La "Cuadra 8" y Francisco Sámano Spitia
Por sus 79 años de vida y 54 de ejercicio de la Medicina
Es difícil cada día más poder recordar los detalles cotidianos de quienes el azar nos colocó como integrantes de la “cuadra” 8, “Los carolinos”. Estamos hablando de la época mediados de los años cincuenta del siglo XX.
Conviene aclarar, no para nosotros, sino para nuestras familias, lo que fueron, en esos tiempos, días de lucha, de sudor, sangre y a veces lágrimas.
Hace poco leí que un destacado historiador escudriñaba en la historia de la humanidad, los hitos que la marcaron, los que, en su momento y para la posteridad se pueden catalogar como los que cambiaron la ruta de naciones, sociedades y comunidades, y en esa búsqueda señalaba por ejemplo, lo que había significado, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial, que trastocó en 5 años, del 1° de septiembre de 1939 al 1° de septiembre de 1945, la ruta de la humanidad; y en ese camino, el historiador, consideraba que ese lapso había sido marcado por sucesos, como el período de 6 meses, de mayo a septiembre de 1940, con la Batalla de Inglaterra, donde ocurrió que la maquinaría bélica de los nazis fracasó en el plan de derrotar a la Gran Bretaña, y la historia caminó entonces a la guerra de dos frentes, como ocurrió a principios del siglo XIX con Napoleón e Inglaterra. Más aún, el historiador que nos orilló a estas disquisiciones, refiere que dentro de los acontecimientos que se han citado, se presentaron las “horas más obscuras y amargas”, aquellas en las que Churchill y su gobierno tuvo que enfrentar, en el falso dilema de rendirse o perecer, cuando todo parecía hundirse en desastre tras desastre, Dunkerque, de por medio, decidiendo por la lucha hasta la victoria.
Es decir, determinar cuál o cuáles hechos, que pueden calificarse por años, por meses, por días, o aún por horas, decidieron el derrotero de la historia, no es fácil, pues para unos u otros, esos puntos torales pueden ser distintos.
Esto viene a colación pues, en las vidas de mis hermanos, pentathletas de la cuadra “carolina” establecer cuáles fueron los acontecimientos que marcaron nuestras respectivas vidas que convergieron en el lustro que nos llevó al Pentathlon, para cumplir con sueños, metas o propósitos cuyas repercusiones se producen hasta la fecha.
De aquí en adelante, mi pluma queda en manos de dotes adivinatorias, que pueden coincidir con la realidad, lo que se ampara, con o sin razón, en el slogan que aparece como advertencia al inicio de películas “todo parecido con la realidad es pura casualidad y no es imputable al responsable de estas letras”.
Francisco Sámano, no tuvo oportunidad de que Casandra le advirtiera que su destino le tenía preparado una carrera de médico, pero podríamos opinar que no tenía ningún chiste predecir ese venturoso camino, pues en sus genes tenía claramente tatuado ese camino, pues su abuelo el Doctor Sámano, había labrado en letras de oro una fama de médico, de hombre de bien, al grado de que una de las principales calles de nuestro terruño lleva su nombre en su honor. Sin embargo, Francisco no la tuvo fácil, por el contrario, apenas arribaba a la adolescencia perdió a su padre, y su familia quedó en desamparo y pasó por estrecheces económicas, donde para sobrevivir, fue fundamental la herencia de principios, de una cauda de valores morales y religiosos, pero no bienes materiales. Así, Francisco apenas adolescente llegó a la ciudad de México a forjar una carrera en la medicina. Cómo encontró cobijo en la cuadra 8, no lo sé, pero soy testigo que pasaron meses, tal vez, más de un año, que “Pancho”, como cariñosamente nos referíamos a él, vivió de “gaviota” designación ambigua para quién, como un paria indocumentado debía cumplir con todas las obligaciones de un interno en la Sección “A” del Pentathlón, y con pocos derechos. No tenía cama, ni locker, ni espacio definido. Habilitó una pequeña bodega que se ubicaba entre el área del dormitorio y el espacio de los baños. Un minúsculo espacio para un colchón individual, donde descansaba por las noches en la incomodidad, que por su cotaneidad nos recuerda la enorme capacidad de adaptación del ser humano, sobre todo si se es joven y persigue sueños, no importando los entornos más desfavorables.
