Delito imposible

Delito imposible

Durante varios años me desempeñé como maestro de la materia de Derecho Penal en una de las universidades de esta Comarca Lagunera.
Con motivo del examen final de la materia que impartía, los alumnos debían presentar examen oral ante dos maestros, uno de ellos el catedrático de esa disciplina y otro que generalmente impartía la misma, pero a un grupo distinto.
Presentarse ante el jurado representaba al alumno un reto, pues en una sola oportunidad se jugaba su aprobación a la materia, lo que de seguro resultaba estresante, angustiante.
En el presente relato el discípulo se presentaba en una segunda oportunidad, pues en la primera no había logrado pasar la “barrera”.
Nervioso, se revolvía en su asiento y ante el interrogatorio respondía a medias, daba tumbas, acertaba unas, fallaba otras.
El catedrático percibía que el alumno avanzaba sobre una delgada línea entre ser aprobado o reprobado, máximo que era ya su segundo cartucho, de tres, para no ser excluido de la carrera.
“Reflexiona”, dijo el maestro, “de esta pregunta puede depender que apruebes, explícame en qué consiste el delito imposible”.
Cabe aclarar que todos los delitos protegen bienes jurídicos, es decir, el delito de homicidio, la vida; el delito de robo, el patrimonio; el delito de la violación, la libertad y seguridad sexual, etc. Sin embargo, cuando alguien realiza actos dirigidos a matar, robar o violar, el delito puede resultar imposible si el sujeto activo, por ejemplo, dispara con arma de fuego sobre una persona que cree viva, pero que momentos antes falleció de un ataque al corazón. El delito no se presenta porque ya no existe bien jurídico que proteger, es decir, ya no tiene vida.
Volviendo a nuestro asunto, el alumno debía haber contestado lo que ya quedó explicado. Sin embargo, éste se veía que luchaba por dar la respuesta, y al final contestó: “Maestro, no se lo puedo definir, pero sí le puedo dar un ejemplo”. El maestro, condescendiente, apreciando lo que estaba en juego, le expresó: “Está bien, dame el ejemplo”.
“Supongamos”, dijo el sustentante, “que yo quiero matar al administrador de Correos…” (es importante aclarar que el alumno trabajaba de empleado en la oficina de Correos), “y con la mente en ese propósito, tomo un arma de fuego que tengo en mi casa, y después me dirijo en un taxi a las oficinas de Correos donde sé que se encuentra el administrador. Al llegar a la esquina aledaña al edificio donde se encuentra la oficina, bajo del taxi, y para mi mala suerte, al aparcarme pasa otro taxi, me atropella y me mata, y entonces es imposible que pueda matar al administrador”.
Se hizo un silencio. Los sinodales se miraron entre sí, sonrieron, llenaron la boleta de calificación y se la entregaron al alumno, diciéndole, “vete a estudiar, y la próxima vez, ten más cuidado al bajar del taxi”.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

El arte de mentir

Instituto Intergaláctico de Juristas

Por la manera de...