¿Soy feliz?
La escritora Adela Celorio preside el taller de aprendizaje para aspirantes a escritores. Para empezar nos pide responder la cuestión: ¿soy feliz?
Más que una pregunta resulta una interrogante, ¿soy feliz? Pero, ¿qué es la felicidad? La respuesta resulta tan huidiza como una anguila eléctrica o tan simple como el aire que respiramos.
Soy feliz cuando toco la mano de la mujer amada, o acaricio la pequeña cabeza de mi hijo o la brisa matutina refresca mi rostro en las caminatas habituales, o cuando escucho a los gorriones y los observo verlos volar por cientos o miles en bandada, dando giros y vueltas, con una exactitud como la que mueve al universo.
La felicidad semeja más bien, para mí, un estado de bienestar o de placer que puede ser efímero, eso no importa. A veces resulta paradójico, como el dolor de ver partir a una hija a cumplir sus metas a otros lares, y al mismo tiempo ser feliz porque tiene la fortaleza de enfrentar a la vida con sus propias alas.
La felicidad es prima hermana del dolor, pues no podríamos conocer la placidez, sin padecer la angustia, ¿cómo distinguirla si no existieran las punzadas de la melancolía y la tristeza?
La felicidad se encuentra a cada momento, como el placer de escribir estas letras, de escuchar la música que nos conmueve, de ver el rostro amado, de disfrutar leer, platicar, trabajar, amar, a pesar de que siempre esté presente la posibilidad del dolor o la desdicha. Por fortuna no tenemos la clarividencia del futuro, pues nos podría pasar como a Casandra, que al pregonar las desgracias que sabía iban a ocurrir, sentía desesperación de no ser escuchada para evitar sus terribles predicciones.
Felicidad es aceptar la vida, verla como vaso medio lleno, y no como medio vacío; está en el hecho de vivir, de poder dar, de gozar, de tener la sabiduría de percibir que la exaltación y la euforia, al igual que las tardes apacibles y memorables, son efímeros de la existencia que constantemente se pierden… y se renuevan.
Disfrutar de este taller con quienes iniciamos la aventura de aprender a escribir es una ventana que nos depara la vida y que no imaginábamos, eso es felicidad.
Soy feliz cuando toco la mano de la mujer amada, o acaricio la pequeña cabeza de mi hijo o la brisa matutina refresca mi rostro en las caminatas habituales, o cuando escucho a los gorriones y los observo verlos volar por cientos o miles en bandada, dando giros y vueltas, con una exactitud como la que mueve al universo.
La felicidad semeja más bien, para mí, un estado de bienestar o de placer que puede ser efímero, eso no importa. A veces resulta paradójico, como el dolor de ver partir a una hija a cumplir sus metas a otros lares, y al mismo tiempo ser feliz porque tiene la fortaleza de enfrentar a la vida con sus propias alas.
La felicidad es prima hermana del dolor, pues no podríamos conocer la placidez, sin padecer la angustia, ¿cómo distinguirla si no existieran las punzadas de la melancolía y la tristeza?
La felicidad se encuentra a cada momento, como el placer de escribir estas letras, de escuchar la música que nos conmueve, de ver el rostro amado, de disfrutar leer, platicar, trabajar, amar, a pesar de que siempre esté presente la posibilidad del dolor o la desdicha. Por fortuna no tenemos la clarividencia del futuro, pues nos podría pasar como a Casandra, que al pregonar las desgracias que sabía iban a ocurrir, sentía desesperación de no ser escuchada para evitar sus terribles predicciones.
Felicidad es aceptar la vida, verla como vaso medio lleno, y no como medio vacío; está en el hecho de vivir, de poder dar, de gozar, de tener la sabiduría de percibir que la exaltación y la euforia, al igual que las tardes apacibles y memorables, son efímeros de la existencia que constantemente se pierden… y se renuevan.
Disfrutar de este taller con quienes iniciamos la aventura de aprender a escribir es una ventana que nos depara la vida y que no imaginábamos, eso es felicidad.

Comentarios
Publicar un comentario