Jamás he escuchado a Pancho, ni en ese tiempo, ni desde hace unos diez años en que fue el motor que nos motivó a reuniones, de queja alguna sobre su vida de “gaviota”; al contrario, hasta me parece, porque así lo es, motivo de orgullo de que fue sólo uno más de los múltiples obstáculos en que se convirtió la carrera a campo traviesa que tuvo que recorrer para recibirse como médico.
Francisco no fue el único que fue “gaviota” en nuestra cuadra, también compartió espacio con Ramón Ortiz Wiarco, mi primo hermano, hasta que éste pudo lograr ingresar a la cuadra comandada por el “Cavernario” Juan Domínguez, donde se ubicaba la banda de guerra que martes, jueves y domingos, tocaba la “melodía” poco apreciada de “levante” para cumplir con obligaciones de disciplina militar y actividades deportivas, cuando todavía ni siquiera asomaba el amanecer.
El Pentathlón para quienes nos dio cobijo y permitió forjarnos una carrera universitaria, fue en la época de nuestra juventud no sólo una institución, sino mucho más, nos enfrentó a temprana hora de la vida a tomar decisiones sin más límites de libertad que cumplir con algunas reglas de disciplina que vistas a la distancia fueron decisivas para nuestro propio autogobierno. En palabras entendibles, el calificativo de que éramos “internos” ignoro a quién se le ocurrió, pues fuera de elementales obligaciones de disciplina militar, de higiene personal y de respeto a nuestros compañeros, disponíamos de todo el tiempo para dedicarlo a cualquier actividad, así, hubo algunos internos que lo destinaron al ocio. El estudio no fue lo suyo, no asistían a clases, no presentaban exámenes, no aprobaban cursos, y contra lo esperado, a veces, pasaban dos o más años al margen de los estudios, dedicados al deporte, o bien, lograr grados de sub-oficial, oficial, y aún de comandante en la escala militar de la Institución, o de plano a holgazanear, porque esa fue su decisión, porque no se nos pedía cuentas de la forma en que dedicábamos nuestro tiempo cotidiano, salvo deberes militares o deportivos martes, jueves y domingo ( por lapso de 2 a 3 o 4 horas, cada vez), asear el dormitorio (en el día asignado), tender la cama del dormitorio, para evitar sanciones como las de ser privados del colchón de la cama y tener que dormir sobre el soporte de alambre de la cama, en calidad de “faquir”.
Visto a la distancia parecería improbable que esa vida de libertad a la edad en que se forja el carácter, principios y valores, sociales y morales pudiera ser la mejor opción para la mayoría, pero así lo fue en ese sentido, pocos, muy pocos fracasaron.
Más aún, el Pentathlón, se proponía que los jóvenes asimilaran el lema de la Institución: “Patria, Honor y Fuerza”; consagrados en el ideario pentathleta. Lo que, en general, así sucedió.
El internado del Pentathlón estaba destinado a estudiantes de provincia que buscaban el ingreso a la UNAM, o al Politécnico, para cursar una carrera, y solventar casa y sustento, como medio indispensable d poder cursar la carrera profesional de la elección de cada uno.
En ese contexto, la cuadra “8”, destinada a servir de dormitorio para dieciocho internos de la Sección “A” del Pentathlón, tuvo, en el tiempo de la década de los años cincuenta del siglo pasado, dos etapas: la primera de fines de los 40 a principios de los cincuenta, donde sus integrantes, casi en su totalidad dedicaban su tiempo a jugar foot ball americano, así que varios de ellos se distinguían por su fortaleza física: el “Mamut”, el “Lodo”, el “Negro”, etc. Entrenaban desde mayo aproximadamente, pero la temporada de la liga Mayor donde participaban se desarrollaba entre septiembre y noviembre, y se enfrentaban a equipos de la UNAM. El POLI, el COLEGIO MILITAR, y otros más. El foot ball americano es un deporte de mucha exigencia física. El entrenamiento, diario de lunes a viernes, duraba tres y cuatro horas, pero además cada jugador, por su cuenta, dedicaba al gimnasio, todos los días, una o más horas. Cada jugada, que dura, por lo común, unos cuantos segundos, generalmente varia en múltiples opciones: avanzar el ovoide (la pelota) por tierra, o por aire; por fuera o por dentro del takle, o del gard, o del centro, o por las alas, etc., lo que exige mucha disciplina, fuerza, velocidad, ejecución, etc.; así, es un deporte de conjunto donde puede destacar o sobresalir alguno de sus jugadores, pero lo fundamental es el equipo. En cada jugada el “golpeo” anular, derribar, bloquear, es la esencia, es por eso que este deporte es “para hombres”, en el sentido de que después de cada entrenamiento, de cada juego, cuando cesa la adrenalina, queda el dolor físico, y si cargas con la derrota, el dolor psíquico a veces supera al otro.
