
          También Rivera, con el apoyo de la compañera de su vida, Conchita, ha viajado por el mundo, los museos, los paisajes, otras culturas, son otra de sus facetas que con generosidad ha compartido con la hermandad pentathleta, de eso, mi esposa y yo, damos constancia, pues gracias a la tecnología de la electrónica museos de Rusia, paisajes de todo el mundo, obras de arte, y tantas cosas, son una constante de comunicación.
          Rivera, no puedo dejar de mencionarlo, asumió en su ser el ideario del Pentathlón, y es la guía que siempre esperamos al final de cada reunión: “Aijin, Ajón, Aijeza,… Patria, Honor y Fuerza”. “PENTATHLON”.

Felicidades.



Octavio Alberto Orellana Wiarco
“Bugs” 

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