Es tanta la exigencia física de este deporte, que, a muchos, ya no les queda “gas” en el tanque y se rendían al descanso y el mundo académico ya no es una prioridad, a veces, se abandonaba el aula y el estudio.
Los internos del Pentathlón que durante años se dedicaron a jugar ese deporte, en Intermedia, o en Liga Mayor, tuvieron que lidiar con ese panorama, y al paso del tiempo, la cuadra “8” tenía un buen número de sus integrantes que pasaron a las filas de lo que en la jerga universitaria se denominaban “fósiles”, es decir, estudiantes que no estudiaban, y que vegetaban y medraban a la sombra de Facultades y Escuelas reclutados no pocas ocasiones como “porros” en las disputas de poder de Facultades y Escuelas, como grupos de choque, marionetas de ambiciones políticas, al fin, el microcosmos del mundo universitario, es ese aspecto, reflejaba el macrocosmos de la política de los años “dorados” del predominio del PRI, de elecciones de “carro completo”, de la “dictadura perfecta”.
Este deporte, además, caro, porque el equipo o vestimenta para jugarlo requiere de una inversión que supera 10 o más veces que el que exige el basket ball, o el foot ball soccer.
Sin embargo, el foot ball americano, es, para mí, como las acciones que se desarrollan de entrenar y pelear “batallas”; en ese sentido, crea un espíritu de “corps”, una lealtad, una hermandad entre sus integrantes, que no es común encontrar en equipos dedicados a otros deportes colectivos.
Amable lector, perdona tanta digresión, pero me parece prudente que recuerdes, o tengas presente, este escenario, pues en él, a finales de los años cincuenta y principios de los años sesenta del siglo “atómico”, el sino personal nos colocó como miembros de la cuadra “8” de la Sección “A”, del Pentathlón, en la vieja casona de Sadi Carnot Número 70, Colonia San Rafael.
Por las casualidades de la vida, en un margen de tiempo reducido, nos integramos como miembros de esa cuadra, al mando del Jefe de la misma, el “Negro”, Natividad Varela Silva, casi todos los que durante varios años nos tocó convivir, venidos de todos los confines del país: de Guerrero, los hermanos Villalobos, de estirpe sureña, bajos de estatura, morenos, callados y reservados; de Chiapas, el folklorico Joaquín de la Llave, autonombrado Joan “Duclef”, de elegante nombre francés; de Nayarit, el “Pichas” David Lizárraga, cuyo talento y elegancia para el deporte sólo la opacaba un poco su actitud narcisista de jugar para la tribuna; de Michoacán, Álvaro Zaragoza, de aire bonachón, pero de carácter fuerte; de Puebla Homero García, futuro abogado que siempre andaba muy “trajeado”; de Guanajuato, Rafael Rivera (de Irapuato) de eterna sonrisa, quién en la noche aciaga en que tembló en la ciudad de México en 1957, cuando cayó de su pedestal el “Ángel de la Independencia” (según el vulgo, por, agarrar una “guarapeta”) y donde corrimos empavorecidos al patio del Internado porque estructuras y techos “crujían” presagiando venirse abajo, y a un grito de Rafael todos nos hincamos a rezar rogando a Dios protección; y de Acámbaro, Sacramento Silva, con su permanente necesidad de dormir un “coyotito” como “medicina” diaria de reparadora siesta (fuese de mañana, mediodía o tarde); de Jorge Calderón, de chispa muy corta, que a la palabra “cuñado”, se encendía en reclamos, a pesar de que su interlocutor ni conocía a sus hermanas; y por supuesto, a Francisco Sámano, primero como “gaviota” y después como miembro con plenos derechos, etc.
Antes de nuestro arribo a la cuadra “8”, como ya lo explique, ella estaba habitada casi en su totalidad por jugadores de foot ball americano, que llevaban varios años en la cuadra y en el deporte de ese juego. Se comportaban como semidioses, y como tales, no se sentían obligados a cumplir los “molestos” deberes y obligaciones de disciplina militar, ya que las de carácter académico se habían quedado olvidadas. El Pentathlón, a poco tiempo de nuestro arribo al Internado de Sadi Cornat, de la Colonia San Rafael, ya no pudo sostener el costo del equipo de foot ball americano, y los semi-dioses se revelaron como una rémora institucional, corrosiva por su indisciplina, de ahí que se encargó a uno de ellos, al “Negro Varela” volverlos al redil, o que retomaran otros derroteros, en el camino de sus vidas. Dignas de quedar consignadas en las páginas de la historia, los “encontronazos” de palabras y obra, entre el “Negro”, y el “Mamuth”, y otros más que no me corresponde relatar, que en poco tiempo dejaron su lugar en la cuadra para otros internos.
Así fue, como, el “Negro Varela” pasó como jefe de la cuadra a seleccionar a los nuevos integrantes de la cuadra “8”. Porqué y cómo fue que Varela aceptó de “gaviota” a Francisco Sámano, que vió en aquel esmirriado adolescente que aspiraba a ser “competencia”, pues Varela también estaba empeñado en ser médico. Tal vez la innata generosidad del “Negro” de tender la mano a quién la necesitaba, o la clarividencia de que Francisco era de ese material, diamante en bruto, que a la larga sería gema inapreciable para todos los que en la vida se cruzacen en su camino.
El hecho es que Francisco, día a día caminó la legua y no en sentido figurado sino real. Como buen interno, con frecuencia carente aún de las pocas monedas que costaba el trasporte público, ir y venir a la Preparatoria 4 para cumplir el bachillerato, trasladarse a pie fue pan de todos los días.
De seguro Pancho paso “Horas Obscuras” antes de aprobar la materia Anatomía, obstáculo que al inicio de la carrera de médico semejaba una fortaleza medieval custodiada por un implacable galeno que, a veces, se solazaba interrogando por nombres de músculos, red de venas y arterias, y sin fin de sitios del cuerpo humano, y gozando de los apuros del “principiante” que sufría ante el cúmulo de términos del voluminoso texto de Testit, o del más manejable Quiroz. No pocos desistieron de convertirse en médicos al no poder aprobar a la embrujada “Anatomía”, convertida en la explosiva “A-tómica”.
Francisco no sólo fue buen estudiante, sino destacado deportista, en el basket ball, en la equitación, fue además entusiasta colaborador en las actividades físico-militares.
En efecto, paralelo a las cotidianas batallas en las aulas académicas para aprobar Farmacobiología, Fisiología, etc., Pancho se abrió paso en la ruta de ascensos en el campo militarizado de cadete a oficial, donde tuvo mentores y aliados invaluables, el “Negro” Varela, Sacramento Silva, Jorge Calderón, entre otros, lo que lo llevó a participar en la organización de competencias pentathlonicas, que año con año se celebran a lo largo y ancho del país, en diversas sedes, donde se pone a prueba el liderazgo.
Pancho, también, encontró eco en laborar, primero en prácticas y después en la responsabilidad de auxiliar a médicos en la atención de pacientes. De ello pueden dar fe, Álvaro Zaragoza y Pablo Rafael Rivera, porque fueron eslabones en los primeros pasos en el arduo camino de la práctica de la medicina.
Todo ello, fue constituyendo los hitos de la historia de este singular hermano pentathleta, pero en el trasfondo de la lucha cotidiana para abrirse paso en la vida, se fue edificando de manera sigilosa el andamiaje de principios y valores que lo convirtieron en el ser humano que se caracteriza por el interés genuino del semejante, de la persona, antes que del dolor o padecimiento que lo aqueja, y más si su condición humilde en el plano cultural y económico lo torna más vulnerable. Para este semejante, Pancho ha proyectado, para mí, lo que lo distingue: la caridad, convertida en afecto, no en la fría, no en el distante trato del profesional hacia su paciente. Atender al ser humano, más que la enfermedad o el dolor.
No tengo palabras para trasmitir a ustedes lo que Pancho ha sido a lo largo de su vida, como esposo, padre, abuelo, artista, porque todas esas facetas de sus casi ochenta años, solo es comparable con su calidez humana, su liderazgo que nos convocó a nuestras entrañables reuniones de hermandad pentathleta, y a su profesionalismo.
Pancho, a la manera que muchos de nosotros, debemos al Penta acrecentar los valores inculcados por nuestros padres en nuestra infancia: responsabilidad, cumplimiento del deber, honorabilidad, solidaridad con las más desprotegidos.
Particularmente Pancho, y los integrantes de la cuadra “8” debemos al “Negro” Varela el ejemplo de una autoridad que nos inculcó el sentido de la disciplina, con su ejemplo y su exigencia, para nosotros, era un reto permanente, el que mes con mes nuestra cuadra fuese distinguida como la mejor del Internado. Cada mes, un domingo era destinado a limpieza general, dejar el dormitorio, hasta el último rincón, incluida la pequeña bodega de las “gaviotas”, en orden, limpio y reluciente como la propaganda del jabón super “Ariel”. Nos complacía que cuando familiares, amigos o curiosos visitaban el Internado, como ejemplo les mostraron la cuadra “8”, con sus camas alineadas, las sillas en cada espacio con la misma simetría, como soldados en formación, la pequeña sala de recepción limpia e impecable.
Escribo estas líneas y la piel se me eriza de la emoción, de haber sido, al lado de mis hermanos pentathletas de esos felices días.
Mención aparte merece el Big Brother “Varela”, pues Pancho lo recuerda con frecuencia, que su locker, siempre abierto, lo estaba así para todo aquel que necesitaba una camisa, cualquier objeto, jabón, etc., sabía que Varela lo compartía con cualquiera, pero lo más importante Varela, vigilaba nuestros pasos, estaba siempre presto a impartir el regaño merecido, el consejo al compañero, la guía de un padre al hijo, el efecto y la generosidad de quien es y será nuestro “big brother”.
Al año, en diciembre, para conmemorar un año en nuestras vidas y avance en nuestros estudios, celebramos con una cena, en la que nos intercambiamos regalos chuscos que aludían a nuestras manías, afectos, talentos, y a veces a veladas críticas por nuestros desplates, etc., que eran motivo de regocijo para todos. Terminada la cena, el convivio se alargaba, y la mayoría poco acostumbrados al vino o la cerveza nos quitábamos la “careta”, y así, Zaragoza, que usualmente soportaba bromas se tornaba agresivo y quería desquitarse de “supuestas” afrentas. A otros, nos deba por discutir acaloradamente, y por fortuna había los que llamaban a la cordura. Seguramente Pancho atesora episodios de esas memorables fechas.
Sin duda, que en esos años de continua lucha, Pancho, tuvo que librar batallas, como los de lidiar con el prácticas en hospitales, servicio social, y de “horas obscuras” cuando a veces el panorama se nubla, cuando por ejemplo, desistió de casarse con la novia con la que pensaba unir su vida, cuando “reflexionando” como dice el “Nopalitos” en una ilustrativa canción, se dió cuenta que en lo fundamental, en la visión de la vida, no congeniaban. Dios, poco más adelante, le tenía destinada a la mujer de sus sueños.
Pancho, tuvo pequeños “padrinos”, como Varela, Álvaro, Sacramento, Jorge, y de seguro otros más que no conozco, que fueron soportes en la difícil tarea de alcanzar su meta.
Concluida la carrera Pancho regreso a provincia, a Coroneo y a Acámbaro, y después a Querétaro. En el desempeño de su profesión, paralela a la familiar, lugar especial tuvo la clientela de los humildes, de los desvalidos, y también, se dio tiempo para cultivar la vena de artista con una sensibilidad que no todos tenemos. Avanza día a día, rodeado de esposa, hijos y nietos, todavía con salud, con bonhomía, con liderazgo, con metas aún por concluir, pero como lo presagiaba en sus años de estudiante “observando la huella que ha dejado en el camino de la vida, desde el vuelo de “gaviota”, se ha convertido en señera águila.
Para él, y para ustedes, “Patria, Honor y Fuerza”. Ahora, más que nunca, en el mundo incierto donde se habla de combatir la corrupción, de abatir la violencia, de que prevalezca la honestidad, y los valores y principios que permitan una sociedad en paz y armonía, y ojalá así sea, y para ello, esas tareas quedan para nuestros hijos y nietos, a los que, como Pancho, esperamos haber contribuido con “granos de arena”, a fin de heredarles un mundo mejor que el que recibimos.
Dios quiera que haya sido así, y dejarles ese legado del que fue parte fundamental el Pentathlón en cada una de nuestras vidas.
Pancho, felicidades y Dios te conserve en salud y bienestar para ti y los tuyos, recibe un fuerte abrazo de “oso” de cada uno de tus hermanos.
Octavio Alberto
“Bugs”
Junio 25 del 2019
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